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Izquierda Socialista de Valladolid en la defensa de los Servicios Públicos

OPINIONES

En defensa de la memoria democrática

13 de julio de 2022 22:42h
Actualizado el 14/07/2022 05:30h

https://www.eldiario.es/opinion/tribuna-abierta/defensa-memoria-democratica_129_9168249.html

 

Opinión

Tribuna Abierta

En defensa de la memoria democrática

  • Es una Ley que por primera vez incluye de manera expresa en el propio artículo primero el repudio y condena del golpe militar de julio de 1936 y la dictadura franquista, así como la declaración de su ilegalidad. Me temo que es esto lo que duele a las derechas que se oponen

 

Manuel de la Rocha Rubí

@mdelarochar

Abogado y exdiputado socialista

 

En la recta final de tramitación del proyecto de Ley de Memoria Democrática, se han redoblado los esfuerzos por impedir su aprobación por parte de las derechas y sus terminales mediáticas.

 

Para las derechas no solo es un episodio más en la guerra contra el Gobierno, sino que su oposición deriva del lastre histórico que les impide condenar el franquismo, a cuya matriz ideológica y cultural muchos de ellos siguen vinculados. Recordemos que ya en 2007 se opusieron a la prudente y moderada Ley de Memoria Histórica de Zapatero. 

 

Y para ello utilizan argumentos que no se sostienen con una simple lectura del texto de la Ley, entre ellos, que se ataca a la Transición y al pacto que propició la Constitución de 1978, incluida la amnistía; que extiende la investigación de los crímenes del franquismo hasta 1983, cuando ya había democracia; y en el cierre del círculo al que el PP nos tiene ya acostumbrados, a que se trata de una cesión al relato de los herederos de ETA.

 

Menos aún se sostienen tales argumentos con el sentido y alcance de la acción de los socialistas durante la dictadura y la transición. El PSOE reivindica la Transición  y la Constitución de 1978 como uno de los momentos más brillantes de la historia de España, incluso con sus limitaciones, momento histórico al que los y las socialistas contribuimos de manera decisiva, y que supuso pasar de forma pacífica de una cruel dictadura a una democracia avanzada. Y a la vez defendemos la memoria democrática como la culminación del camino democrático y de reconciliación emprendido con la Transición.

 

Por ello es rotundamente falso que la Ley de Memoria Democrática cuestione la transición o el pacto constitucional, sino que más bien los ensalzan de forma nítida. Así queda meridianamente claro en su exposición de motivos a lo largo de varias páginas, al señalar:

“La muerte del dictador en 1975 y la llegada de la democracia supusieron un punto de inflexión respecto a la política de memoria instaurada durante el franquismo. La vigente Constitución se fundamentó en un amplio compromiso social y político para la superación de las graves y profundas heridas que había sufrido la sociedad española durante la guerra y los cuarenta años de dictadura franquista. Este consenso fue el espíritu de nuestra transición política, y ha sido la base de la época de mayor esplendor y prosperidad que ha conocido nuestro país.

 

La Transición asumía el legado democrático y de dignidad que varias generaciones de españoles y españolas habían forjado en torno a la defensa de la democracia, la lucha antifascista en Europa y la recuperación de las libertades individuales y colectivas en nuestro país…“

 

“La conquista y consolidación de la democracia en España ha sido el logro histórico más significativo de la sociedad española. El asentamiento de los principios y valores democráticos que consagra la Constitución de 1978 hace nuestra sociedad más fuerte y constituyen la más clara apuesta de convivencia en el futuro. (…). En ese marco, la sociedad española tiene un deber de memoria con las personas que fueron perseguidas, encarceladas, torturadas e incluso perdieron sus bienes y hasta su propia vida en defensa de la democracia y la libertad”.

 

Y entre sus objetivos señala: “…fomentar el conocimiento de las etapas democráticas de nuestra historia y de todas aquellas figuras individuales y colectivas que, con grandes sacrificios, fueron construyendo progresivamente los nexos de cultura democrática que permitieron llegar a los acuerdos de la Constitución de 1978, y al actual Estado Social y Democrático de Derecho para defender los derechos de los españoles, sus nacionalidades y regiones  ….”

¿Cómo puede decirse sin sonrojo que la nueva Ley cuestiona la Transición? No solo no la cuestiona, sino que ensalza el espíritu de la transición y el pacto constitucional, y la reconciliación (palabra que por cierto no aparece en la Constitución, como tampoco el olvido) y la concordia que inspiraron el proceso que nos llevó a la aprobación de la Constitución. La nueva ley viene, en suma, a culminar el camino democrático y de reconciliación emprendido con la Transición, desde la convicción de que la reconciliación no tuvo ni puede tener sus raíces en el olvido. No puede haber concordia sin memoria. 

 

Es igualmente incierto que el ámbito temporal de la ley haya cambiado, para extenderlo hasta 1983. El periodo al que se extienden las medidas de la ley es exactamente el mismo que en la Ley de Memoria Histórica de 2007.  Sólo hay que leer lo que inequívocamente establece el artículo 1.2 de la nueva Ley, que establece entre sus objetivos “el reconocimiento de quienes padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, de pensamiento u opinión, de conciencia o creencia religiosa, de orientación e identidad sexual, durante el período comprendido entre el golpe de Estado de 18 de julio de 1936, la Guerra de España y la Dictadura franquista hasta la entrada en vigor de la Constitución Española de 1978, tras la Transición democrática”.

 

Este ámbito temporal hasta 1978, el “período sospechoso” como se ha dicho, es repetido machaconamente a lo largo del articulado, por ejemplo en sus artículos 3, 27, 29 y 61.

 

Por ello es una tergiversación afirmar que se está extendiendo el ámbito temporal de la Ley, que es el que acabamos de señalar, con que se incluya en una disposición adicional, la 16ª, la previsión de que se designe por el Gobierno una comisión técnica cuyo alcance está acotado a la realización de un estudio, sobre posibles vulneraciones de derechos humanos que sufrieran luchadores por la consolidación de la Democracia, los derechos fundamentales y valores democráticos, entre la aprobación de la Constitución y el 31 de diciembre de1983, y exclusivamente para su posible reconocimiento y reparación. 

 

La citada disposición adicional 16ª es una enmienda conjunta presentada por los grupos parlamentarios que sustentan al Gobierno (Socialista y UP) a finales de 2021, con la finalidad de atender una amplia reivindicación de que algunas personas que luchaban por la consolidación de la Democracia y en defensa de los derechos fundamentales sufrieron aún después de la aprobación de la Constitución vulneración de sus derechos precisamente por esa lucha. Y que, al limitarse el ámbito temporal de la ley a 1978, no podrían tener un reconocimiento por la democracia, como por ejemplo el asesinato a manos de la extrema derecha de Yolanda González y otros semejantes. Pero en ningún caso incluye ni incluirá, como falsamente apuntan las derechas, a terroristas ni a víctimas del GAL; que no fueron luchadores por la democracia y los derechos humanos.

 

La enmienda, que en su redacción inicial acotaba esta investigación a diciembre de 1982, se extendió a 1983 para que no pareciera se cerraba con los gobiernos democráticos anteriores al socialista, y de la lectura del Dictamen de la Ponencia y del debate en la Comisión Constitucional se deduce que ha servido para rechazar innumerables enmiendas (de Bildu y otros grupos) que, esas sí, pretendían la extensión del ámbito temporal de la ley. Más aún, Bildu presentó decenas de enmiendas para retirar de la Exposición de Motivos toda referencia a la Transición, que han sido rechazadas de plano por el Grupo Socialista.

 

Por último, tampoco es cierto que la Ley desmerezca lo que significó la Ley de Amnistía de 1977. Basta leer lo que dice textualmente la exposición de motivos para desmentirlo, al poner precisamente en valor la Ley de Amnistía, “una reclamación histórica de la oposición antifranquista” y a la vez expresión “de la voluntad de reconciliación y de construcción de una sociedad democrática avanzada que presidió ese proceso político”.  Por ello todas las enmiendas que abogaban por la derogación total o parcial de la Ley de Amnistía han sido rechazadas de plano, como anteriormente el PSOE se ha opuesto a otras iniciativas legislativas de derogación de la Ley de Amnistía.

 

Pero a la vez la Ley señala que se ha de garantizar el derecho a la verdad y a la justicia de las víctimas de graves violaciones de los derechos humanos o del derecho internacional humanitario, compatibilizando la Ley de Amnistía con los avances del derecho internacional de los derechos humanos, según indica el propio artículo 10.2 CE, de ahí que se recuerde que todas las normas legales, incluida la Ley de Amnistía, han de ser interpretadas por los poderes públicos de conformidad con los tratados internacionales de derechos humanos en la materia ratificados por España. 

 

En definitiva, la finalidad de la Ley es profundizar en el reconocimiento de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra de España y la Dictadura franquista, hasta la entrada en vigor de la Constitución Española de 1978, fundamentándose en los principios de verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición, con que fue requerido nuestro país por sucesivos informes de organismos internacionales, como el del relator especial de la ONU Pablo Greiff de julio de 2014.

 

Con el objetivo también de la recuperación, salvaguarda y difusión de la Memoria Democrática, de la reivindicación de los valores democráticos y los derechos y libertades fundamentales a lo largo de nuestra edad contemporánea. Una Ley que por primera vez incluye de manera expresa en el propio artículo primero el repudio y condena del golpe militar de julio de 1936 y la dictadura franquista, así como la declaración de su ilegalidad. Me temo que es esto lo que duele a las derechas que se oponen a la Ley.

 

Manuel de la Rocha Rubí

Abogado y exdiputado socialista

La necesaria reforma de la reforma laboral

 

https://www.eldiario.es/opinion/tribuna-abierta/necesaria-reforma-reforma-laboral_129_7377782.html

 

 

Uno de los objetivos del programa electoral del PSOE y del Acuerdo de Gobierno de la coalición progresista entre PSOE y UP es el de la derogación de la reforma laboral del PP, con la recuperación de los derechos laborales que eliminó. Los juristas sabemos que una norma que afectaba a cerca de 100 artículos de diferentes leyes (Estatuto de los Trabajadores, LGSS, LRJS, Ley de Empleo…) no cabe derogarla de golpe, como si no hubiera existido, sino que la modificación debe referirse a aquellas de sus disposiciones que afectan de modo más directo y grave a los derechos de los trabajadores y al restablecimiento de la negociación colectiva como vía de regulación de las condiciones de trabajo frente a la desigualdad en las relaciones de producción. De ahí que el propio Acuerdo de Gobierno PSOE-UP desglosara y concretara los objetivos de esa derogación, fijando unos objetivos "con carácter urgente" y otros a medio plazo.

..................

El actual Gobierno retrasó abordar estas cuestiones tanto por la pandemia como para negociar y aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Conseguidos éstos, el objetivo de derogar por fases la normativa laboral del PP es ya insoslayable, habiendo convocado la ministra de Trabajo, a empresarios y sindicatos a esta tarea.

 

Pero en el debate político ha vuelto a surgir un conflicto acerca de su oportunidad, que tanto la derecha política y económica como ciertos sectores de izquierdas pretenden vender como una confrontación entre el PSOE y UP. Los socialistas buscaríamos retrasar o diluir la reforma de la reforma del PP, mientras que sería Podemos quien la mantendría como objetivo. Se ha llegado a decir que habría dos bandos, uno formado por los sindicatos UGT y CCOO con Podemos, y otro por la patronal, Bruselas y los socialistas del Gobierno, que no querrían más cambios que reducir la temporalidad de los contratos.

 

Sin embargo, esa configuración no es tal, es ficticia. Lo que hay, como ha habido siempre con gobiernos socialistas, es una diferencia entre las posiciones más social-liberales, situadas en el Ministerio de Economía, más favorables a otorgar flexibilidad a los empresarios y ahora, con Nadia Calviño, reacias a derogar la reforma laboral del PP, y los que creen que esta derogación, por pasos y sobre temas y contenidos concretos, es imprescindible si de verdad somos coherentes con nuestra posición sobre el conflicto social y una más equilibrada regulación de las relaciones laborales.

 

Porque la mayoría de los socialistas hemos sido y somos favorables a esa derogación. Lo declaró insistentemente Pedro Sánchez como secretario general del PSOE durante la campaña electoral, está en nuestros programas, electoral y de coalición de Gobierno, lo ha dicho recientemente el secretario de Empleo de la Comisión Ejecutiva, lo reiteran la corriente Izquierda Socialista y otros múltiples cuadros y militantes, además de UGT y CCOO. La confrontación, repito, no es en mi opinión entre socialistas y podemitas, sino entre social-liberales y socialistas o socialdemócratas consecuentes. Lo demás son escaramuzas de las derechas o autoproclamas de izquierdistas antisocialistas. Porque la reforma de la reforma laboral del PP es ya imprescindible.

 

https://www.eldiario.es/opinion/tribuna-abierta/necesaria-reforma-reforma-laboral_129_7377782.html

 

Manuel de la Rocha Rubí

Abogado de UGT, exdiputado socialista y miembro de la corriente de opinión Izquierda Socialista-PSOE


“De una crisis de partido a una crisis de Estado”

 

¿Qué vivíamos en aquellos años noventa – cuando se creó la Fundación Hugo Zarate – y qué vivimos hoy? Hay compañeros y amigos que recuerdan aquellos años como una época de esplendor, de lucidez y de cordura y piensan los años recientes como una época de oscuridad, de incertidumbre y de desvarío. ¿No se legitiman así mismos al resaltar las luces de aquellos años y cargar sobre las sombras del tiempo presente? Algo de eso hay.  Intentaré evitar ese tratamiento del pasado pero lo tendré muy en cuenta para interpretar un presente lleno de dudas e incertidumbres.


En aquellos años noventa asistimos a una crisis muy seria del partido y del proyecto socialista. El final de los años del gobierno estuvo lleno de rabia y de furia, de desolación y de culpa, porque eran muchas las  acusaciones que sufrimos  los socialistas: afectaban a la financiación del partido(Filesa); a la corrupción de altos cargos (Roldan); a la política desarrollada en el ministerio del Interior (Gal)  y en los servicios secretos del Estado (Cesid).


Los que militábamos en Izquierda Socialista veíamos con estupor e indignación todos aquellos escándalos. Intentábamos corregir el rumbo pero no fue posible. Fuimos a las elecciones de 1.996 y sufrimos una derrota electoral que no nos sorprendió. Se iniciaba el final del proyecto de Suresnes.  En junio del  97 se produjo  el final de la época de Felipe González como secretario general. Un mundo terminaba y una nueva época comenzaba. Fueron momentos muy dolorosos por la catarata de acusaciones contra los dirigentes socialistas, pero también llenos de esperanza cuando se produjeron las primarias que posibilitaron la victoria de Borrell, de Morán y de Ana Noguera en 1.998.


Todo aquel mundo de desolación y de esperanza  lo viví en primera fila como miembro del comité federal del Psoe desde 1.984 a 1.997 (años en los que compartí la portavocía de la corriente de Izquierda Socialista  con Vicen Garcés y con Manolo de la Rocha) y como diputado del 96 al 2.000.


Fueron años duros para los socialistas pero, por evocar un término que se ha utilizado recientemente para interpretar lo ocurrido en los últimos tiempos, se trataba de diferenciar entre la persona y la institución; en este caso entre el líder que terminaba su periplo y  el  partido que reanudaba su marcha.


Esta experiencia que nos marcó como generación – y que marcó a tantos militantes socialistas y al conjunto de la izquierda- cambió radicalmente con la llegada de una nueva generación. La llegada de la generación de Zapatero marcó un antes y un después.


Con la llegada de Zapatero se abre un mundo que dura hasta mayo del 2010 cuando se produce el giro en la política económica y se inicia el  final abrupto  de aquel período. Recordemos los momentos fundamentales para hacer memoria. A Zapatero no se le podía responsabilizar de lo ocurrido en la época de los gobiernos de González; no había sido miembro del gobierno ni formaba parte de la ejecutiva del Partido. No había sido alcalde de una gran ciudad ni presidente de una Comunidad Autónoma. Llegaba sin pasado, sin una carga oprimente que no le permitiera volar. Podía volar libremente y el hecho es que, en seguida, comenzó a intentar suturar las heridas del período anterior. Pensemos en el apoyo a las manifestaciones contra la guerra de Irak, a la huelga convocada por los sindicatos y a las manifestaciones por la catástrofe ecológica provocada por el Prestige en Galicia.


Los militantes y votantes socialistas que se habían ido distanciando del Psoe en  el referéndum sobre la Otan o en  la huelga de los sindicatos  podían pisar con ilusión y aplomo, con vigor y con alegría -como en la canción – las calles  nuevamente. Ya no se les reprochaba los crímenes del gal o la traición a la promesa de sacar a España de la Otan. Zapatero y Méndez se habían conjurado para no repetir el conflicto protagonizado por la generación anterior. Todo un mundo distinto emergía.


Un mundo en el que, sin embargo, la derecha tenía mayoría absoluta y había incrementado sus apoyos con la polarización que provocaba el pacto de Lizarra y el final de la tregua de Eta.  Un mundo en el que seguía pesando como una losa la memoria de las víctimas del terrorismo. Los nombres de Tomás y Valiente, de Fernando Múgica, de Jose Luis López de la Calle, de Fernando Buesa, de Ernest Lluc, de Juan Mari Jauregui, de Jose Ramón Recalde nos conmocionaban a todos. La angustia que provocaba Eta provocaba un continuo proceso de desconcierto de la opinión pública y una interrogante acerca de cuándo acabaría todo aquello. No olvidemos que fueron muchos los momentos en que pensábamos que estábamos ante una pesadilla que no tendría final.


No cabe duda que esos momentos de angustia y de dolor estaban unidos a momentos de esperanza. Con la llegada de Zapatero se inicia el proceso doloroso, difícil, lleno de incertidumbres, de conseguir el final de Eta. Todos los que hemos seguido los procesos de final de experiencias terroristas, los que hemos visto películas y leído ensayos sobre la complejidad de estos procesos, sabemos el papel del sigilo, del secreto, de la penumbra, que rodea las negociaciones para acabar con la violencia terrorista. Sabemos también que las heridas tratan mucho en cicatrizar. De ahí la relevancia de películas como la de PATRIA que recrea la novela de Aramburu. Hacerse cargo de aquellos años parece empresa  imposible pero la memoria está ahí. Y no sólo la memoria. Algo todavía más importante: Eta conmocionaba a la opinión pública; nos hacía vivir en la preocupación permanente; provocaba que emergiera la peor cara del Estado, pero no provocaba una crisis de Estado. Una crisis como la que hoy vivimos.


Eta provocó mayorías absolutas del Partido Popular en el año 2.000 y una gran polarización de la sociedad vasca a partir de la movilización de sectores ciudadanos que gritaban Basta Ya; todo esto fue muy importante pero no provocó una crisis de Estado. Para llegar a vivir lo que estamos viviendo se produjeron tres fenómenos que paso a analizar: una crisis de representación política que se visualizó con la aparición del movimiento del 15 de mayo del 2.011; un proceso de ruptura entre el nacionalismo catalán y el Estado español en el que todavía  estamos inmersos y una crisis en la jefatura del Estado que afecta a la legitimidad y al futuro de la monarquía en España. Son estos tres elementos los que permiten hablar de crisis de Estado.


La época de Zapatero se interrumpió abruptamente con la crisis económica del 2.007. Hemos dicho anteriormente que Zapatero como Presidente del gobierno y Cándido Méndez como secretario de la UGT no querían repetir los conflictos que habían vivido sus predecesores. No querían huelgas generales que rompieran el acuerdo entre gobierno y sindicatos. No olvidemos que Zapatero acudía todos los años al encuentro que el sindicato minero organizaba en Rodiezmo. No olvidemos que tuvo el apoyo de los sindicatos en las elecciones del 2.008 y logró recabar el apoyo de muchos votantes de Izquierda Unida, del Bloque Nacional Galego y de Esquerra Republicana para impedir la vuelta al gobierno del Partido Popular.


Y, sin embargo, tres años después, habiendo conseguido el final de Eta se produce la mayoría absoluta del Partido Popular. Zapatero ya no se presenta y Rubalcaba tiene el peor resultado electoral hasta ese momento. No pasando de los 110 diputados. ¿Qué había ocurrido?


Me parece que lo esencial fue la aparición de una nueva generación que ya no se siente vinculada a los instrumentos de lucha y de reivindicación de las generaciones anteriores. Para los miembros de la generación de Hugo Zárate, para muchos militantes socialistas y comunistas, la vinculación a UGT o a CCOO era algo esencial para su vida política. En unos casos porque militaban activamente en las organizaciones sindicales y en otros porque convivían con los sindicatos en su tarea político-partidaria o en la gestión municipal o autonómica. Para la nueva generación que llegaba a la vida laboral los sindicatos ya no estaban, ya no aparecían en su vida cotidiana. No recordaban la épica del movimiento obrero ni se sentían concernidos por la negociación colectiva. Los estragos del precariado habían provocado una desafección con el mundo político-institucional y con el mundo sindical. El grito era que no encontraban representación en las opciones políticas disponibles. Había que imaginar una nueva forma de hacer política.


Esto es lo que logra la nueva generación. Este es el mérito de la generación del 15M que logra dar voz a los que se sienten excluidos, sin representación, sin relevancia; dar voz a los que piensan que el futuro que les aguarda será peor que el pasado. El ascensor social se ha detenido.


Si nosotros pensamos en esa perspectiva y si miramos lo ocurrido en los últimos años tendríamos que estar llenos de alegría y de esperanza. Los que siempre defendimos un acuerdo con los sindicatos y un entendimiento entre las fuerzas de izquierda deberíamos mirar con alborozo la posibilidad de entendimiento intergeneracional entre la izquierda de la transición y la nueva generación que ha emergido. Entre el Psoe y la coalición entre Podemos e Izquierda Unida.


Deberíamos mirar con alegría este acuerdo, esta coalición, este entendimiento porque es lo que hemos defendido durante años. Y deberíamos mirarlo con esperanza porque es un acuerdo imprescindible para revertir las políticas neoliberales y para afrontar los retos que provoca el coronavirus. Esperanza que deberíamos fundamentar en el giro en las políticas europeas, dado el cambio de perspectiva.


Deberíamos y, sin embargo, hay algo que nos lo impide porque, a pesar de querer mantener el aliento, somos conscientes del enorme reto que significa afrontar esta crisis desde un gobierno de coalición que tiene una mayoría precaria y tiene que negociar con partidos políticos que tienen otra perspectiva, otro horizonte, otra agenda política. Es enormemente difícil revertir las políticas neoliberales, afrontar la pandemia y sobrellevar una crisis de Estado.


En otros países cercanos viven una crisis que afecta al impacto del neoliberalismo y de la globalización descontrolada, viven como nosotros los efectos del cambio climático pero no tienen una crisis de Estado en el nivel de intensidad que tenemos nosotros. No viven una crisis que afecta a la unidad de la propia nación y a la forma de Estado. Pueden vivir con más intensidad que nosotros la presencia de minorías islamistas en sus ciudades y la fragilidad de la república y de la laicidad; pueden sentir que no saben cómo preservar  las instituciones democráticas y afrontar el reto de la multiculturalidad; pueden sufrir los vientos de una derecha extrema que pone en cuestión los valores del consenso de posguerra; todo ello es cierto y es muy preocupante;  pero no tienen una crisis existencial que afecte al porvenir del propio Estado. En Francia, en Alemania, en Italia existe una crisis de representación política y un avance de la ultraderecha. Está puesta en cuestión la soberanía y la identidad europea pero no viven una crisis de Estado como nosotros.


Y aquí es donde se produce el gran cambio de perspectiva en relación al momento en el que apareció la Fundación Hugo Zarate.  Hay una nueva dimensión que hay que encarar. A partir de la sentencia del tribunal constitucional en el año 2.010 se producen dos hechos muy relevantes, dos hechos que conviven en las mismas horas. La gran manifestación de rechazo a la sentencia con la presencia de miles y miles de personas en la calle y la presencia de miles y miles de personas en las calles horas después para celebrar el triunfo de España en el campeonato mundial de futbol.


En el segundo caso asistimos a ese momento de entusiasmo por haber conseguido llegar a la cima a pesar de que parecía imposible. Una selección nacional que alcanzaba la gloria cuando parecía un sueño inalcanzable. En el primer caso presenciamos una movilización muy importante de una parte de la sociedad catalana que reclama su identidad como nación y su derecho a decidir. Si pensamos lo ocurrido desde entonces podemos reconstruir las piezas del drama. Queda lejos la epopeya del futbol y se incrementa la incertidumbre: abdicación del anterior jefe del Estado en junio del 2.014; confesión de Jordi Pujol en julio; consulta  en Cataluña en noviembre del 2.014; llegada de las nuevas generaciones a ayuntamientos y comunidades autónomas en mayo del 2.015; elecciones en Cataluña en septiembre del 2.015; marcha de Artur Mas y llegada de Carles Puigdemont en enero del 2.016; elecciones en España en diciembre del 2.015 y en junio del 2.016; dimisión de Pedro Sánchez como secretario general del Psoe el uno de octubre del 2.016; triunfo de Sánchez en las primarias en mayo del 2.017; atentado terrorista en las Ramblas en agosto del 2.017; referéndum ilegal el uno de octubre del 2.017 en Cataluña; proclamación de la república independiente de Cataluña el 27 de octubre del 2.017; aplicación del artículo 155 y supresión de la autonomía de Cataluña; elecciones en Cataluña el 21 de diciembre del 2.017; investidura de Torra en mayo del 2.018; moción de censura a Rajoy en junio del 2.018; triunfo de las tres derechas en Andalucía en diciembre del 2.018; manifestación en Colón en febrero del 2.019; elecciones el  28 de abril del 2.019; elecciones municipales en mayo del 2019; repetición de las elecciones generales en noviembre del 2019; formación de gobierno de coalición con el apoyo de los partidos independentistas; triunfo del Pnv y del PP en las elecciones vasca y gallega; marcha de España del anterior rey el 3 de agosto del 2.020; inhabilitación de Torra; posibles elecciones catalanas el 14 de febrero del 2.021.


En medio de todo esto políticos catalanes condenados por los tribunales; políticos catalanes en el exilio; revelaciones escandalosas sobre la fortuna económica acumulada por el rey Juan Carlos.


Aunque los informativos – como no puede ser de otra manera dada la magnitud del problema- nos llenan de noticias acerca del coronavirus, de las vacunas y  de los efectos en el mundo económico y sanitario… no pueden dejar de referirse a la doble crisis. A la que afecta a la forma de Estado y a la que afecta a la unidad de la nación. ¿Una crisis que la institución puede superar a pesar de la persona?, ¿Una unidad que puede mantenerse a pesar del desafío?


Digamos algo sobre estas dos cuestiones para terminar. Se dibujan tres posiciones: el republicanismo catalán piensa que la historia juega a su favor y que hay que seguir acumulando fuerzas hasta alcanzar una mayoría imbatible que haga inexorable acceder a la independencia; el nacionalismo español conservador ha encontrado su gran factor de cohesión interna  en  la lucha contra el secesionismo y el independentismo; en medio están las izquierdas  formando, por primera vez, un gobierno de coalición. Una vez más las izquierdas  están en medio entre  dos nacionalismos que se refuerzan. Este es el horizonte lleno de incertidumbres que nos espera y sobre el que hay que operar.


Para los independentistas cuanto más se deteriora la imagen y el prestigio de la monarquía más motivos para proclamar que la única salida es romper con España y crear un Estado propio. Para los conservadores es la corona la garantía de la unidad. Los errores del rey emérito no afectan a la perduración de la institución.


Para las izquierdas las vacilaciones y las  dudas se incrementan. Los políticos de la generación de Suresnes tratan de apuntalar la constitución del 78 y llegar a acuerdos con los liberales y con los conservadores. De ahí los manifiestos a favor de la monarquía. Para ellos lo ideal hubiera sido un gobierno con ciudadanos que articulara 180 diputados. Un gobierno europeísta y constitucional, monárquico y favorable a la unidad. Ese era el proyecto de las élites pero, incomprensiblemente, Rivera les falló. Intentó superar al PP y se encontró con un resultado catastrófico que le hizo abandonar la vida política.


Fue este empecinamiento de Rivera el que impidió el acuerdo soñado y el que posibilitó un gobierno de coalición de las izquierdas. Un gobierno con una base social frágil.  Si una parte del Psoe deseaba  el acuerdo con Rivera; una parte del electorado de Podemos miraba con extraordinaria prevención incorporarse a un gobierno hegemonizado por el Psoe. No dejaban de tener razón en su preocupación.  Una parte de su electorado ha penalizado esa política con los resultados en las elecciones vasca y gallega. La base electoral de Podemos compite con los nacionalismos de izquierda. De ahí que si quieres mantener la unidad nacional siempre será mejor con Podemos que con los nacionalismos de izquierda. Esta  tesis es combatida por los nacionalistas españoles y por los socialistas liberales pero creo que los hechos demuestran que sin Podemos la unidad de la nación será mucho más difícil.


De cualquier forma  la incertidumbre se va a despejar en las próximas semanas. Si el gobierno logra aprobar los presupuestos, si logra hacerse cargo de los efectos de la pandemia, si consigue mostrar que en esta ocasión sí ha habido un escudo social, puede mantener sus apoyos e incluso incrementarlos. Pero para eso necesita algo muy importante, algo que es decisivo y es  que los independentistas catalanes asuman  que la gobernabilidad de España no les importa un comino. No es sencillo tampoco para ellos porque ante unas próximas elecciones catalanas son muchos los que les acusan de posibilistas, de pragmáticos, de traidores, de preocuparse por una nación que no es la suya.


Por ello pienso, y con ello termino, que para que el horizonte republicano del que habla Iglesias llegue a hacerse realidad es imprescindible despejar un problema previo, o si se quiere, paralelo: cuando hablamos de república, a qué nación nos estamos refiriendo; ¿Se trata de la  república de un nuevo Estado europeo  o de la  república federal/ plurinacional del Estado español?, ¿tiene España futuro? .

                        Mientras esta interrogante no se despeje, la monarquía española tiene un buen argumento para legitimarse y el nacionalismo español un buen motivo para reforzarse.


Una vez más las izquierdas seguimos luchando por la fraternidad frente a los dos nacionalismos hegemónicos. ¿Conseguiremos nuestro propósito o asistiremos a un debilitamiento paulatino de nuestros apoyos? Esta es la interrogante que la Fundación Hugo Zarate tendrá que seguir analizando en los próximos veinticinco años. Feliz aniversario.


  Antonio García Santesmases

Fuente:

https://www.fundacionhugozarate.com/antonio-garcia-santesmases-de-una-crisis-de-partido-a-una-crisis-de-estado/

De una crisis a otra: La quiebra del modelo neoliberal. Responder a los desafíos con los cambios necesarios.

 

Las respuestas inmediatas y, en el día a día, a la pandemia del coronavirus han requerido (y requieren) medidas y actuaciones en múltiples frentes que el Gobierno de España ya ha tomado, se han implantado y se están aplicando: El primer imperativo salvar vidas, preservar a la gente, trabajadores, empresas, familias… Y en la salida de la crisis habrá que pensar en: ¿Quién asume las consecuencias desastrosas de las políticas neoliberales de los años pasados? ¿Cómo evitar que los costes de la crisis repercutan más sobre los sectores sociales vulnerables y se incremente las desigualdades de renta, riqueza y oportunidades? ¿Se hará una justa reforma fiscal para dotar al Estado de mayores ingresos? ¿Cuál será el nuevo papel que han de tener el Estado y las políticas públicas? ¿Qué recursos presupuestarios serán suficientes para recuperar la sanidad pública y otros servicios del bienestar? ¿Cómo será –y se impulsará- el nuevo modelo productivo? ¿Cuáles serán las transformaciones en el mercado laboral y el empleo? ¿Cómo se articularán las políticas de “reconstrucción” con un desarrollo ecosostenible?

 

Sobre ese “mar de fondo” de incertidumbres, traspasando las cortinas de humo y el ruido de las actitudes desbocadas de la derecha y su feroz oposición al Gobierno, se pueden efectuar los siguientes planteamientos para afrontar los grandes desafíos que se presentan.

 

1.- El fracaso del neoliberalismo. Alternativas tras la pandemia global.

 

El modelo económico neoliberal colapsó y quedó totalmente desacreditado con la gran recesión de 2008, pero pervivieron las políticas económicas en beneficio de las elites “extractivas” que habían acumulado enormes riquezas y rentas durante todo el largo periodo de liberalización del mercado de capitales, desmantelamiento y deslocalización del sector secundario de la economía, privatizaciones de bienes y servicios públicos, desregulación de las relaciones laborales, creciente desequilibrio entre rentas de capital y del trabajo y de reducción del Estado de bienestar. “La desigualdad no es económica o tecnológica: es ideológica y política” (Thomas Piketty: Capital e Ideología. Ed. Centro de Libro-Deusto. Planeta. Barcelona, 2019, p.18); y esa problemática la percibe un gran porcentaje de la ciudadanía.

 

El sistema hace tiempo que alcanzó sus límites, se debe abordar su transformación aunque una exigua minoría de grandes beneficiarios del “capitalismo realmente existente” intentará que todo vuelva a ser como antes. De las opciones que elijan los Gobiernos dependerá la superación no sólo de las graves 2 consecuencias de esta pandemia, también evitar que se sigan imponiendo las peores derivas de la globalización neoliberal y poder recuperar el contrato social, según los valores y derechos que fundamentan el sistema democrático y la acción política por el bien común y el bienestar del conjunto de la ciudadanía, y con la perspectiva de “salvar la Tierra”.

 

En la salida a la crisis generada por esta pandemia global, se impone corregir las enormes desigualdades y grandes disfunciones en la distribución de la renta, riqueza y recursos para restaurar la cohesión social frente a quienes siembran el “miedo al futuro” con la aviesa intención de romper el bloque social de progreso y paralizar –nuevamente- las ineludibles reformas profundas del sistema económico, social e institucional. Las organizaciones internacionales, supranacionales y los gobiernos de los estados deben impulsar los cambios, antes de que la economía realmente productiva se desestabilice definitivamente por los desequilibrios y brechas sociales causados por la financiarización y la acumulación de bienes en manos de un porcentaje muy reducido de mega-ricos, y ante la amenaza de que la siguiente crisis destruya a la humanidad.

 

Pero en el panorama actual, algunos poderes sociales, económicos y financieros, con sus adláteres políticos de cierta derecha, tratan de apuntalar sus posiciones y relatos para preservar sus intereses corporativos y status privilegiados articulados sobre el capital especulativo (socialmente improductivo) y la concentración desmedida de poder y riqueza. Pretenderán que el enorme coste humano, económico, laboral y social de la pandemia no repercuta en justa proporción sobre los que más tienen, más acumulan, más se benefician de las rebajas de impuestos, y menos les ha preocupado el deterioro de recortes y privatizaciones han causado a la sanidad, educación y servicios sociales públicos .

 

De manera similar a cuando grandes errores de las elites financieras desencadenaron la gran crisis de 2008; basta contrastar las mentiras, tergiversaciones y trampantojos diversos que derechas “neocon” y sus corifeos están lanzando constantemente en estos días -con intención de desviar la atención sobre el recuerdo de sus acciones (de gobierno) “austericidas” de vaciamiento de lo público y favores a los privilegiados- para percibir sus verdaderas pretensiones: al igual que entonces quienes habían denigrado el papel del Estado “transfirieron” al conjunto de la sociedad sus deudas (pérdidas) y las quiebras causadas por los desmanes de corporaciones financieras; ahora parecen no asumir que –como toda la ciudadanía- los más ricos deben contribuir a abonar la factura de la recuperación en consonancia con sus disponibilidades económicas y patrimonio, como es de justicia social y eficacia redistributiva.

 

Y en esa línea, posiciones oligárquicas buscarán socavar la credibilidad de los Gobiernos pretendiendo obstruir el necesario compromiso político e institucional con el “giro social” y las prioridades para salir de la crisis y hacer frente a la tarea urgente de “reconstrucción” de los sistemas de bienestar públicos, rescate de los bienes comunes y servicios colectivos sometidos al lucro privado, recuperar sectores fundamentales del aparato productivo y de la economía real, desarrollar los derechos laborales para el trabajo decente, el empleo digno y una sociedad más equitativa y justa, poner límites efectivos a las amenazas a la biosfera y preservar el medio ambiente, que constituyen las alternativas de futuro.

 

2.- Desarrollar el modelo social y la dimensión federal-cooperativa de la UE

 

En la Unión Europea los avances hacia la unión económica y monetaria, las experiencias (de gobernanza multinivel) en la aplicación de políticas comunes de desarrollo económico y cohesión y el efecto beneficioso de las políticas de convergencia, deberían haberse complementado en las dimensiones social, medioambiental, federal-cooperativa y solidaria. Sin embargo, las esperanzadoras perspectivas que presentaba la UE para el siglo XXI, con la aprobación del Tratado de Lisboa y la Carta Social Europea, se ensombrecieron con sesgadas políticas comunitarias condicionadas por la economía financiera, que no impulsaron el reforzamiento del Estado de Bienestar.

 

Las graves consecuencias mundiales de las quiebras del año 2008, incidieron más fuertemente sobre las sociedades europeas por la austeridad expansiva, los recortes, y el efecto “contractivo” del principio de estabilidad presupuestaria; precisamente cuando resultaban urgentes medidas keynesianas contracíclicas para paliar las consecuencias sociales de la crisis, relanzar la economía productiva y recuperar un crecimiento más sostenible. La equivocada, poco solidaria y deficiente percepción de las autoridades comunitarias ante la crisis de 2008 acentuó sus consecuencias negativas (económicas, laborales y sociales) no sólo en los países más afectados por la crisis de deuda soberana también en toda la Unión Europea, generándose una auténtica “implosión” en su seno que se manifestó en un crecimiento “anémico” y a “dos velocidades” que lastró la recuperación en varios países y en el conjunto comunitario.

 

En aras de la “lógica” del mercado y de la moneda única se ha perdido una década para un mayor impulso de las Estrategias de Lisboa y Gotemburgo y reforzar las políticas de cohesión social y territorial, se pospuso la revisión de la política presupuestaria y el incremento del marco financiero plurianual, no se han tratado seriamente la homologación de políticas fiscales “equiparables” en (y para) todos los territorios de la UE., ni desarrollado nuevas fórmulas de reasignación de recursos.

 

Las repercusiones claramente favorables y los efectos positivos de la aplicación de los fondos estructurales y de cohesión sobre el desarrollo de los países y regiones con rentas inferiores a la media comunitaria se fueron desvirtuando por la acumulación de beneficios que la implantación del euro proporcionó a los países más prósperos. Así resulto frenado el avance del modelo social y de una Europa más equilibrada, justa, solidaria y cohesionada, comprometida con la democracia a escala global, el desarrollo de los Derechos Humanos y la Paz mundial y con la lucha contra el cambio climático y la pobreza.

 

Ante la pandemia mundial que provoca un fuerte impacto en la economía y la sociedad -emergencia de la que no se puede responsabilizar a cada país-, las promesas de fuertes apoyos (sin reservas) a los estados más afectados de la UE (Italia, España), después de varias semanas de debates aún no se han traducido en la mutualización comunitaria de los riesgos económicos y presupuestarios ante una crisis sanitaria y social sin precedentes. Cada aplazamiento en la toma de decisiones (en el seno del Eurogrupo, del Consejo y de la Comisión) ha repercutieron muy negativamente sobre las finanzas de nuestros países.

 

Mientras se siguen buscando fórmulas de compromiso (préstamos bonificados/ subvenciones para sufragar inversiones) sobre el fondo de recuperación y eludir la emisión mancomunada de “coronabonos”, la UE pierde credibilidad en el mundo y desconcierta a muchos de sus ciudadanos/as que rechazan acuerdos de mínimos y “medias tintas” y reclaman nuevas ideas y renovados protagonismos de la sociedad civil y de la política democrática: Debe abrirse un debate sobre la redefinición de las instituciones de la UE y la articulación más equilibrada entre la Europa mercantil, económica, social y política.

 

Los cambios que se avecinan en el proceso de globalizacíón no deberían pillar a la UE con el paso cambiado; necesita de armonización fiscal (no permitiendo competencia desleal en materia impositiva) y más recursos presupuestarios. Se debe elevar el techo de gasto, al menos hasta el 2% de la RNB, durante todo el período de programación 2021-2027 para afrontar la recuperación de la economía y la sociedad que implica reforzar sectores estratégicos, impulsar la reindustrialización, aprovechar el capital humano y tecnológico (I+D+I, IDT), dotar estructuras y mecanismos conjuntos de respuesta a emergencias y futuras crisis, blindar los servicios públicos de sanidad, educación, servicios sociales como bienes comunitarios de todos los estados miembros, afrontar el cambio climático, la protección de la diversidad e incrementar su papel como actor global.

 

Para la actual UE ha llegado el momento de resolver el dilema de su futuro: o las instituciones comunitarias toman las decisiones acertadas conforme a los principios de los tratados de la UE y al ideario europeísta para afrontar realmente la articulación política de la supranacionalidad , o una parte notable de la ciudadanía aumentará su grado de euroescepticismo hasta el punto de que algunos gobiernos tendrá dificultades para explicar las ventajas de la pertenencia a la UE, pudiéndose provocar, de facto, una ruptura geopolítica entre el Norte y la dimensión Euromediterránea. Y basta repasar la historia, para prevenirnos suficientemente ante posibles debilidades o retrocesos del proyecto europeo y el resurgir de “discordias” nacionalistas entre países.

 

En la respuesta en común: “No se trata tan sólo un deber por solidaridad, sino que también responde a nuestro propio interés. En esta crisis estamos todos los europeos en el mismo barco”.. (J. Habermas/ J. Fischer/ M. von Trotta y 70 firmas más: “Europa sólo podrá continuar existiendo si los europeos nos apoyamos mutuamente“  (ttps://ctxt.es/es/20200401/Firmas/31876/Habermans-Fisher-intelectuales-artistas-llamamiento-coronavirus-solidaridad-comisión europea ). Con tales premisas, debe iniciarse una nueva etapa de la construcción europea en la que desarrollar renovados impulsos sociales y federativos.

 

3.- Las urgentes reformas pendientes: Fortalecer el Estado de bienestar y las políticas públicas redistributivas.

 

En España, al tiempo que la(s) derecha(s) en la oposición reclama(n) un gobierno de concentración donde eludir sus anteriores responsabilidades y reforzar sus posiciones, pretenden la ruptura del Gobierno de coalición , presidido por Pedro Sánchez, con la intención de limitar y desvirtuar las muy necesarias reformas: las políticas de fiscalidad progresiva, contribución equitativa y justicia redistributiva que obtengan recursos para la recuperación de la economía productiva, reforzar la sanidad pública, educación pública, servicios sociales y prestaciones del Estado de Bienestar, corregir desigualdades, implementar una renta básica para proteger a las personas que han perdido su empleo, trabajo, negocio y/o no disponen de ingresos, también cambiar el modelo productivo (apoyo al sector primario y sectores estratégicos, reindustrialización), financiar suficientemente la I+D+I y potenciar la IDT, no abandonar bienes y productos básicos necesarios a la perversa dinámica del mercado y afrontar las consecuencias del cambio climático.

 

Muchas de esas políticas figuran en el programa del actual Gobierno de coalición entre las reformas y cambios que, desde hace tiempo, deben abordarse. Ahora –para afrontar la pandemia y sus tremendas consecuencias- se han añadido medidas de urgencia y actuaciones inmediatas, que resultan integrables en el marco del horizonte transformador que orienta, sustenta y debe mantener su acción política, para que muchas cosas no vuelvan a ser como antes y la salida de la crisis realmente se traduzca en una reconstrucción y recuperación sobre bases (estructuras) más firmes, económica y socialmente sostenibles.

 

En el complejo escenario de salida de la crisis, es necesario un pacto y/o acuerdo político y social de amplio espectro: en principio para seguir abordando las repercusiones de la pandemia con las múltiples medidas ya en marcha e implementar más líneas de actuación para la recuperación económica y social; y, además, ante las contradicciones, carencias y disfunciones que la pandemia ha puesto al descubierto, se impone la necesidad de reformas profundas que fortalezcan el papel del Estado para una mejor defensa del interés general, un mayor alcance y eficacia de los servicios públicos del bienestar, en especial recuperar el sistema sanitario, y dotar un sector público estratégico que garantice bienes, recursos, productos y servicios esenciales, tanto a la economía productiva como a la sociedad. Es decir, esas prioridades resultan bastante evidentes y deben contemplarse y abordarse durante la actual legislatura.

 

En los días álgidos de la pandemia, los medios informativos recordaban que en octubre de 2011 se promulgó la Ley General de Sanidad (por el Gobierno del Presidente Rodríguez Zapatero) que contemplaba estructuras fuertes de salud pública para dar respuestas coordinada a situaciones como la que vivimos; sin embargo durante el Gobierno de Mariano Rajoy la ley no se desarrolló, y el sistema sanitario público, especialmente en varias comunidades autónomas gobernadas por la derecha, fue recortado y “precarizado”: menos presupuesto, menos personal, plantillas insuficientes y un alto porcentaje de sanitarios sometido a la rotación de la contratación temporal, menos camas, menos recursos y medios; mientras se “derivaba” dinero público a pagar conciertos privados y externalizaciones de servicios. Como prioridad inmediata, la expansión de la pandemia ha revelado la necesidad de una sanidad pública potente, con suficiencia financiera bien dotada de plantillas de profesionales y mejor equipada. También se ha puesto de manifiesto la urgencia de mayor coordinación (estatal) y equiparación entre sistemas sanitarios de los territorios y en (con) los distintos niveles de salud pública y asistencial, y de éstos con los servicios sociales y de atención a la dependencia.

 

Un sistema fiscal justo, equitativo, eficiente y progresivo tiene que constituir un instrumento primordial en la construcción de otra política económica y social para la gente y corregir los muy acentuados desequilibrios y diferencias de renta y riqueza. Hay que disponer de bienes públicos y de dotaciones suficientes para implementar políticas públicas redistributivas y recuperar los servicios de bienestar como factores de equidad, cohesión social y equilibrio territorial.

 

Las políticas de rebajas impositivas y bonificaciones fiscales a grandes patrimonios, rentas muy altas, sociedades y conglomerados corporativos resultan disruptivas: favorecen únicamente a una élite muy reducida acentuando las desigualdades, perjudican a la economía productiva beneficiando al capital especulativo, debilitan la hacienda del conjunto del Estado y ello repercute en menos inversiones y precariedad de los servicios públicos.

 

Una reforma fiscal que articule un sistema tributario con mayor equilibrio entre las rentas del trabajo y las rentas del capital y homologable entre todas las Comunidades Autónomas hace años que viene siendo una de las reformas más necesarias, y ante las circunstancias actuales resulta ineludible. La armonización impositiva y limitar la competencia fiscal entre territorios es insoslayable para que las comunidades autónomas no compitan –entre sí y con el Estado- practicando el dumping fiscal: Un claro ejemplo de la asimetría impositiva se evidencia en la Comunidad de Madrid, mascarón de proa del PP en la política fiscal selectiva y restrictiva, que ha convertido el territorio autonómico (donde se ubica la capitalidad del Estado) en paraíso de elusión fiscal para grandes fortunas y mega-corporaciones; así se acentúan las desigualdades, se causa una enorme precariedad a los servicios públicos, mientras se reclama mayor financiación estatal.

 

En el conjunto plural del Estado Autonómico hay que despejar el horizonte federativo, aprovechando las experiencias de gobernanza multinivel y coordinación institucional (Estado, CC. AA. y entidades locales) para establecer una arquitectura “funcional” de colaboración estatal más efectiva (con y) entre los entes territoriales sobre todo en materias y ámbitos que han resultado claves en la situación de crisis: sectores básicos y esenciales de la economía, salud pública, sanidad, servicios sociales, educación, regulación del mercado laboral y protección a los trabajadores, recuperación de la actividad de autónomos y empresas.

 

También se debería avanzar (y converger) hacia un entendimiento federal-cooperativo para garantizar más ampliamente los bienes estatales comunes y los derechos sociales y laborales, con la finalidad de asegurar la equidad en las prestaciones, evitar riesgos privatizadores y afianzar la corresponsabilidad y solidaridad entre territorios, para que todos/as ciudadanos/as tengan acceso, en condiciones similares y con niveles equiparables de calidad , a los servicios públicos esenciales en cualquier lugar de residencia.

 

Desde la crisis anterior, en nuestro País ya eran muy necesarios acuerdos para esas reformas y otras prioridades que, ahora, deben tratarse en el pacto de reconstrucción. Sin embargo, es posible que sectores de la derecha y de la oligarquía financiera, anteponiendo sus interés al bien común, intenten una vuelta de tuerca sobre el Gobierno de Pedro Sánchez similar a cuando tras la crisis del año 2008 el Gobierno de Rodríguez Zapatero se sintió presionado para la reforma del artículo 135 de la Constitución y con la recomendación de las instituciones de la UE se impusieron duras políticas de ajuste. Así la deuda privada y de las corporaciones, por el estallido de la burbuja financiera, se traspasó a la deuda pública y las cúpulas de los negocios y grandes fortunas eludieron sus responsabilidades y continuaron acumulando más riqueza, mientras que el Gobierno Rajoy acentuó el deterioro de la situación social y laboral imponiendo más austeridad a la gente.

 

En la salida de la crisis actual no se pueden repetir aquellos errores: si elites poderosas consiguen volver a imponer las “recetas” insolidarias neoliberales para su beneficio, quedaremos anclados en una prolongada crisis estructural con enormes secuelas en la economía y la sociedad. El camino de la recuperación debe trazarse sobre las reformas que ya había diseñado el actual Gobierno, con las medidas “de choque” que se han adoptado para hacer frente a las consecuencias de la pandemia, abordando prioridades como las señaladas anteriormente e incorporando propuestas coherentes que, desde ámbitos políticos y agentes sociales, se están enunciando; son compromisos esenciales y fundamentales para que la recuperación alcance a todos los sectores y personas, que nadie quede atrás y se realicen los cambios necesarios superando la grave situación actual y para responder acertadamente a los desafíos futuros.

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Autor: José Miguel Sánchez Estévez

(Historiador, Profesor jubilado de la Facultad de Educación de la Universidad de Salamanca,  Ex Procurador del  Grupo Parlamentario Socialista de las Cortes de Castilla y León, Miembro de la corriente de opinión Izquierda Socialista - PSOE)

40 años de Izquierda Socialista

No hace mucho escribía en estas mismas páginas sobre el nacimiento del PSOE. Hoy rememoro el de Izquierda Socialista, única corriente oficialmente reconocida en su seno, y que cumple ahora 40 años. En un esclarecedor articulo publicado con motivo de su 20 aniversario, mi buen amigo, el profesor Antonio García Santesmases, relató los inicios de la corriente y glosó su ya larga trayectoria. Según él, el acta fundacional de la misma debía establecerse en el célebre 28º Congreso de mayo de 1979, en el cual, como es sabido, y por diversas razones, se produjo la dimisión de Felipe González, en un momento en el que los críticos no supieron (o, tal vez, no pudieron, debido a presiones sobrevenidas desde el exterior) hacerse con el control y la dirección del partido.

 

Durante aquel verano, y hasta que se celebró el Congreso extraordinario de septiembre, fuimos muchos los que asistimos perplejos a un debate encarnizado en torno al sentido de la transición política y al papel que debía jugar el marxismo en la definición ideológica del partido, así como sobre la estrategia a seguir para desarrollar un determinado modelo del mismo. Sin afiliación aún, aquel año ya me había incorporado al Grupo de Cultura del PSOE. Recuerdo que muchos consideraban necesario contar con un proyecto autónomo que no mantuviera contacto con otras fuerzas a su izquierda; concepción esta que, finalmente, acabó siendo la mayoritaria, tal vez por la disciplina que supo imponer, contra viento y marea, ese líder carismático que fue Felipe González, quien siempre entendió, igual que otros de su entorno más próximo, que un exceso de radicalismo restaba posibilidades al PSOE de llegar al poder, al que finalmente accedió, gracias al mantenimiento de esta posición, en las elecciones de 1982. La otra postura, liderada por Luis Gómez Llorente, reivindicaba un modelo similar al ya aprobado en el anterior Congreso de 1976, encaminado a establecer un bloque de progreso junto a otras fuerzas políticas y partidario de una política neutralista para España: un esquema parecido al que ya se defendía por aquellos años más allá de la propia socialdemocracia en algunos países del Viejo Continente.

 

La historia de lo dirimido en aquellos años en el seno del Partido Socialista no admite un relato simple; más bien, todo lo contrario: fue un proceso poliédrico, algunas de cuyas caras aún no han sido analizadas con suficiente perspectiva, y que incluso implicó algunos cambios estatutarios que, a la postre, propiciaron la victoria a los seguidores del felipismo. Este término, muy conocido tanto dentro como fuera del partido, se utilizó como etiqueta distintiva para identificar aquella corriente principal que acabaría en poco tiempo con las minorías existentes. El vocablo, si mal no recuerdo, lo acuñó Luis Gómez Llorente, aun cuando ya lo utilizara privadamente Pablo Castellano; quien quizás contribuyó más a su difusión fue, a mi parecer, Pepe Aumente. Alude el término a un giro del PSOE hacia la derecha, un culto carismático al líder, así como al arrumbamiento del marxismo, no solo como idea sino también como tradición dentro del socialismo democrático. Algo que se vio de forma clara en el cambio de posición política del PSOE en lo concerniente a la cuestión de la OTAN, así como en lo referente a las políticas económicas, las cuales fueron alejándose del recurso a las nacionalizaciones para instalarse en un claro liberalismo protector de los intereses de la clase más pudiente. Con ello se reivindicó un éxito económico que, sin embargo, acabó por complicar la vida a otros muchos, y que tuvo como indeseable colofón los casos de tráfico de influencias que no tardaron en aflorar.

 

En vísperas del triunfo socialista de 1982, Luis Gómez Llorente había dejado la política activa, Francisco Bustelo se recluyó en el Rectorado, y Manuel Sánchez Ayuso fallecía de forma repentina; debido a ello, a Pablo Castellano no le quedó más remedio que tirar él solo del carro de IS-PSOE, ayudado por otros compañeros, entre ellos Carlos López Riaño y Joaquín Martínez Björkman. Fueron años de desgaste para esta corriente, sujeta a un gran debate ideológico que se prolongó hasta la consulta de marzo de 1986. Un año después, tras la marcha de Castellano, se hicieron cargo de la dirección Antonio García Santesmases, Manolo de la Rocha y Vicent Garcés, tres grandes socialistas en cuyas ideas todavía me reconozco, y que trataron de conformar una verdadera ala izquierda dentro del partido. Después llegarían a la dirección miembros de mi propia generación, con Juan Antonio Barrio de Penagos, José Antonio Pérez Tapias y demás compañeros a la cabeza. Más tarde, ya en época de Sánchez, la corriente ha experimentado diversos intentos de ser instrumentalizada por otras instancias, así como una profunda crisis de crecimiento de la que ya parece vislumbrarse, pese a todo, la ansiada luz al final del túnel.

José Cobos Ruiz de Adana
01/07/2019

Laicidad, Libertad y Responsabilidad

En nuestro país las leyes hablan de “libertad religiosa”, pero apenas inciden en la libertad de conciencia, ni en la defensa de la laicidad como derecho real de respeto a las diferentes opciones morales y espirituales de la ciudadanía, que no siempre se reducen a las religiones.


La laicidad es una propiedad, carácter o condición de algo, generalmente aplicable a las instituciones, y por excelencia al Estado, de ahí las expresiones “laicidad del Estado” y “Estado laico”.


En palabras de Luis María Cifuentes, Fundación CIVES, existen ciertos elementos que configuran la acción de ejercer una laicidad real; la libertad de conciencia individual, la igualdad de todos y todas ante la ley, la total separación del Estado de las religiones en el ámbito jurídico y político y la defensa de la tolerancia y del diálogo intercultural e interreligioso. Para en el Estado laico no puede haber discriminación positiva o negativa hacia un grupo determinado en razón de sus creencias”. Así, por definición, la laicidad no tiene que ver con la religión como tal, a la que respeta profundamente, sino con su régimen de influencia en la esfera pública.

 

Nuestra actual Constitución no incorpora la idea de laicidad de Estado, consagra el principio de no discriminación por razón de religión pero no refrenda la neutralidad del Estado ante el hecho religiosoEl Estado Español tiene que realizar un esfuerzo para la integración de opciones diferentes personales bajo un mismo concepto de ciudadanía y para ello, se deben derogar tratados internacionales que nos obligan al mantenimiento económico de confesiones religiosas, cambiar la Constitución y la voluntad de nuestros representantes democráticos para buscar la neutralidad del Estado en cuestiones espirituales o, incluso mejor, su imparcialidad, y la laicidad es la herramienta necesaria para esa integración, desde la que se puede garantizar la libertad de elección y de representatividad.


El laicismo, contrariamente a lo que muchas personas creen, no es un movimiento antirreligioso, su objeto fundamental es defender la libertad de conciencia, la igualdad de trato entre todas las opciones espirituales y la dedicación del interés político a lo común y universal y no a lo particular. La existencia de un Estado y de un espacio público laico, asegurarán la coexistencia armoniosa en un país, así como la paz y el respeto, por lo que podría decir que el laicismo es sinónimo de fraternidad y sororidad.


Por lo tanto, la laicidad es el principio fundamental de la democracia. Es esencialmente el marco de respeto y de tolerancia a la libertad de cada persona y a su elección privada. Para todo ello es necesario un fuerte compromiso de la comunidad, porque la verdadera libertad, para que no sea pura teoría, necesita un gran sentido de la responsabilidad.

 

Los y las militantes del PSOE, en su ultimo 39 Congreso Federal defendemos la consolidación de un Estado Laico que garantice los valores derechos y libertades civiles adecuando su legislación a las características propias de una sociedad abierta, plural y compleja respetando las convicciones y expresiones ideológicas, religiosas, culturales y de género de todos los ciudadanos y ciudadanas, y trabajaremos en los diferentes espacios políticos e institucionales para que ello sea posible.

 

 

 

 

“Europa renuncia a valorar el trabajo doméstico pero sí incluye en el PIB actividades como la prostitución y el narcotráfico”

Marisa Kohan – Público.es

La economista y activista social, Carmen Castro, aboga por un modelo económico que ponga en el centro de su actividad la sostenibilidad de la vida y las aportaciones que realizan las mujeres que hoy por hoy no se valoran, ni se visibilizan, pero que pueden suponer el 45% del Producto Interior Bruto los países. Esto significa repensar las políticas públicas y la asignación de recursos económicos. Una economía feminista supone, afirma, replantear los comportamientos individuales, principalmente los que realizan o no realizan los hombres.

¿Cómo influye la economía tradicional, la que tenemos, en la vida de las mujeres?

La economía que tenemos, la ortodoxa o tradicional, está basada en una división sexual del trabajo que genera una asimetría jerárquica por cuestiones de género. Crea una sociedad jerarquizada, sesgada y androcéntrica que no tiene en cuenta las capacidades, las potencialidades ni las condiciones de vida de las mujeres. Esto quiere decir que el sistema productivo que conocemos es posible y se asiente fundamentalmente en un trabajo que es invisibilizado, no es reconocido ni valorizado y que fundamentalmente realizamos las mujeres en el ámbito del hogar y las relaciones sociales.

La economía tradicional parte de postulados como el de la mano invisible de Adam Smith, que dice que no hace falta que intervengas en el mercado porque ya la oferta y la demanda se encargarán de poner las cosas en funcionamiento. Pero el mejor ejemplo de esto es lo que hemos vivido en estos últimos ocho años. Cuando no se establecen regulaciones lo que ocurre es esta inercia de voracidad capitalista y depredadora de acumulación de beneficios.

Usted habla de la economía feminista. ¿En qué consiste?

Consiste en cambiar la mirada y aplicar una perspectiva feminista a cómo se organiza social y económicamente una sociedad y cuáles son las relaciones y los valores que la sustentan. Se trata de poner el foco en visibilizar y hacer emerger todos los desequilibrios y las múltiples desigualdades de género que provoca esta economía ortodoxa, ciega a todo lo que no sea una visión androcéntrica y occidentalizada. Una economía en la que el hombre es el centro de todo.

Supone también ..............

https://www.attac.es

Ruptura consumada

 

IÑAKI GABILONDO Madrid 07/09/2017 - 09:38 h. CEST

 

Ayer nos pasamos el día siguiendo de cerca la sesión del Parlament, sesión caótica, embarullada, de vergüenza ajena, como si se estuviera dirimiendo la batalla decisiva, como si la victoria parlamentaria de unos o de otros fuera a determinar si habría o no habría cisma, cuando eso estaba ya decidido de antemano, como se puso en videncia en un espectáculo de parcialidad y de dislocación de las normas que producía bochorno. Nos resultaba imposible reconocer la Cataluña que tanto admiramos.

Por la tarde un prohombre catalán me dijo: “Soy independentista, pero así y con estos, adónde vamos”. Yo pensaba: “Yo no soy independentista, pero con los que han permitido que esto llegue hasta aquí sin hacer nada, adónde vamos”. A mí me hubiera gustado que el Gobierno español hubiera por lo menos estudiado la posibilidad de autorizar el referéndum, pero no lo hizo, y enfrente el soberanismo creyó posible driblar con ingeniosas argucias el marco legal vigente y saltar limpiamente a una nueva legalidad, una ensoñación que predicó con gran imprudencia. Muchos creyeron que se trazaba un camino rápido, sencillo y sin riesgos que pronto verán que no es así.

Desde ayer el desafío ya es oficial. A partir de ahora en este septiembre histórico que se presenta terrible, con todas las cartas al descubierto, mediremos por un lado la capacidad coercitiva del Estado y por otro la determinación de la ciudadanía soberanista de seguir adelante contra viento y marea. Para empezar, el lunes en la Diada. Lo que se avecina va a ser duro, lo que se avecina puede ser muy peligroso. Se consumó la ruptura, se consumó el mayor fracaso de la democracia española

 

 

http://cadenaser.com/programa/2017/09/07/hoy_por_hoy/1504769898_905554.html

 

El submundo de los partidos (y la encarnizada lucha de unas primarias)

 

Las elecciones que se avecinan en el PSOE presentan todos los ingredientes para ser un proceso a cara de perro. También hay un populismo socialista, menos socialista cuanto más populista

 

Dista mucho de ser ejemplar el proceso de elecciones primarias para la secretaría general en que ya está inmerso el PSOE. Espero que nadie haga uso de la manida expresión de que los socialistas vamos a dar una lección de democracia. Necesaria la humildad. Igualmente pienso que nadie vendrá con la cantinela de que con estas primarias estamos en una nueva fiesta de la democracia. Nada de eso. Y no hay nada de eso porque es un proceso que viene viciado de origen por haber arrancado con la injustificable conspiración para defenestrar a quien ostentaba la responsabilidad de la secretaría general del partido, por el nombramiento de una comisión gestora que no ha hecho sino ahondar en su déficit de legitimidad, por la interesada dilatación de los plazos para convocar un congreso y por las prácticas alejadas de la transparencia y la neutralidad ante candidaturas concurrentes que acompañan la puesta en marcha de las primarias a las que la militancia socialista va a ser convocada. Desgraciadamente las cosas son así y no hay adorno posible que edulcore la penosa imagen que con todo ello transmite el PSOE a la ciudadanía, atónita ante los modos ventajistas de unos y la campaña de acoso y desprestigio que sufre quien, en su legítimo derecho, anunció su candidatura concitando un más que notable –sorprendente para algunos-- apoyo de amplios sectores de la militancia. Hablamos de Pedro Sánchez. Pero todo lo que ocurre requiere ir al fondo, a la búsqueda de los porqués del espectáculo fratricida en que puede derivar lo que ha de ser limpio ejercicio de participación democrática. 

 

Ciertamente, la política es todo un mundo con su propia lógica, como en el siglo XVI acertó a ver Maquiavelo. No quería decir el florentino que fuera un mundo aparte, pero sí que era, y es, un ámbito en el que rige una lógica propia cuyas premisas principales tienen que ver con el poder: con cómo obtenerlo y cómo conservarlo. El poder es realidad humana, tan humana que sobre ella se concentra la ambigüedad de nuestras realizaciones y la ambivalencia de nuestras capacidades. El poder es palanca para la activación de nuestros potenciales, individuales y colectivos, de cara a nuestra mayor humanización, o el poder es instrumento de dominio en el seno de la realidad social, capaz de inducir procesos de deshumanización que nos lleven incluso a las más bajas cotas de lo inhumano. Por ello, el mundo de la política produce sus propios submundos, como esos sótanos que al descender hacia ellos son la antesala del infierno. Si el mal es el abuso de poder, las distintas plantas de sótano son la gradación de los infiernos hacia el abismo. Es ahí donde la mirada de la ciudadanía tiende a retraerse, apartando la vista por ahorrarse contemplar la zafiedad del espectáculo. 

 

El poder como dominio es muy seductor para quien alcanza una posición en alguna forma privilegiada. Las instituciones políticas, articulando lo político mediante espacios y procedimientos establecidos con la suficiente legitimidad, ofrecen el pedestal desde donde encaramarse para trasmutar el poder como capacidad de hacer a favor de la comunidad en poder como dominio de unos sobre otros o, en el extremo, de uno sobre todos los demás. La ambigüedad de las creaciones humanas propicia que sea fácil transitar de un poder a otro, reduciendo la capacidad a voluntad de dominio. Si hablamos de empoderamiento refiriéndonos al proceso de ganar la posición adecuada para ejercer la capacidad que en cada caso es propia, ya Nietzsche vio cómo resulta pervertido ese empoderamiento desde que se ve reducido a una voluntad de dominio que absorbe toda posibilidad de un poder otro. No es ajena la producción de nihilismo, de sinsentido, a dicho dominio, pues el poder así entendido mata la vida.

 

Con razón, pues, tras Nietzsche, captó Weber que en la política, dada la lógica imperante, el poder dominio, con su carga de violencia, es el que prima. Resignado ante hecho tan aplastante, no dejó de señalar que la política, para no sucumbir a una i-lógica contraria a las indispensables exigencias del invento consistente en el Estado, había de establecer como condición necesaria el monopolio de la violencia legítima. Con todo, la violencia acarreada por el Estado en su más íntimo núcleo es inerradicable, siendo insoslayable medio para asegurar el orden social. El recurso supone, por su propia condición, una constante tentación para el abuso. Por eso, entrar en política, concluía Weber, supone pactar con el diablo. Lo diabólico del poder es su permanente potencial de dominio depositado en todos los intersticios de la arquitectura institucional, siendo tanto más seductora la tentación del abuso en los apartados rincones del subsuelo del mundo político, es decir, al interior de los partidos.  

 

Si el mundo político, en las democracias constitucionales, tiene las salas nobles del edificio en donde se hacen radicar gobiernos y parlamentos, quedan como oscura zona de servidumbre esas otras habitaciones del submundo donde se instalan los partidos, sobre los cuales se hacen recaer la logística e intendencia necesarias para que la maquinaria del poder funcione. Tal funcionamiento lleva anejo el conflicto y la competencia partidaria por los recursos, desde económicos hasta ideológicos, que requiere un protagonismo político enfocado a la conquista de un poder fuertemente disputado. La confrontación política no se da sólo entre partidos que compiten por situarse lo mejor posible en las instituciones –de suyo, aspirando a monopolizar las mismas, por más que ello se encubra con la retórica del pluralismo democrático--, sino que se traslada al interior de los propios partidos. La oligarquía que se constituye en el seno de los mismos –en este caso encubiertas sus pretensiones bajo la cobertura de falsas apelaciones a la participación de la militancia-- funciona aglutinada en torno a intereses comunes a la casta funcionarial a la que da paso una desmesurada profesionalización política. Robert Michels anticipó al respecto su certero diagnóstico. 

 

El submundo de la política en el que los partidos libran sus encarnizadas batallas por el poder interno, acompañadas por la lucha en torno a los recursos financieros para controlar sus instancias decisorias –y ahí radica la crucial importancia de tener el control de las fuentes económicas de la organización, incluidas las que manan por los cauces de la corrupción política, como se constata en los casos que nos llevan a las tenebrosas historias que van desde PP a PSOE pasando por CiU--, ofrece una descarnada panorámica de cómo se ventilan los asuntos propios. A través de ellos está en disputa el control del “aparato” que permite mantener engrasada la organización y controlar el acceso y la presencia en las instituciones, desde instancias caudillistas y mediante procedimientos clientelares, de quienes han de hacer presente al partido en las que supuestamente son instancias de representación de la ciudadanía.  Los resabios del viejo caciquismo no dejan de impregnar los modos que se hacen valer en una interna competición por el poder en la que las apelaciones a la fraternidad no tapan los duros enfrentamientos entre adversarios dentro de un mismo proyecto político que no hacen sino repetir la lógica amigo-enemigo a la que Carl Schmitt, injusta pero realistamente –hasta cínicamente--, redujo la dinámica política. 

 

No hace falta que un partido sea una formación política de vanguardia al modo del partido bolchevique diseñado por Lenin para que la profesionalización política llegue al extremo de que se impongan las particulares expectativas del vivir de la política sobre el vivir para la política –de nuevo el inagotable Weber--, de forma que al competir por el apoyo o por el designio “dedocrático” interno se activen toda clase de ardides para eliminar a contrincantes. Si ello ocurre además en un contexto tal en el que el competidor indeseable es un antiguo secretario general –máximo dirigente del partido-- al que se le derribó de su puesto por los más torticeros mecanismos, no se reparará en gastos, incluidos los de la deslegitimación ante la militancia y el descrédito ante la ciudadanía, para evitar que vuelva a ocupar el puesto del que fue desalojado. Como quedó señalado, es lo que sucede en un PSOE en el cual las elecciones primarias que se avecinan presentan todos los ingredientes para ser un proceso a cara de perro en el que los ladridos ahuyentarán a la ciudadanía y en el que es de temer que primen las carencias en cuanto a transparencia, imparcialidad de los órganos dirigentes, igualdad de condiciones entre candidaturas y ausencia de indebidas presiones sobre quienes quieran avalar a un candidato o vayan a ejercer su derecho al voto. En las próximas primarias para la elección de quien haya de desempeñar la secretaría general se juega el PSOE su ser o no ser. Si se deja que todo se hunda en ese submundo partidario que lastra la vida democrática misma de nuestras sociedades, sólo añadiremos más basura sobre una democracia sumida en el descrédito y sometida a la erosión de la demagogia. También hay, por cierto, un populismo socialista, que cuanto más populista, menos socialista. 

 

José Antonio Pérez Tapias

Es miembro del Comité Federal del PSOE y profesor decano de Filosofía en la Universidad de Granada.


El ascenso de la extrema derecha en Europa

 

Notas sobre el auge de la extrema derecha en Europa

 

1.- La extrema derecha no es el fascismo, aunque en algunas cosas se le parezca. Podríamos decir al modo de Emmanuel Terray que la extrema derecha “se mueve en el espacio intermedio que separa a la derecha clásica del fascismo”. Si en la derecha hay siempre una pulsión a favor del orden establecido, no es el caso del fascismo que pretende la construcción de un Estado nuevo, que alienta a las masas contra las élites, que cree en la violencia y en la guerra como estado superior de la realización humana y que hace del vínculo directo entre el líder y las masas la forma suprema de la política. No hace falta recordar que para Carl Schmitt el estado nazi y el estado bolchevique tenían una cosa común: era las dos formas de estado modernas.

 

Esto no significa que no haya espacios de proximidad entre la extrema derecha y el fascismo. Buena parte del programa –sobre todo por lo que hace a la exaltación nacional, la defensa de una identidad excluyente conceptualmente cercana a la idea de raza y a la identificación pueblo patria- es compartida.

 

La derecha democrática se mueve actualmente entre los parámetros del llamado neoliberalismo económico y el conservadurismo social. Los neoliberales ponen el acento en la desregulación de la economía, en el papel ancilar de la política supeditada a las exigencias del poder financiero global, en el cosmopolitismo, en la globalización sin fronteras, en la prioridad del crecimiento y del beneficio empresarial sobre la redistribución y la cohesión social.

 

Aunque el crecimiento de momento sólo beneficie a unos pocos, a la larga acabará reportando beneficios a todos, como el agua que cae del cielo. El escritor suizo Jonas Luescher bautizó este argumento como teoría del estiércol de caballo: “Cuanta más avena demos al caballo, más abundante será su producción de excrementos y los pajarillos tendrán más para comer”.

 

Apoteosis de la idea de desigualdad y del desprecio del neoliberalismo por el común de los mortales. El conservadurismo apuesta por la continuidad, por la tradición, por los valores cristianos, por el orden por el marco patriótico y nacional. Ambas concepciones raramente se dan en estado puro, y más bien se han ido acoplando en la medida en que el neoliberalismo marca los límites de la gobernanza económica y el conservadurismo aporta la cobertura política, para hacer más llevaderas las incertidumbres que el proceso de globalización genera en los ciudadanos. François Fillon es un ejemplo casi perfecto de ello: él mismo se presenta como liberal en lo económico y radical conservador en la tradición de la derecha católica francesa.

 

En este contexto, la extrema derecha representa la radicalización de los valores conservadores para encuadrar a unas clases medias y populares que se sienten abandonadas e indefensas. Los valores fundamentales son compartidos: orden, autoridad, jerarquía, desigualdad, defensa de las instituciones, nacionalismo fundamental, prioridad a los nacionales, lo que vería es el nivel de intensidad. Volviendo a Emmanuel Terray: “Si la derecha clásica sólo admite la violencia si se ejerce en los límites fijados por la ley; la derecha extrema la contempla como un medio entre otros, a utilizar en función de las circunstancias”. Y así el rechazo al extranjero se convierte en xenofobia, el patriotismo en nacionalismo identitario y chauvinismo, la lucha antiterrorista en guerra al Islam, la autoridad en autoritarismo.

 

Y una última precisión conceptual: hay que abandonar la inflación de palabras usadas con intencionalidad política, ya que nada significan: no aportan conocimiento sino confusión; no sirven para entender sino para fomentar la ignorancia. La razón de su uso es estrictamente descalificatoria. Simplemente, se trata de colocar una etiqueta al adversario que le marque como excluido. Me refiero especialmente a populismo y antisistema. Y ahora está entrando en escena una tercera que camina rápidamente hacia este papel de gadget ideológico para todos los servicios: posverdad.

 

A juzgar por los discursos oficiales, Marine Le Pen, Trump, los Grillini, el independentismo catalán y Podemos tienen en común que son populistas y antisistema. Magnífico recurso para descalificar a todo aquello que desborda los estrictos límites del monopolio tradicional del poder, sin aportar información ni conocimiento alguno. Lo único que une a cosas tan dispares es que son diferentes expresiones al malestar generado por los estragos provocados por los años nihilistas en que se creyó que todo era posible, que no había límites al capitalismo, que acabaron con la crisis de 2008, y por la gestión que de ella hicieron los gobiernos conservadores y socialdemócratas. Pero la extrema derecha, ya sea en su versión norteamericana –Trump- o en su versión francesa –Le Pen- no tiene nada de antisistema, al contrario, es el plan B autoritario del sistema, y el independentismo catalán será anticonstitucional pero sumamente respetuoso con el sistema económico y social.

 

Igualmente, populismo es una palabra que atrapa todo, que ya no significa nada. Sus definiciones más solventes son dos: hacer promesas a la ciudadanía a sabiendas que no podrán ser cumplidas. Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Nada se ajusta tanto a esta definición como la campaña electoral de Rajoy de 2011. La otra definición gira en torno a la conversión del pueblo en sujeto político de cambio, bajo liderazgos personales fuertes. Pero el pueblo es un concepto demasiado amplio, que sólo adquiere sentido desde la pluralidad que lo constituye. Algunos dirigentes de Podemos han hecho suya la idea de populismo, para identificar la construcción de un nuevo relato de base popular. Pero que poco tiene que ver con el uso descalificativo que se hace del término populismo, y con los otros movimientos identificados como tales. En cuanto a la posverdad -`presentar como novedad la apelación a los sentimientos y a las emociones en política’-, me parece ridículo. La novedad es que la viralización de las mentiras las convierte en verdades con grandes dificultades para combatirlas. Para revisar el crecimiento de la extrema derecha en Europa hay que despojarse de estos tópicos.

 

2.- En general, toda Europa viene sufriendo un desplazamiento a la derecha desde los años 80. La inseminación de la derecha clásica por el llamado neoliberalismo, que ha dado lugar a una síntesis a menudo llamada neoconservadurismo, en un contexto de inseguridad e incertidumbre creciente; y la incapacidad de la izquierda para dar respuesta al desamparo de las clases medias y populares hundidas por la crisis, ha dejado espacio libre al crecimiento de la extrema derecha en Europa. La derecha clásica ha sido radical en las devastadoras políticas económicas, pero discreta y prudente en el discurso público. Y la extrema derecha, sin complejos a la hora de levantar la voz, ha canalizado las iras de muchos sectores. Y ha conseguido arrastrar a buena parte de la derecha –e incluso a la izquierda en algunos casos- para hacer su propia agenda.

 

La extrema derecha se nutre de las crisis de las clases medias. Como ha descrito Marina Subirats, desde los años 90 se fue construyendo la ilusión de que toda la sociedad era una inmensa clase media, con unos pocos ricos en la parte de arriba de la pirámide que habían optado por la secesión, y unos sectores marginales, casi invisibles, por la parte de abajo. Unos compraban en Zara y otros incluso en Louis Vuitton pero la quimera de la felicidad estaba construida con los mismos mimbres mentales del consumismo de masas. Esta ilusión se quebró con la crisis de 2008 que rompió a las clases medias por la mitad. Los que conservaron el empleo y pudieron mantener su trabajo profesional, favorecidos por la caída de la inflación, pudieron trampear la crisis razonablemente, pero se sintieron asediados por una de los sentimientos que más rápidamente se propagan en las clases medias: el miedo. Los que perdieron posición y se encontraron ante un abismo que creían ya superado para siempre, entraron en el desconcierto y la angustia. Y muchos de ellos abandonaron a los partidos en los que habían confiado al sentirse traicionados y se dejaron llevar por el rechazo a la política o por las promesas de redención comunitarista que ofrecía el discurso duro de la extrema derecha. La izquierda vio cómo su propio electorado se iba al otro lado del espectro. Y la derecha, pero también la socialdemocracia, optaron por el mimetismo de la extrema derecha: seguridad, xenofobia y miedo, con lo cual no hicieron más que reforzarla.

 

3.- La ciudadanía, en su desamparo, necesitaba chivos expiatorios: los encontró en los inmigrantes y en las élites. La crisis de los refugiados –a la que Ángela Merkel intentó inicialmente responder con franqueza, pero acabó acomodándose al estado general de opinión- reforzó el discurso contra los extranjeros, convirtiendo a los nacionales en víctimas y presentando a los inmigrantes como privilegiados que nos roban bienes y derechos. Desde esta perspectiva se han ido desplegando todos los tópicos del discurso de extrema derecha: excepción nacional, antieuropeísmo, repliegue identitario, prioridad a los autóctonos, comunitarismo, rechazo a la diversidad cultural. Los atentados del terrorismo yihaidista han reforzado el rechazo al extranjero, convirtiendo a los musulmanes en principal chivo expiatorio.

 

El complemento ideológico de la extrema derecha es el discurso antiélites, que les permite presentarse como lo que no son: una alternativa al sistema. En realidad, la extrema derecha es el plan B del sistema: la vía más directa hacia el autoritarismo posdemocrático. Pero se trata de capitalizar la reacción de la ciudadanía contra unas clases dirigentes y contra una clase política que, escondida detrás del discurso de los expertos, se ha ido alejando de la ciudadanía y desconectando de ella. Y para ello se presenta como personas ajenas a los que mandan, cercanas al pueblo y parte de él. Autenticidad popular como fondo de legitimación: somos como todos. El discurso antiélites es también una respuesta a una política que está transformando la democracia por la vía de la transferencia de la soberanía hacia la aristocracia de los expertos. Es decir, hacia la liquidación de la democracia liberal.

 

4.- La derechización de Europa debilita enormemente los valores de las grandes tradiciones liberales y republicanas europeas. Como si la enorme inundación producida por la globalización, que siguió a la caída del muro de Berlín, siguiera todavía activa. Primero, se llevó por delante al comunismo, después a la socialdemocracia, ahora tocaría al liberalismo. La razón crítica, la conciencia universal expresada en el imperativo categórico kantiano, la idea de humanidad como portadora de derechos básicos de todas las personas, las libertades civiles, se sienten amenazadas. Y el principio republicano es reemplazado por un comunitarismo de la peor especie. Y lo grave de la situación es que la derecha abandona el liberalismo ideológico –que no el económico- para hacer suya la agenda de la extrema derecha. Lo hemos visto en Francia donde la derecha católica, tradicional y conservadora ha desplazado al más liberal de los candidatos de las primarias, Alain Juppé, a favor del neoconservadurismo de François Fillon.

 

Y no olvidemos que la derecha española ha sido pionera en este sentido. Mariano Rajoy intentó imponer una contrarreforma en los primeros años de su mandato. El presidente quiso demostrar que la derecha había recuperado el poder sin complejos, y puso en acción al arsenal católico, conservador y centralizador. Desde la impunidad de la mayoría absoluta, implementó tres proyectos estrella que encargó a los tres ministros con más carga ideológica del Gobierno: la ley de Educación de Wert, la ley Mordaza de Fernández Díaz, y la del Aborto, en manos de Alberto Ruiz Gallardón. La propina fue la reforma laboral. Los tres ministros ya no están, sacrificados a mayor gloria del presidente. La reforma del aborto quedó en intento. La Lomce ya ha decaído, envuelta en una promesa de pacto sobre la educación. Y la ley Mordaza está en el punto de mira de la oposición. España resiste, en parte porque la reacción contra la crisis nihilista ha venido de la izquierda y no de la extrema derecha.

por Josep Ramoneda

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‘LA INSOPORTABLE CONTRADICCIÓN DE UNA DEMOCRACIA CÍNICA’

JOSÉ ANTONIO PÉREZ TAPIAS / AUTOR DE ‘LA INSOPORTABLE CONTRADICCIÓN DE UNA DEMOCRACIA CÍNICA’

“El sacrificio de Pedro Sánchez fue una operación de Estado”

 

José Antonio Pérez Tapias (Sevilla, 1955) vuelve a casa por Navidad. Lo hace, concretamente, en la Editorial de la Universidad de Granada, institución donde ejerce como profesor y ocupa el cargo de decano de la Facultad de Filosofía y Letras. El libro se titula La insoportable contradicción de una democracia cínica, una recopilación de textos —varios de ellos publicados aquí, en CTXT— escritos entre 2015 y 2016 en los que analiza y contextualiza la situación política de nuestro país y la Unión Europea durante ese tiempo. 

La crisis de la democracia es el denominador común de un libro que recorre el deterioro de las instituciones y la pérdida de afecto de la ciudadanía por sus líderes políticos. Lo hace desde la izquierda, apuntando directamente al partido en el que milita Pérez Tapias, el PSOE. A través de la aparición de la “nueva política”, el resurgimiento del populismo de derecha y situaciones tan dramáticas como la de los refugiados, La insoportable contradicción de una democracia cínica trata de arrojar algo de luz en una cronología de acontecimientos que deja un panorama desolador para el europeísmo y la socialdemocracia. 

¿Se encuentran los sistemas democráticos en un punto de no retorno?

Están en un momento crítico, crucial. Estamos viendo cómo en muchísimos países se está dando una crisis de representación política, con una distancia muy grande entre la ciudadanía y sus representantes. Y esa distancia es un síntoma claro de que algo está fallando en los sistemas democráticos. Por tanto, es ahí donde urge encontrar esas soluciones que vayan en el camino de una democracia más participativa, donde esa conexión entre ciudadanía y representantes sea mucho más viva y fluida, y donde además la participación democrática no quede restringida al momento electoral.

La democracia es el sistema político de los Estados de Derecho que hoy pueden presentarse como tales, y está ocurriendo que los mismos Estados se están viendo relegados a una situación de impotencia grave respecto al mercado y los grandes poderes financieros. Esa misma crisis del Estado frente al mercado está repercutiendo también en la legitimidad con que se perciben las instituciones democráticas, de forma que la ciudadanía pasa a desconfiar de los gobiernos porque no responden a las expectativas o a los programas electorales. Y ocurre tanto en el ámbito de los Estados nacionales como en el ámbito de los supranacionales, como es la Unión Europea. Hace unos años hablábamos de un déficit democrático y hoy nos encontramos con una Unión Europea que tiene mucho de antidemocrática en su funcionamiento.

 

¿Qué representa el proyecto europeo para la supervivencia de la democracia?

 

La Unión Europea era vista como un lugar donde se había consolidado el Estado de bienestar, con una serie de políticas sociales que respondían a ciertos derechos sociales y un espacio de democracias consolidadas. Eran elementos fundacionales, donde los derechos políticos y civiles estaban suficientemente consagrados y fortalecidos. Y lo que nos hemos ido encontrando .................

 

¿Se trata de un modelo agotado, entonces?

 

Yo he llegado a decir que como proyecto político la Unión Europea está muerta. Lo que la mantiene hasta ahora es el euro. Por conservar el euro la propia Unión Europea está autodestruyéndose, con políticas económicas que van en una dirección muy contraria a las demandas y necesidades de la ciudadanía. Una Unión Europea sometida a las dinámicas de un mercado global desde una posición política muy débil: desde Europa se pensaba que se podía difundir a otras latitudes el modelo social europeo, y estamos viendo que el camino que se está recorriendo es a la inversa. En ...........

 

¿Aún tenemos oportunidad de tener voz o hemos quedado relegados a un plano de trágala permanente?

 

Una de las tareas de la acción política es ensanchar los márgenes de lo posible. No vale quejarse de que no hay margen, lo que hay que hacer es conseguir esos márgenes. Posibilidades hay. Lo que necesitamos es la suficiente inteligencia y voluntad política para lograr ese ensanchamiento transformador. Hay quienes lo han intentado, pero en unas situaciones tan difíciles que les ha sido imposible. Es el caso ...............

 

En su libro habla del drama de los refugiados y el auge de la xenofobia en Europa durante 2016. Más allá de las políticas xenófobas, ¿podremos hacer frente a las ideas que empiezan a arraigarse en la ciudadanía? 

La situación se complica por esas fuerzas xenófobas ultranacionalistas que canalizan un rechazo al otro, una especie de alergia, como digo en algunos pasajes del libro, adoptando una posición de exclusión. Hay mucha ceguera política en eso, mucho interés. Respondiendo al título del libro: unas notables dosis de cinismo. Porque las mismas contradicciones que se presentan ante esta situación ni siquiera se afrontan con un discurso decente u honesto, sino que se hacen valer en favor de la ley del más fuerte. ........................

 

¿Estamos asistiendo a una era política alimentada por la miseria? 

 

La política actual está alimentándose, tanto en el ámbito europeo como en el español, de un cinismo enorme. El capitalismo es un capitalismo cínico, porque ni siquiera necesita la cobertura ideológica o la manutención de cierta hipocresía social y apariencia, sino que se presenta descarnadamente: viene generado desde las élites económicas de un capitalismo omniabarcante e inmisericorde, contaminando la vida de las sociedades y contaminando la política a todos los niveles. Y así, .............

 

Hablaba sobre la falta de una democracia participativa y la necesidad de una representación política real. ¿Es un problema de instituciones o de la mediocridad política de quienes las ocupan? 

 

En una situación de crisis como la actual, en la que además se solapan las crisis, las instituciones (y la democracia española en general) necesitan una reforma constitucional en profundidad. En estos momentos de crisis se evidencia cómo falla la articulación de lo que llamábamos décadas atrás los factores objetivos y los factores subjetivos. Por una parte, las instituciones, que en sus propias dinámicas van formulando patologías en su funcionamiento por mecanismos muy oligárquicos y estructuras muy viciadas. Por otra, ...........

 

En el libro le leemos hablar, inevitablemente, sobre la crisis del PSOE. ¿Se ha contagiado el partido de ese cinismo democrático? 

 

Estamos ante un clima social muy consolidado, como he dicho, contamina todo. Este cinismo político penetra por todos los poros de las organizaciones y por eso nos encontramos cosas que para cualquier observador externo, o interno, son muy chocantes, si no escandalosas. Que en un partido político se pida juego limpio por quienes a todas luces no han practicado ese juego limpio que en democracia es exigible forma parte de ese discurso instalado en el cinismo político. Lo vemos constantemente, en el caso del ........................

 

¿Se parecen cada vez más Susana Díaz y Mariano Rajoy?

 

Podría decirse que tienen elementos en común, pero creo que en este caso los estilos personales son muy distintos, lo cual no quiere decir que sean virtuosos. Todos sabemos que Rajoy es el “maestro” del inmovilismo político, y desde luego en cuestiones de cinismo va bien servido. Pero los modos en los que actúa Susana Díaz responden a otras características. Puede sobreactuar ...............

 

¿Es Pedro Sánchez el Tsipras del PSOE? 

 

Pedro Sánchez, a través de sus manifestaciones y sus modos de actuar, ha hecho un recorrido muy interesante y muy costoso en términos políticos y personales. Se vio muy constreñido como secretario general porque le cortaron las alas y le ataron de manos y pies a la hora de, con los resultados electorales obtenidos, buscar alianzas de gobierno en el caso de que el PP no pudiera formarlo. Cuando Pedro Sánchez abre el camino de la izquierda ................

 

Podemos se cuela en cada página para servir de gancho entre la nueva y la vieja política. Con lo visto en las últimas semanas, ¿ha quedado la “nueva política” en poco más que caras nuevas?

 

En todo esto también hay ciertos excesos de confianza. Cualquiera puede pensar que lo que les pasa a los otros no le pasa a uno mismo, y no es así. Las organizaciones son capaces de generar ciertas dinámicas muy parecidas en unos partidos y otros. Hay que estar muy vigilante y ejercer importantes dosis de autocrítica para que estas situaciones no se produzcan y saber encauzarlas, tanto ...........

 

¿Es posible, en algún caso, una “nueva política”? 

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entrevista

El redescubrimiento de la clase trabajadora en los países a los dos lados del Atlántico Norte

Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales. Universidad Pompeu Fabra

 

Independientemente del mérito o demérito que pueda tener la palabra populismo para definir lo que está ocurriendo en gran parte de los países de la Unión Europea y en EEUU (tema para otro artículo), la realidad es que este término se está empleando para ocultar un fenómeno mucho más llamativo e importante, que es la necesidad de recuperar categorías analíticas que ayuden a entender la realidad que nos rodea y que han sido deliberadamente marginadas por los establishments político-mediáticos de tales países desde los años ochenta, tales como los conceptos y términos de clases sociales y conflicto de clases. En cada uno de los mayores eventos que han supuesto verdaderos tsunamis políticos en los países a los dos lados del Atlántico Norte (los cuales han cogido por sorpresa a sus establishments político-mediáticos), tales como la victoria del candidato republicano Trump en EEUU o el Brexit en el Reino Unido, ha habido un elemento en común: la movilización de la clase trabajadora (clase social que supuestamente había desaparecido en el análisis y la narrativa de tales establishments) en contra de políticas públicas neoliberales impuestas (y digo impuestas pues no estaban en sus ofertas electorales) por partidos gobernantes que han estado aplicando dichas políticas, las cuales han estado dañando enormemente el bienestar y calidad de vida de las clases populares, hasta tal punto que en EEUU, por ejemplo, su esperanza de vida ha ido descendiendo como resultado de la aplicación de dichas políticas.

 

En estos países, mediante los movimientos que sus establishments político-mediáticos definen como populistas, la clase trabajadora ha jugado un papel clave en el rechazo y movilización contra tales políticas públicas, rechazo que se ha hecho extensivo a dichos establishments, percibidos correctamente como sensibles hacia los intereses de los poderes financieros y económicos, y espectacularmente insensibles hacia el bienestar de las clases populares, que constituyen la mayoría de la población. De ahí que una característica de estos movimientos de rechazo haya sido su profundo malestar con las instituciones llamadas representativas, así como con los instrumentos políticos que históricamente habían estado al servicio de la clase trabajadora (donde se habían originado), los cuales han sido percibidos como parte de aquellos establishments (y que cuando han gobernado han aplicado las mismas políticas que las de sus adversarios políticos, representantes de los partidos próximos -y derivados- de las clases dominantes). Ni que decir tiene que otras clases han intervenido en estos movimientos también, incluidos sectores de las clases profesionales y amplios sectores de las clases medias que se han ido proletarizando, consecuencia de las políticas públicas neoliberales que han afectado también negativamente su bienestar y calidad de vida. Pero la movilización de la clase trabajadora frente a las políticas llevadas a cabo por los gobiernos e instancias superiores (como las instituciones de gobernanza de la Unión Europea en el caso de Europa, instrumentos de las clases dominantes) ha sido determinante en tales movimientos llamados populistas.

El redescubrimiento de la clase trabajadora por las derechas y ultraderechas

 

En realidad, la concienciación sobre este hecho explica la respuesta de las estructuras de poder frente al protagonismo de la clase trabajadora, llegando al nivel de que el Partido Conservador británico, dirigido por la nueva primera ministra del Reino Unido, la Sra. Theresa May (uno de los partidos gobernantes en la Unión Europea que ha aplicado con mayor intensidad las políticas neoliberales), se ha erigido en el partido de la clase trabajadora (sí, ha leído bien, así lo definió la Sra. May), recuperando, en su discurso, la narrativa de la lucha de clases (la clase trabajadora frente a los establishments político-mediáticos británicos y europeos) que incluso las izquierdas tradicionales habían abandonado. La utilización de un mensaje soberanista frente a los poderes fácticos extranjeros, con un discurso claramente antiestablishment con marcado acento de conflicto con las estructuras del poder, está caracterizando a esta derecha, convertida en la ultraderecha, en una situación con ribetes parecidos a lo que ocurrió en los años treinta del siglo pasado, cuando aparecieron y se expandieron el nazismo y fascismo, que hay que recordar que se llamaron a sí mismos nacionalsocialistas.

 

Una situación semejante ha ocurrido en EEUU, donde la movilización de la clase trabajadora blanca (que es la mayoría de la clase trabajadora estadounidense) ha jugado un papel determinante en la victoria de un candidato, Donald Trump, que se presentó como su representante (“I love the little people, forgotten in this country”) frente a un establishment político-mediático altamente impopular, y con un programa que tenía elementos atractivos para dicha clase trabajadora, como la eliminación de los tratados de libre comercio, que han facilitado la pérdida de puestos de trabajo en EEUU.

 

Esta situación de pujanza de este discurso de clase es un indicador más del enorme coste que ha significado para las izquierdas tradicionales su abandono del discurso de clases, un vacío que han llenando las nuevas derechas que hábilmente lo han recuperado para fines electorales que han sido altamente exitosos. La copia mimética por parte de las izquierdas de los términos utilizados por las derechas, refiriéndose a la mayoría de la población como personas pertenecientes a las “clases medias”, sin hacer referencia a la clase trabajadora (que continúa siendo la gran mayoría de las clases populares) ha tenido sus costes, hábilmente utilizados por las derechas, convertidas en ultraderechas.

publico.es

Por qué la izquierda portuguesa lo consiguió y la nuestra no

Enrique del Olmo
Sociólogo y militante socialista

El pasado día 19 de noviembre, en el círculo de Bellas Artes de Madrid, y organizado por Marga Ferré, la directora de la Fundación Europa de los Ciudadanos, se celebró un magnífico debate sobre el Gobierno de Portugal con participación de la Diputada de En Marea Yolanda Díaz, y José Gusmão del Bloco de Esquerdas que ha participado en las negociaciones para la configuración del acuerdo parlamentario entre el PS de Antonio Costa, el PCP y el Bloco.

Fue como si nos colocasen un espejo delante de la cara y nos dijese el espejo: ¿Por qué nosotros no? Hay varios elementos que nos permiten acercarnos a una reflexión positiva.

En Portugal lograron un acuerdo para un Gobierno y un programa de medidas de urgencia social, con menor fuerza parlamentaria y electoral que en España a la altura del 20-D. ¿Qué hicieron allí y no aquí? ¿Y qué errores u opciones políticas se tomaron en España que impidieron una salida a la portuguesa, que no dudo que nos tendrían a todos más felices?

La primera cuestión es que en Portugal, en palabras de Gusmão: “El PS tuvo una voluntad de buscar un acuerdo a su izquierda fue capaz de romper el llamado arco de la gobernabilidad (PSD, CDS y PSP)”.

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El segundo tema fundamental. ¿Cuál fue la base del acuerdo?, también nos lo contesta Gusmão: “Otra de las claves del acuerdo fue que todos los partidos de izquierdas fueron muy solidarios y además fijamos unos objetivos muy concretos de mejora de la calidad de vida de gente y pusimos el foco en la devolución de renta a la población y en la devolución de derechos”.

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Tercera cuestión, a pesar de las enormes dificultades, a pesar de ser un país pequeño en la Unión Europea, a pesar de estar aislado por la derrota griega y el fiasco español. El gobierno portugués ha demostrado con hechos que otro camino era posible.  ...........

La cuarta cuestión que situó Jose Gusmão fue la necesidad de que la movilización social vuelva al primera plano.

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Desde el amargor de haber fallado a nuestros compatriotas ibéricos, extraigamos las conclusiones positivas apoyándolos y buscando un camino para revertir este gris panorama del Gobierno de Rajoy.

publico.es


PSOE, balance de una época

Hace mucho tiempo que en los congresos del PSOE no se discute en torno a la viabilidad del proyecto socialdemócrata, a su capacidad o incapacidad de atraer a la gran mayoría de la población. La deliberación sobre ideas y proyectos fue sustituida por la búsqueda de liderazgos que nos condujeran al gobierno. Desde que Felipe González dejó de ser secretario general (1997), el PSOE se centró sobre todo en encontrar, cuanto antes, un líder nacional que hiciese real el apotegma: “somos un partido de gobierno”. De tanto poner énfasis en conquistar gobierno soslayamos la tarea política primordial de un partido: definir y delimitar el ideario del campo socialista para, de esa manera, fomentar un sentimiento de pertenencia que fuera más allá de los intereses territoriales de cada una de las federaciones que integran el partido. Es decir, se sobrepusieron las aspiraciones territoriales –y algunas veces, las estrictamente locales, para mayor carga de inconsistencia– en debates que deberían haber tenido un sentido transfronterizo, hasta llegar al extremo de adoptar decisiones “verticales” en virtud de los intereses de cada una de las regiones y de sus respectivas “baronías”. Cobró cuerpo la verticalidad y perdió la horizontalidad en los posicionamientos políticos. La oligarquización en la toma de decisiones sustituyó a la democracia deliberativa y, con ello, la vida interna del partido fue volviéndose cada vez más líquida o, si se quiere, más silenciosa compensada, la mayoría de las veces, por la acumulación de cargos institucionales a nivel local y regional. Así pues, el debate ideológico llegó a convertirse en un actor secundario y la escena crucial la protagonizó la elección de quién sería cabeza de cartel en el siguiente concurso electoral.

Lo importante, recargar la batería ideológica y abonar el terreno de las emociones para que la sequía del desencanto no agudizara la sensación de irrelevancia, enmudeció a favor de la incorporación de un modelo presidencialista o cesarista que acabaría por laminar cualquier intento de fortalecer la democracia interna. Lamentablemente, el procedimiento de primarias no ha coadyuvado a extender la democracia deliberativa en los órganos de toma de decisión ni tampoco ha servido para integrar a las minorías discrepantes en las distintas ejecutivas y en las instituciones. Por el contrario, las primarias han sido utilizadas para afianzar el modelo bonapartista y zafar al líder de turno de debates trascendentales a costa de renunciar al sentido último de la socialdemocracia. Quede claro, no estamos en contra de las primarias. Estamos en contra de legitimar las primarias como un proceso en el que “el que gana lo gana todo y el que pierde lo pierde todo”. El sentido de las primarias no puede ser el de sacralizar al líder y convertir a la militancia en monaguillos. No basta con decir “un militante, un voto”; es necesario pero insuficiente para democratizar realmente al partido. Hace falta establecer mecanismos que garanticen mayores cotas de inclusión en las distintas esferas de la vida orgánica e institucional del partido. En anteriores artículos publicados en infoLibre, expusimos algunas propuestas para evitar los efectos perniciosos del sistema de primarias.

Las preguntas que subyacen aquí son: ¿por qué los ciudadanos ya no conectan con nosotros?, ¿por qué el PSOE ha dejado de ser visto como partido impulsor de los cambios sociales?, ¿por qué el PSOE ha perdido el tono vital hasta el punto de ser percibido como una fuerza complementaria del sistema? Hay quienes, con poca memoria, sitúan el momento del gran desapego en el final de la legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. Es más, para la denominada “vieja guardia”, para quienes prefirieron abandonar el marxismo y deificar a Felipe González, la etapa de Rodríguez Zapatero es un “paréntesis” en la historia del socialismo español. Una época, afirman, para olvidar. Puede que esta lectura del pasado les reconforte pero no responde totalmente a la realidad. El PSOE lleva desfondándose políticamente desde hace mucho tiempo atrás.


Sin duda alguna, el primer trauma post-electoral sobrevino cuando Felipe González perdió las elecciones en marzo de 1996 y no pudo revalidar su mandato como presidente de gobierno. Se perdió por poco, es cierto (el PP obtuvo 9.716.006 votos mientras que el PSOE 9.425.678 votos). Con todo lo que había ocurrido desde 1993 a 1996 apenas hubo una diferencia de 290.328 votos. Quizá ese hecho, haber perdido por tan poco, facilitó que no se debatieran en profundidad las causas del declive socialista y que en el decisivo XXXIV Congreso Federal (junio de 1997), en el que González anunció que no optaría a la secretaría general con el fin de propiciar la renovación del partido y, de paso, arrastrar a Alfonso Guerra a abandonar la ejecutiva, no se trataran las razones de peso por las cuales el PSOE se había desplomado en las urnas y dejado de ser el partido de referencia para amplias capas de la población.

Tres eran los temas que estaban en el tapete y que, por desgracia, la sucesión del liderazgo de Felipe González los evaporó por completo: lo relativo a la tensión entre Estado de Derecho y razón de Estado, lo que incumbe a la economía social de corte socialdemócrata frente a prácticas económicas social-liberales y lo referente al modelo de organización del partido.

1. La zona oscura: razón de Estado

Frente al terrorismo de ETA fueron apareciendo distintos grupos ilegales que pretendían combatir con las armas aquella organización criminal: los Guerrilleros de Cristo Rey, el Batallón Vasco-Español, la Triple A y los Grupos Armados de Liberación (GAL). Todos estos grupos armados tuvieron algún tipo de permisividad, consentimiento o complicidad por parte de algunos altos servidores del Estado. Su existencia ponía en entredicho los propios principios básicos y fundamentales del Estado de Derecho. Por entonces, se hablaba de las “cloacas” del Estado dando a entender que son inevitables y que no hay Estado de Derecho sin esa “zona oscura” del uso de la violencia ilegítima. No obstante, en lo que nos afecta, no debemos eludir la pregunta: ¿por qué con el tema de los GAL se adoptó una actitud abstencionista de dejar hacer, dejar pasar? Desde una óptica de izquierda la pregunta que se nos impone es qué se hizo para transformar determinadas estructuras del Estado. No podíamos ni podemos justificar que en el aparato represor del Estado no se hubiera limpiado a tiempo el lastre dejado por la herencia del franquismo, ni tampoco que la democracia haya entrado tan tarde en una de las zonas más sensibles del aparato estatal. No puede haber razón de Estado ni patriotismo de partido para justificar la existencia de hábitos perversos, tramas político-policiales heredadas de la dictadura en los cuerpos de seguridad del Estado. 

El aplazamiento casi indefinido de la reforma de las fuerzas de seguridad del Estado probablemente fue una de las razones que contribuyeron a la derrota electoral.

2. Sintonía con las políticas neoliberales

Sobre la política económica de los gobiernos de Felipe González cabe hacer una interpretación específica española frente al resto de los países europeos. España tenía pendiente no sólo la incorporación a la Unión Europea, sino también de manera especial la construcción de un Estado de Bienestar. Ambas misiones se identificaron, en el sentir colectivo, como logros de Felipe González. En efecto, suponían un claro avance en temas como la universalización de la sanidad, la universalización de la educación hasta los dieciséis años, el acceso generalizado a la universidad fomentado por una política de becas hasta entonces desconocida, la implantación de las pensiones no contributivas, la superación de una política de beneficencia por un pilar incipiente de servicios sociales y un impulso muy importante en una red de infraestructuras públicas, etc.

Unos cambios profundos en nuestro país que tuvieron su principal reflejo en nuestros municipios. Los socialistas gobernábamos en las principales ciudades de España y lo hacíamos acompañados de un impulso ciudadano de cambio ante un hábitat muy desolador: había que superar las ciudades o barrios “dormitorios”, carentes de todo tipo de servicios. Y no hay duda de que las ciudades comenzaron a cambiar. Así nacían hospitales y centros de salud, colegios y escuelas infantiles, universidades, viviendas públicas y rehabilitación de entornos urbanos, complejos deportivos y culturales, etc. Una micro política que sin duda contribuyó al bienestar social y que sedimentaba fuertes redes de solidaridad a través de unos nuevos servicios sociales.

Pero, paradójicamente, serían estos logros y una cierta autocomplacencia los que frenaron el verdadero debate que se cernía sobre el auge de las políticas neoliberales en Europa. En el ámbito nacional, el problema con que se enfrentó el gobierno socialista era cómo gestionar la crisis económica de los años ochenta del siglo pasado, cuya característica principal era la pérdida de rentabilidad del capital a largo plazo. Los efectos de aquella crisis fueron: el decrecimiento de la inversión productiva, la aparición del paro estructural, el desequilibrio entre consumo y producción y, sobre todo, el nacimiento de la economía especulativa. Si queremos ser justos en la valoración, no perdamos de vista el contexto internacional: la economía neoliberal se consolidó como paradigma dominante a partir de los gobiernos de Reagan y Thatcher. Dichos parámetros neoliberales tuvieron, en efecto, un claro influjo en la economía política española. Ecos de estos planteamientos neoliberales fueron lo que en la segunda mitad de los ochenta se propuso como “saneamiento económico”: la primacía del control de la inflación sobre la creación de empleo, una política macroeconómica dirigida hacia el control de la oferta monetaria y de los tipos de interés, una política fiscal que favorecía a la renta del capital sobre la renta del trabajo y todo ello se aderezaba con una retórica que elogiaba las virtudes del mercado. Fue la época en la que imperó un uso funesto del concepto de “modernidad”: era utilizado para convertir al mercado en el agente fundamental de la eficacia económica, para eliminar las normas reguladoras de las relaciones laborales, para justificar el abaratamiento del coste salarial y las cotizaciones empresariales a la Seguridad Social, para promover la precarización del empleo con el objetivo de ser competitivos, etc. Y en paralelo se daba a entender que los sindicatos de clase eran una rémora para la modernización y el progreso.

En este período también se produjo una gran concentración de la riqueza, lo que por entonces se calificó “socialización de las pérdidas y privatización de los beneficios”. Ni siquiera el más sano de los “posibilismos” o “gradualismos” podía justificar la dualización social que provocaba la aplicación de las premisas neoliberales. Y sostener que aquella política económica era la única posible constituye un verdadero desatino del pensamiento socialista, ya que implica reconocer explícitamente que había y hay que salvar los privilegios de quienes se benefician del statu quo. Triste noticia: defender la estabilidad no es sino defender el orden constituido. Y si ese orden es injusto, como ocurre en la sociedad capitalista, significa renunciar a la justicia social. Estamos convencidos de que la solución al desempleo no pasa necesariamente por la precarización del trabajo, de que la única vía para incrementar la demanda no es el recorte salarial y, en fin, de que el crecimiento económico es compatible con la justicia social, es decir, con el reparto de la riqueza y de las oportunidades. Para ello hubiera sido necesario que: 1) las grandes compañías transfiriesen anualmente un porcentaje mínimo de sus beneficios a los fondos de los asalariados, de tal manera que se hubiese garantizado el destino de los excedentes hacia el empleo; 2) se incrementara la influencia de los trabajadores en el proceso económico con el fin de avanzar hacia la economía social de mercado; 3) que existiera una mayor proporcionalidad en la presión fiscal entre el IRPF y el Impuesto de Sociedades; 4) interpretásemos en sus justos términos el artículo 128 de nuestra Carta Magna: Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.

Es evidente que en materia económica se habían adoptado medidas que nos alejaban extraordinariamente de las señas de identidad de la socialdemocracia clásica. El caso más notorio fue la reforma del mercado laboral de 1994, siendo catalogada por los sindicatos como auténtica “contrarreforma”. No menos significativo fue que aquella ley contó con el respaldo de la derecha y causó desconcierto en las bases sociales de izquierdas y un profundo rechazo de los sindicatos. Paradójicamente, la ley se presentó como un instrumento para la creación de empleo y no tan paradójicamente como un mecanismo para flexibilizar la rigidez del mercado de trabajo. ¡¿Cuánto tiempo llevamos con el mantra de la rigidez del mercado de trabajo?! 

Sin duda alguna, toda esta sintonía con las políticas neoliberales incidió en el desgaste del gobierno socialista y ha tenido efectos sociales y electorales negativos.

3. El precio de la cohesión interna

Uno de los rasgos inherentes del proyecto socialista es la participación en la toma de decisiones y en los resultados económicos, sociales y culturales. Entendemos como un derecho inalienable intervenir en la toma de decisiones. Sin embargo, la situación del PSOE era a todas luces preocupante: se había convertido en un instrumento devaluado ya que la relación partido-gobierno, desde 1982, daba sobradas pruebas de sumisión, sucursalismo y seguidismo acrítico y acéfalo del partido respecto al gobierno. En aquellos años regía la máxima “se gobierna desde la Moncloa y no desde Ferraz”.

Asimismo, se aplicaba la tan manida “cohesión interna” como disolvente de la pluralidad. Es decir, se confundía cohesión interna con amordazamiento de la disidencia, con hacer de la disciplina un instrumento de control hasta el extremo de convertir el partido en una marioneta movida por muy pocos hilos y, en el peor de los casos, por uno solo. En la vida interna del PSOE se tendía fragmentar el debate alrededor de las zonas de influencia de los líderes regionales en vez de auspiciar el mismo en torno a posicionamientos políticos e ideológicos globales. Es el momento en que aparecen con intensidad las baronías territoriales como contrapeso a eso que se denominó “guerrismo”. Iniciamos el camino hacia un modelo de partido y de debate que consagraba el peso de cada federación, la fuerza de cada líder regional y, en consecuencia, se iba territorializando el discurso hasta llegar a perder el sentido global del pensamiento socialdemócrata. De forma que el discurso socialista ya no lo vertebraban las distintas corrientes o alas de pensamiento sino que los acuerdos o desacuerdos dependían de la región a la que se pertenecía y, por consiguiente, de lo que mantuviera el líder regional de turno.

En concomitancia con lo anterior, las Agrupaciones Locales fueron perdiendo entusiasmo, afán por el debate, y los militantes redujeron su capacidad política a cotizar, a realizar tareas puntuales en las campañas electorales y a apoyar pasivamente decisiones que no le habían sido consultadas. Con esta dinámica de funcionamiento, lógicamente los militantes carecían de recursos formativos para contrarrestar los ataquesdirigidos tanto por el neoconservadurismo como por el neoliberalismo contra el socialismo. 

Esta falta de respuesta del partido también contribuyó a la pérdida progresiva del voto entre la juventud y el respaldo social en las poblaciones de más de cincuenta mil habitantes.

4. No solo la corrupción

Es incuestionable que tanto los casos de corrupción como la financiación ilegal fueron la causa primordial de la pérdida de las elecciones. Pero, como decimos, sería erróneo atribuir tal pérdida sólo a la corrupción. La apropiación indebida de fondos reservados y la instrumentalización de la política como plataforma económica personal contribuyeron a deteriorar aceleradamente nuestra credibilidad. Comenzó a ser una broma de mal gusto hablar de “cien años de honradez”. Esas conductas delictivas e inmorales minaron el ánimo de muchos militantes y también alcanzaron de lleno en nuestros votantes y simpatizantes, pues desmoralizados perdieron la confianza en el PSOE.

Como vemos, todas estas cuestiones estaban sobre la mesa y eran ineludibles abordarlas y, sin embargo, en aquel XXXIV Congreso de 1997 de lo único que nos ocupamos fue de la sucesión del líder carismático. Para colmo de males el “dedo” de Felipe González impuso que su sucesor fuese Joaquín Almunia. La elección de Almunia significaba, desde la perspectiva de los procedimientos, el triunfo de la “dedocracia” sobre la democracia y, desde un punto de vista político, la victoria del ala liberal del partido. Añadamos que nada de lo que hizo González en ese Congreso fue censurado o criticado por el periódico de referencia de los progresistas españoles; al contrario, su línea editorial era la pauta-guía del proyecto socialista.

Ahora bien, ¿en qué centraron las causas de la derrota electoral aquellos que se vivieron implicados en los gobiernos de Felipe González? Podríamos hacer la pregunta de otra forma: ¿cómo se perciben a sí mismos quienes vincularon su vida política al proyecto de Felipe González? Según ellos, el derrumbe electoral se debía únicamente a dos causas: la corrupción y el enfrentamiento con los sindicatos. Ello puede verse en el balance que hacen de la época en el libro de María Antonia Iglesias, La memoria recuperada, Aguilar, Madrid, 2003. Ninguno de los próximos a Felipe González puso el acento en la política neoliberalque venía practicando el gobierno como causa de la desafección al proyecto socialista.

El eje de la política económica se resumía en la ecuación neoliberal: “menos regulación = más modernización = más crecimiento y empleo”. Contra ella se levantaron los sindicatos de izquierdas. Paradójicamente corrobora dicho balance el exgobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, al valorar dicha época: “Dentro de cincuenta años, cuando los historiadores describan la política económica de los gobiernos de la democracia (UCD, PSOE y PP) no apreciarán muchas diferencias entre la orientación de las mismas […] porque sus elementos esenciales fueron los mismos: la apertura de la economía española, las reformas estructurales para mejorar el funcionamiento de los mercados y las políticas macroeconómicas ortodoxas. Cuando ahora, tan sólo siete años después de que los socialistas hayan dejado el gobierno, se nos pide resaltar algunas características de la política económica socialista, hay que sacar la lupa para encontrar algunas diferencias con las políticas de UCD y del PP…” (escrito para el libro de María A. Iglesias, Op.cit., pág. 903) Atendamos: Fernández Ordóñez nos recomienda “sacar la lupa” si queremos ver diferencias económicas entre la derecha y la izquierda. Quizá por esta razón Rodríguez Zapatero optó por él para que fuera la máxima autoridad del Banco de España.

Hay más, si repasamos las distintas valoraciones que hicieron de la huelga general del 14 D de 1988 quienes se vivieron identificados con el proyecto felipista, observaremos que existe una apreciación común sobre las causas de la misma: todo queda resuelto en un problema personal y psicológico del líder de la UGT, Nicolás Redondo. Fue el exministro de economía, Carlos Solchaga, quien mejor relató la supuesta patología psicológica del líder sindical: “Donde, en el caso de González, destacaba la seguridad y confianza en sí mismo; en el caso de Redondo brillaba su inseguridad personal y su desconfianza hacia todo el mundo. Redondo no podía concebir el ejercicio del liderazgo sin el uso de una autoridad con frecuencia brutal que pretendía extender a todo el mundo: desde un secretario provincial de la UGT a un ministro de la Nación. Si González era capaz (en el caso de que los tuviera) de superar sus rencores personales en los debates internos, eran proverbiales los odios africanos de Redondo (particularmente el que fue incubando contra el propio Felipe González)” (C. Solchaga, El fin de la edad dorada, Taurus, 1997, pág. 146) A la saga de Solchaga van José María Maravall, Javier Solana, Joaquín Almunia, Rosa Conde y una larga lista de eso que se llamó “renovadores”. No se consideró lo que atinadamente señaló el historiador Manuel Tuñón de Lara: que los sindicatos, si no se manifestaban contra la deriva socioliberal de la socialdemocracia española, corrían el riesgo de terminar por deslegitimar su propia figura de representantes efectivos de los intereses obreros.

La simplificación de los renovadores no pudo ser más estrambótica: todo el problema del PSOE se reducía a dos sujetos, Alfonso Guerra y Nicolás Redondo. A partir de aquí, concluyeron que el declive del PSOE se debía fundamentalmente a la corrupción y desligaron de las causas el haberse abrazado alegremente al neoliberalismo económico. Es indudable que la infección de la corrupción había corroído las entrañas del PSOE (caso Filesa, Juan Guerra, Aida Álvarez, etc.), había anidado en el Banco de España (caso Mariano Rubio, Gescartera, etc.), había inoculado en el Ministerio del Interior (caso Mario Conde y Perote) y, lo que era más grave, había contaminado a las Fuerzas de Seguridad del Estado (caso Roldán, Amedo, Domínguez, etc.). El panorama, no nos engañemos, era pestilente. Los renovadores pusieron el ojo pura y exclusivamente en la corrupción obviando las consecuencias del significativo abandono de las políticas económicas propias de la socialdemocracia, convencidos de que la adopción de los postulados neoliberales no produjo un alejamiento significativo de la base social. Los socialistas españoles fueron quienes realmente inauguraron la Tercera Vía aunque no tuvieron, como Tony Blair, un teórico de referencia: Anthony Giddens. En España primero fue la praxis, luego la teoría, esto es, la acomodación de las ideas a los hechos.

PSOE, balance de una época (parte II)

5. El debate siempre pospuesto

Sirva esta ineludible exposición para explicar por qué habría sido imprescindible iniciar este debate en el XXXIV Congreso y, sin embargo, la sustitución de Felipe González se llevó por delante aquella inaplazable tarea. Joaquín Almunia, previamente designado por el máximo dirigente, fue elegido secretario general. Quienes asistieron a aquel Congreso trataron de que fuese posible una elección de los delegados entre Josep Borrell y Almunia. La autoridad del líder lo impidió. Se impuso el dedo de González pero inmediatamente se cuestionó la legitimidad de origen de Joaquín Almunia. Lo que supuso que en abril de 1998 se convocaran elecciones primarias para candidato a la presidencia de gobierno y Josep Borrell le ganara a Joaquín Almunia por un margen, en lo que sabemos, de 21.394 votos. Todo el mundo lo entendió como el triunfo de la militancia sobre el aparato y los más perspicaces lo leyeron como “una cierta reparación de una mala noche” en el XXXIV Congreso. El triunfo de Borrell logró romper el hielo entre el partido y los ciudadanos. Volvíamos a levantar el ánimo pero la alegría duró poco: en mayo de 1999 renunció como candidato debido, por una parte, al escándalo de fraude fiscal de dos colaboradores suyos cuando era Secretario de Estado de Hacienda y, por otra parte, a la falta de apoyo de la dirección del partido. Ciertamente Borrell y su equipo no supieron contrarrestar las zancadillas que les tendían desde el aparato.

En el año 2000 concurrimos a la cita electoral con Joaquín Almunia de candidato y, en un desesperado intento de que el derrumbe no fuese mayúsculo, fuimos cogidos de la mano de Francisco Frutos, líder de Izquierda Unida. La operación era rocambolesca: el ala social-liberal del partido unida a los viejos comunistas. ¿Quién daba crédito? Resultado: un aplastante fracaso, perdimos 16 escaños en el Congreso. La misma noche electoral (marzo de 2000), Almunia presentó la dimisión irrevocable. Justo es reconocer la elogiable actitud de Almunia. Se creó una gestora, presidida por Manuel Chaves, encargada de organizar el XXXV Congreso, en el que resultó elegido José Luis Rodríguez Zapatero.


Si con la renuncia de Felipe González no hubo debate, con la formación de la gestora aún más se imposibilitó la reflexión sobre la deriva del partido socialista. Una vez más, se aplazaba el debate por el acuciante quehacer de buscar un nuevo líder. Como sabemos, en aquel XXXV Congreso, celebrado en julio de 2000, se presentaron cuatro candidaturas, encabezadas por Matilde Fernández, Rosa Díez, José Bono y José Luis Rodríguez Zapatero. Contra todo pronóstico ganó Zapatero, un joven de León, con mucha vida política en el interior del partido, con experiencia parlamentaria pero sin jugar ningún papel destacado en la institución, que no había ido a la manifestación de apoyo a Vera y Barrionuevo en la cárcel de Guadalajara.

Una nueva generación de jóvenes que no habían vivido directamente las inclemencias de la represión franquista, pero que se hacían cargo de la memoria de sus abuelos, tomaba el mando. La audacia de esa juventud la expresó sin complejos Rodríguez Zapatero cuando aseveró: “No estamos tan mal”. Tal vez ese optimismo no impostado atrajo el voto de los/as delegados/as de ese Congreso a la vez que la concepción del poder de José Bono produjo cierto espanto en algunas federaciones. No obstante, la cuestión que se nos plantea es si Rodríguez Zapatero había hecho la misma evaluación que hacemos nosotros de todo aquel período.

Con relación a la corrupción, en una entrevista que le hicieron Marco Calamai y Aldo Garzia (Zapatero, Ediciones Península, 2006, pág. 41), le preguntaron cuál de los errores de la vieja guardia no estaba dispuesto a asumir. En su opinión, el peor error era “no reconocer los errores. Apenas llegó a la secretaría general, decidió dejar de pagar a los abogados de Vera y Barrionuevo por el caso del secuestro de Segundo Marey. Es el momento en el que tanto Joaquín Leguina como José Luis Corcuera lanzan furibundas descalificaciones contra la medida. Y, por si fuera poco, posteriormente nombró Fiscal General del Estado a Conde Pumpido, cuyo voto había sido decisivo para condenar al ex-ministro del Interior y al ex-secretario de Seguridad del Estado por el secuestro de Marey. Aquí no acaba el pleito con la generación anterior: en la etapa 2000-2004 se produce un doble giro desconcertante para la vieja guardia. Primero, en lo que respecta a la política mediática, concede una importante entrevista a Pedro J. Ramírez, entonces director del diario El Mundo, enemigo acérrimo de Felipe González. El mensaje era nítido: el Grupo Prisa, el periódico El Paísprincipalmente, dejaba de ser el buque insignia del PSOE. Y, segundo, al producirse un cambio de ciclo en Cataluña con Joan Maragall a la cabeza, Zapatero entendió que había que variar la posición con relación al nacionalismo periférico. Convergencia i Unió ya no podría servir de sostén al gobierno nacional a cambio de obtener muy buenas contrapartidas por parte del gobierno central. Política que el perspicaz Jordi Pujol etiquetaba de “peix al cove”, que él mismo tiene a bien traducirla en sus Memorias como “aprovechar lo que puedas pescar, coger lo que se pueda” (Op. cit., pág. 85, Destino, 2013). Tal vez estas sean las razones por la que se acusó a Zapatero de haber hecho una “prejubilación masiva” en la organización. Imputación no se ajusta a los hechos: ¿no formaron parte de su primer gobierno Solbes y Bono?, ¿no fue Borrell candidato al Parlamento Europeo?, ¿no nombró a Almunia para la Comisión Europea?, etc.

A nuestro juicio, donde erró Rodríguez Zapatero fue en la estimación contemporizadora que realizó de la política económica de los gobiernos de Felipe González. Boyer, Solchaga y Solbes no fueron para él economistas discordantes con la tradición socialdemócrata. Ello explica que, una vez en el gobierno, nombrara a Pedro Solbes ministro de Economía y Miguel Sebastián, firme defensor de la desregularización económica, se convirtiera en su asesor áulico. Es cuanto menos llamativo observar que Rodríguez Zapatero pretendía superar la contradicción entre la ejecución de políticas económicas basadas en el dogma neoliberal y las reivindicaciones sindicales contra el desmantelamiento de los derechos laborales mediante la formulación del “republicanismo cívico” y su atractiva teoría de la libertad como “no dominación”. La obra del profesor Philip Pettit, Republicanismo, le había sido útil, según él, para ir “más allá de Felipe González”. Se trataba de ir más allá del concepto liberal de libertad como “no interferencia” y mostrar que las fuerzas que rigen el mercado no son ciegas sino que tienen los ojos bien abiertos y que para obtener grandes beneficios son capaces de poner en riesgo la salud de la gente y/o del planeta. Se ve que todo esto era “un decir” porque la práctica fue proporcionalmente inversa a la teoría de la libertad como no dominación. Probablemente el juicio más certero de la última etapa de Zapatero lo registró el novelista Juan José Millás en su artículo “El enigma”: “Sabemos que el destino de todos nuestros presidentes es salir mal de la Moncloa. Sabemos que Zapatero creía que escaparía a ese destino. Ya sabemos que no. Sabemos que dijo que no nos decepcionaría. Sabemos que nos decepcionó (quizá se decepcionó a sí mismo)” (El País, 03-04-2011) En efecto, Zapatero estuvo firmemente convencido de que a él los sindicatos no le harían una huelga.

Es verdad que Zapatero cumplió con su palabra cuando sacó a las tropas españolas del territorio iraquí. No nos falló, lo que le acarreó severas críticas del entorno felipista y de la derecha española, además de ocasionarle un distanciamiento en el contexto internacional. Frenó también de inmediato la aplicación de la Ley Orgánica de Educación promulgada por el gobierno de Aznar, con el voto en contra de la oposición parlamentaria. Es obvio que en sus gobiernos se tomaron en serio la consecución de los valores postmateriales: matrimonio entre personas del mismo sexo, ley contra la violencia de género, etc. No menos importante fue promover el cuarto pilar del Estado del bienestar: la atención a la dependencia, aunque no se dotó de un sistema de financiación nacional para hacerla realmente efectiva. Asimismo, demostró una gran altura de miras cuando reorientó la política geoestratégica de Aznar, completamente subordinada a los intereses de los neocons estadounidenses. España volvió a mirar a Europa, a eso que los neoconservadores calificaron con desprecio “la vieja Europa”: Francia y Alemania. Estas medidas supusieron un verdadero avance social y cultural pero todo comenzó a venirse abajo a partir de los ajustes realizados en mayo de 2010 con el objetivo de recortar el déficit público en torno a unos 15.000 millones de euros. La necesidad de atajar el déficit se impuso en la eurozona. La disciplina de la austeridad fue implacable: se trataba de salvar la economía a costa del empobrecimiento de la mayoría de la población. El dictamen neoliberal hacía que los costes de la crisis recayeran sobre los ciudadanos. El giro de 180 grados que dio la política de Zapatero generó un gran desconcierto en la ciudadanía. Y ese amoldamiento a los patrones neoliberales difuminó el perfil de izquierda del gobierno. Si en mayo propuso un plan durísimo para reducir el déficit, en el debate sobre el estado de la Nación del 14 de julio reconoció sin ambages que lo único que podía hacer era “cambiar de rumbo”: “Donde antes se necesitaba gasto público e inversión, hoy se necesita austeridad y reformas […] Voy a ejercer al máximo el principio de responsabilidad de un gobernante, que es precisamente gobernar. Voy a seguir ese camino, cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste” (Diario de Sesiones del congreso de los Diputados, Nº 178, pág. 20, Año 2010).

Fue responsable, es verdad; pero ¿con quién?, ¿con los mercados o con los ciudadanos? Asumió, de golpe y porrazo, la ortodoxia neoliberal: prioridad absoluta a la reducción del gasto y al recorte del déficit sin el más mínimo gesto de repartir las cargas de la crisis entre las grandes fortunas. ¿Era la única política posible? Pensamos que no y no somos unos irresponsables. Otra política económica hubiese requerido otro equipo económico, es decir, romper la hebra social-liberalque se venía tejiendo desde los años ochenta en el modelo económico de la socialdemocracia española.

Aún hoy estamos pagando las consecuencias del “cueste lo que cueste”. La izquierda giró hacia la derecha apelando a lo “inevitable”, esto es, resignándose a una suerte de fatalidad cuando, en realidad, los hechos no respondían a otra cosa que a un dictado incuestionable y absolutamente político. Las exigencias de una nación, Alemania, y de su brazo económico, el BCE, cayeron en suelo español como una catástrofe. Y, paradójicamente, el deber patriótico se mutó en salvar a la banca financiera.

6. Fallamos a la ciudadanía

Esta es la triste historia de por qué fallamos a la ciudadanía. Para mayor desasosiego falta la coda final: el 27 de septiembre de 2011 el PSOE y el PP votaron conjuntamente la reforma del artículo 135 de la Constitución con el fin de establecer la prioridad absoluta del control del déficit sobre otras medidas económicas. Mandamos a Keynes al cuarto oscuro y nos sentamos en el porche a la espera de que amainase la tormenta. Pero de camino al cuarto oscuro tropezamos con una hoja del Diario de Sesiones antes citado en la que Rodríguez Zapatero le decía a Rajoy: “Es verdad que había una medida original, la había, fue la que más eco tuvo, que era reformar la Constitución para impedir el déficit. Una reforma que, como saben, es rápida, dado cómo es nuestro procedimiento de reforma constitucional, y que sería muy eficaz para combatir la coyuntura de la crisis económica. Esa ha sido toda la reforma original que le hemos oído en los últimos meses y que no tiene ni fundamento, ni eficacia, ni capacidad” (pág.22). Lo que el 14 de julio de 2010 no tenía “ni fundamento, ni eficacia, ni capacidad” el 27 de septiembre de 2011 tiene sustento, es efectivo y es competente. Cambio de rumbo a toda marcha y sin airbag. El trastazo electoral estaba de sobra anunciado. Ni siquiera el hecho de que ETA, vencida, dejara las armas pudo ser puesto en valor. Un triunfo de la democracia sin precedentes en la historia de España en la lucha contra la violencia terrorista pasó de largo durante la campaña electoral. La envestida económica pesó como una losa y había que salvar los muebles con urgencia. Cómo, buscando un nuevo liderazgo.

Y nuevamente el PSOE diluye el debate, no quiere hacer un balance. Vuelve a persistir en el error
. El 27 de mayo de 2011 el Comité Federal propone que Alfredo Pérez Rubalcaba sea el candidato del partido a la presidencia de gobierno. Pérez Rubalcaba, pupilo de Felipe González y afín al grupo Prisa (ahora forma parte del consejo editorial de El País), se hizo cargo de afrontar las elecciones sabiendo que estaban perdidas. Al tiempo, se propuso suceder a Zapatero en la secretaría general del partido. Se empeñó en liderar la travesía del PSOE. ¿Cómo interpretarlo? Volvía el pasado para solventar el futuro. Dicho mejor, el futuro era el pasado. Carmen Chacón, que había sido ministra de Urbanismo y Vivienda y ministra de Defensa en el gobierno de Zapatero, fue su contrincante en el XXXVIII Congreso Federal. Chacón perdió por veintidós votos y, entre otras razones, no sólo porque fuera de otro partido, el PSC, sino por ser catalana.

En un acto celebrado en Madrid, Pérez Rubalcaba enérgicamente afirmó: “El PSOE ha vuelto, compañeras y compañeros. Ha vuelto…” No es que el PSOE se hubiera ido de viaje, no; lo que volvía era el felipismo. El PSOE volvía a ser el PSOE, es decir, las riendas estaban otra vez bajo la influencia de Felipe González. Había que borrar cuanto antes la etapa de Rodríguez Zapatero. Se trataba de eliminar la huella de Zapatero: su aventura en Cataluña, en la política internacional con el diálogo de civilizaciones, en rehabilitar al republicanismo a través de la memoria histórica, etc. Había que pasar la página cuanto antes pero sin hacer un debate, ni sopesar los aciertos y las sombras. El PSOE marchaba hacia adelante con la vista puesta en el retrovisor. Y así nos fue en las elecciones europeas. Tras la severa derrota electoral, Pérez Rubalcaba tomó la decisión acertada: el 25 de mayo de 2014 anunció su futura salida como secretario general en el siguiente Congreso Federal, convocado para el mes de julio. No obstante, antes de despedirse definitivamente del Congreso de los Diputados culminó su labor parlamentaria avalando la continuidad de uno de los ejes capitales de la Transición española: la Monarquía. En la toma de posición sobre el proyecto de ley orgánica para hacer efectiva la abdicación del Rey Juan Carlos I, Pérez Rubalcaba puso de manifiesto la entera fidelidad de los socialistas al acuerdo constitucional de 1978 y, después de precisar que en dicha sesión parlamentaria no se estaba votando la sucesión del Rey Juan Carlos I en su hijo el Príncipe de Asturias porque eso ya se había votado en 1978, esgrimió con contundencia los argumentos por los que el PSOE votaría a favor de esa ley orgánica. Hizo una consideración definitiva para fijar la posición sin titubeos: “Permítanme que me haga retóricamente algunas preguntas. ¿Podría esta Cámara no hacer esta ley? No, no podría. Tiene que hacerla porque así lo establece la Constitución. Y una segunda pregunta. ¿Puede esta Cámara votar no a una ley que recoge la voluntad expresada libremente por el Rey? O, dicho de otra manera, ¿qué significaría un voto negativo a esta ley? Pues que o bien esta Cámara entiende que la abdicación no está bien formulada por parte del Rey, lo que no es el caso, o que este Congreso no autoriza la abdicación del Rey, lo que, entre otras cosas, comportaría el dislate de que esta Cámara le dijera al Rey que debe seguir siéndolo aunque él no quiera. En resumen, la Constitución nos mandata para hacer esta ley y, a mi juicio, no cabe otra posibilidad que votarla afirmativamente si la voluntad libre del Rey de abdicar está correctamente acreditada, como es el caso” (Diario de sesiones del Congreso de los Diputados, Nº 204, pág. 9, 11-06-2014).

Nunca mejor dicho que todo lo que estaba diciendo era pura retórica, es decir, presentaba un falso dilema al modo de una disputa teológica para terminar concluyendo no que había otra vía: votar sí o sí la ley orgánica. Lo que para el PSOE había sido producto de la “convención” en 1978termina siendo, en 2014, resultado de la “convicción”. Antes asumimos la monarquía por conveniencia, ahora la cristalizábamos por convicción. Prueba de este salto cualitativo lo revela el mismo Pérez Rubalcaba al referirse a la intervención de Luis Gómez Llorente en el debate constitucional. Curiosamente rememoró sólo una parte del discurso de Gómez Llorente, aquella en la que señala que la monarquía no es incompatible con el socialismo, pero se le “olvidó” traer a la memoria un apartado esencial de su alocución: “Por otra parte, es un axioma que ningún demócrata puede negar, la afirmación de que ninguna generación puede comprometer la voluntad de las generaciones sucesivas. Nosotros agregaríamos que se debe incluso facilitar la libre determinación de las generaciones venideras” (Diario de sesiones del Congreso de los Diputados, Nº 64, pág. 2195, 11-05-1978) Esto es, Pérez Rubalcaba, en plena crisis de la institución monárquica, cerró la puerta a que se abriera un referéndum sobre la continuidad de la monarquía. No sólo estaba legitimando el consenso de 1978 sino también estaba apuntalando el sistema. Un gran servicio a la institución, un flaco favor a la causa republicana.

7. No caigamos en la farsa

Tampoco sobre esta cuestión se pudo discutir en el XXXIX Congreso celebrado en julio de 2014. Ahora todo se centraba en quién ganaría las primarias. Así se desvanecía toda esperanza en que el partido iniciara una profunda reflexión sobre sus aciertos y sus errores. Concurrieron tres compañeros: Pedro Sánchez, Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias. La personalización de la campaña y la individualización del liderazgo impidió que realizáramos una evaluación acerca de la crisis de la socialdemocracia que fuera más allá de la coyuntura. Todo el debate se sustanció en una puesta en escena en Ferraz con los tres candidatos dirigiéndose a unos pocos militantes y, sobre todo, a las cámaras de televisión. El mismo formato del debate imposibilitaba que se tratara con mesura la encrucijada en la que nos encontrábamos. Fue un acto electoral, no una jornada donde se pusiera sobre la mesa qué había que rectificar y hacia dónde tenía que ir el partido. Como sabemos, Pedro Sánchez obtuvo más apoyos y, en el Congreso Federal, formó una ejecutiva sin contar para nada con Eduardo Madina ni con Pérez Tapias. Interpretó que el ganador “se lo lleva todo” y que el perdedor “pierde todo”. Un lamentable comienzo, pues pretendía retrotraerse al modelo de organización bonapartista, aunque sin carisma alguno. Incluso su secretario de organización, César Luena, tuvo posteriormente la osadía de hablar de “El PSOE de Pedro Sánchez”. Todo un despropósito o, si se quiere, un partido que empezaba a ser estrafalario. Lo que mal empieza, asevera Aristóteles, mal acaba.

En El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx matiza una afirmación de su maestro: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra como farsa” (Op. cit., pág. 241, Espasa Calpe, 1985). En efecto, mal asunto sería caer nuevamente en el error. Demasiado mal lo hemos hecho en los últimos meses. No caigamos en la farsa de que el estancamiento en que se halla el PSOE se arregla con unas simples primarias. Y menos aún corregirán este desatino quienes han sido los máximos responsables de situar al PSOE al borde del precipicio.

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Mario Salvatierra, miembro del comité federal del PSOE; 
Enrique Cascallana, ex alcalde de Alcorcón y ex senador; 
Juan Antonio Barrio, ex diputado nacional 
José Quintana, ex alcalde de Fuenlabrada y actualmente diputado en la Asamblea de Madrid

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Por qué Pedro Sánchez vale hoy más que ayer

Después del golpe de Estado impulsado por Susana Díaz en el PSOE, Pedro Sánchez vale mucho más hoy que ayer. Sin lugar a dudas, tras la dimisión de 17 miembros del comité federal, Sánchez ha ganado muchos enteros, no sólo entre la propia militancia socialista, sino más allá. Las traiciones se pagan y lo que está viviendo el secretario general del PSOE es una puñalada trapera, una auténtico “motín de la oligarquía”, como califica Alberto Garzón en su arriesgado artículo (por aquello de opinar de cuestiones internas de terceros).

 

Lo que ayer sucedió en el PSOE quedará grabado en su historia como un día de vergüenza. Escuchar a políticos como Emiliano García-Page exigir a Sánchez que pida perdón a Felipe González y dimita tras las revelaciones de éste es inaudito. Ya fue ayer esperpéntico escuchar a González patalear diciendo que se sentía engañado porque, según él, en julio el todavía secretario general del PSOE le aseguró que el partido se abstendría para permitir un Gobierno de Rajoy. Y fue esperpéntico porque precisamente a primeros de julio el comité federal del PSOE se unió en el no a Rajoy.

 

Curiosamente, ese mismo comité federal que aprobó impedir un Gobierno de Rajoy es al que pertenece García-Page y al que pertenecen los otros 16 miembros que ayer dimitieron. Entonces, ¿de qué se quejan? Aquella decisión no fue cosa sola de Sánchez, también de ellos mismos. Sin embargo, cuando se monta un golpe de Estado, no se atiende a razones, sólo hay sed de sangre.

Y esa oligarquía del PSOE, esos amotinados son los mismos socialistas a los que la participación en democracia les agrada… hasta que les molesta. Los 17 dimitidos predican la participación cuando el resultado de ésta coincide con sus parecer, pero la detestan con que sólo exista el riesgo de que disienta. Lamentable. Esto se ha evidenciado cuando se han negado en redondo a que sea la militancia la que decida los próximos pasos. José Antonio Pérez Tapias está muy acertado al dudar que “los dimisionarios puedan mirar a los militantes a la cara”.


Las elecciones no se ganan con mítines en plazas o pabellones polideportivos, no se ganan en platós de televisión. Se ganan con la militancia, porque esa militancia es la que funciona como un altavoz, como una onda expansiva para captar votos, para ilusionar, para persuadir. Y la militancia del PSOE, hoy por hoy, está decepcionada, está cabreada. Pedro Sánchez puede gustar o no, pero lo que es innegable es que ha hecho más por la militancia que cualquiera de los 17 dimitidos. Lo que ha quedado patente es que hay intereses ocultos en defenestrar al actual secretario general que, lejos de dimitir, debería aprovechar la coyuntura para hacer limpieza en el comité federal.


Pedro Sánchez debería contar con la suficiente flexibilidad estatutaria para poder renovar ese comité y, dado que han renunciado quienes no comparten el actual proyecto -el mismo, no olvidemos, que aprobaron hace dos meses-, contar con nuevas incorporaciones que remen en la misma dirección. ¿Y quién marca esa dirección? La militancia, le pese cuanto le pese a Susana Díaz y sus acólitos. Acólitos, por otro lado, que no son únicamente esos 17 dimitidos, sino otros tantos dirigentes que ayer mismo se pronunciaron a favor del golpe de Estado… pero no dimitieron. Que sean íntegros, dimitan también y, entonces, dejen de ‘chupar del bote’. A eso se le llama integridad y honestidad; a todo lo demás, vileza.

David Bollero

 

publico.es

REGENERAR EL ESTADO SOCIAL Y DEMOCRATICO

mayoral220916

¿Alternativas de Gobierno? Podemos comenzar descartando una; la que en cualquier país europeo dotado de una democracia solvente sería prácticamente imposible: la de un partido cuyo candidato ha sido recientemente rechazado en dos ocasiones en su intento de investidura por la mayoría parlamentaria del Congreso de los Diputados. Lo normal sería dar paso a otro candidato y a otro partido que gestionase otra mayoría parlamentaria distinta, sin tratar de descalificarla y boicotearla por todos los medios posibles, empecinándose contumazmente en un obsceno propósito de retener el poder.

 

Pero este, con ser grande, no sería el mayor de los despropósitos debidos a los perfiles abusivos y ventajistas de la manera demostrada de hacer política para la ocupación y explotación de las instituciones y servicios del Estado por parte del partido conservador. En cualquier país “de nuestro entorno”, donde por motivos mucho menores “el que la hace la paga”, pero de verdad, el PP y el Jefe de Gobierno habrían tenido que abandonar el poder hace tiempo, como consecuencia de las grandes responsabilidades en las que han incurrido debido a la metástasis que ha alcanzado la corrupción, afectando a su estructura partidaria y al manejo de las instituciones, servicios y establecimientos públicos. Lo que ha originado un importante efecto de desmoralización y degradación de la conciencia cívica de una parte no desdeñable de la sociedad, acentuada por la ostensible sensación de impunidad tantas veces transmitida por arrogantes detentadores de poderes y privilegios. Porque hasta aquí los repetidos escándalos, por abominables que hayan sido, no han causado apenas efecto sobre la férrea voluntad de mantenerse en el poder y, si acaso, unos tímidos propósitos de enmienda, divulgados solemnemente como si fuesen auténticos arrepentimientos.

 

Pero lo que ya supera todo lo política y racionalmente soportable es la pretensión de considerarse los inevitables e insustituibles salvadores de la Nación y de los restos de todos los naufragios que ellos mismos han provocado. Garantes de la supervivencia de nuestra Constitución, de la unidad de la Patria, salvadores de nuestra economía, de nuestras pensiones, de nuestro empleo, promotores de la “marca España”, etc., etc., e incluso adalides en la lucha contra los corruptos, como llegó a proclamar uno de sus meritorios jóvenes dirigentes, cuando acusaba a las restantes fuerzas políticas de haberles dejado solos y abandonados en la lucha contra la corrupción. Aquí ya se hace realidad una versión castiza del cuento de Borges, “El impostor inverosímil Tom Castro”, en su Historia Universal de la Infamia, en el que un “palurdo desbordante de vasto abdomen”, procedente de los bajos fondos de Londres, consiguió hacerse pasar contra toda lógica y evidencia por un elegante y culto aristócrata inglés, “un esbelto caballero de aire envainado” que había desaparecido en un naufragio varios años antes. Una lección sobre cómo la impostura puede triunfar, siempre que alguien tenga la osadía de actuar con “insensata ingeniosidad” para urdirla e imponerla, y otros, embargados por la angustia y el deseo de salir de la incertidumbre, asuman ciegamente la aceptación de cualquier cosa que se les ofrezca, aunque en nada se parezca a la realidad objetiva de las cosas.

 

Aunque algunos ya no se lo crean, o lo hayan olvidado, nuestra Constitución contiene el compromiso de crear un Estado social y democrático de derecho. Un modelo de Estado que ha sido objeto de un persistente proceso de degradación durante los cuatro años de gobierno del señor Rajoy. El Estado social se ha visto dañado y ha sufrido el efecto derivado del retroceso de los derechos sociales y sus servicios públicos instrumentales, y de leyes involucionistas como la LOMCE, las privatizaciones en la Sanidad, o las de contrarreforma laboral con el consiguiente crecimiento de la desigualdad y la marginación de cerca de un tercio de la población total del país. El Estado democrático ha visto severamente afectada su estructura y equilibrio durante el Gobierno de la derecha, por su afán de control sobre el Tribunal Constitucional, mediante la designación de magistrados ultraconservadores o descaradamente afines a su partido, la politización de los órganos superiores de la justicia y del Consejo del Poder Judicial, la conversión de los medios públicos de comunicación en instrumentos de propaganda del Gobierno, eliminando el estatuto de neutralidad e independencia con el que habían sido dotados por los socialistas, la limitación de las libertades, como la realizada por la Ley Mordaza. Y, lo que es más letal para la efectividad de los poderes del Congreso de los Diputados como órgano en el que reside la soberanía nacional, y no me refiero solamente al abuso de los decretos leyes y otras prácticas nefastas, entre las que últimamente han incluido la Presidencia de las Cortes como mera delegada de La Moncloa en la Carrera de San Jerónimo. Me refiero a la negativa de un Gobierno que alega estar en funciones a comparecer, dar cuentas y ser controlado por un Congreso de los Diputados, que está, por principio, siempre en la plenitud de sus facultades supremas soberanas. Tratar este asunto capciosamente como un simple conflicto de competencias administrativas, nos da una idea de quienes son realmente los que nos gobiernan aún, y de la escasa talla que tienen como demócratas, por su limitado compromiso con los elementos más esenciales de la democracia.

 

No existe nada más contrario al Estado de Derecho que la corrupción, cuya esencia consiste en hurtar fraudulentamente bienes públicos utilizando al mismo poder público, en burlar y violentar las leyes, abolirlas singular y arbitrariamente, con la complicidad, autoría o encubrimiento de autoridades o funcionarios, y lograr ilegítimos lucros y privilegios de carácter partidista o individual. La corrupción es la derogación del Estado de derecho. Es una práctica generalizada en las sociedades con Estados débiles o fallidos. Y, en este punto, debido al lamentable estado que hoy ofrece la imagen de nuestro país, todos podríamos compartir el lamento de Quevedo en una época también de desmoralización pública y de generalizada corrupción, “Señor excelentísimo, mi llanto ya no consiente márgenes, ni orillas”. Hasta aquí hemos llegado. Un paso más y nos convierten en república bananera señoreada por bandas y organizaciones para delinquir. Y, para rematar, no podemos olvidar otra faceta de la frívola farsa a la que hemos asistido: quienes farisaicamente aún se atreven a proponerse como adalides de la regeneración democrática han sido los mismos que suprimieron la educación ética para la ciudadanía democrática como materia común y obligatoria, para sustituirla por la religión y la educación financiera elemental.

 

Sobre una posible expectativa de rectificación y cambio del PP, para abrirse lealmente a pactar y garantizar un programa concertado de reformas, revisando las más dañosas que ellos mismos han introducido y moralizando la vida pública, podemos decir, como en el Dante !Perded toda esperanza! Vista su insincera negociación con Ciudadanos, carente de ilusión, y su actuación en el último debate de investidura realizado en el Congreso, más los arraigados vicios adquiridos que singularizan el comportamiento tortuoso de esta fuerza política, más bien podría esperarse lo contrario, que una vez reinstalados en el poder sería de temer, no solamente su tendencia natural al sofisma patriotero para justificar sus intereses e incumplimientos, sino lo que todavía sería peor, ufanos por su triunfo sobre todos los demás, acentuarían sus tendencias autoritarias, centralistas, egolátricas y antisociales. Por eso queremos creer que es ingenua -pues no es posible que sea indocumentada- la opinión de aquellos que por principio plantean que el lugar del PSOE es la oposición, dejando por tanto la puerta abierta a una posible abstención, ya que alguien tiene que gobernar y ahora el “turno” corresponde al PP. E igualmente infundada parece, si tenemos en cuenta lo anteriormente dicho, aquella opinión que empareja a PSOE y al PP como defensores de la Constitución de 1978, considerándolos a la par como los únicos valedores reales del actual “régimen” democrático. No es verdad. No todos han actuado de igual manera. El comportamiento de unos y otros para cumplir y hacer cumplir la Constitución no ha sido el mismo. Lo que para los socialistas ha sido letra viva, valores y compromisos básicos a cumplir, para esta actual versión castiza del viejo conservadurismo hispánico ha sido código cerrado, letra rígida y compromisos olvidados, salvo en la utilización de la Carta suprema como arma de combate contra los nacionalistas.

 

Desde la oposición, y contando con un Congreso mayoritariamente contrario al partido conservador, dicen algunos, se podría conseguir la derogación de leyes y reformas perpetradas por este y efectivamente controlar su acción de Gobierno. Sería algo así como una coalición negativa que también habría que montar y pactar con “podemitas e independentistas”, paradójicamente dedicada a no dejar gobernar a quien se afirma y se cree que debe gobernar, que naturalmente querrá por principio hacerlo, hasta donde pueda, a su manera y conforme a sus intereses. Algunos avezados políticos no reparan en la irrealidad de este planteamiento. Porque omiten el juicio que es preciso realizar sobre el funcionamiento de una Cámara de composición e intereses plurales, no concertados sino para dar algún golpe de mano ocasional, en la que ocupa un papel central un experto tahúr en el juego del mercadeo parlamentario, capaz de nadar cual tiburón entre las turbulentas aguas en las que flotan rivalidades y celos de tantos aislados sujetos partícipes en la partida.

 

No se trata de una simple metáfora. Porque, una vez lograda la investidura y teniendo a su disposición todos los recursos y resortes del poder que posee el Gobierno del Estado, que no son pocos ni simples, el partido que gobierna, si sabe manejarlos (y estos han demostrado ser consumados “viejos zorros”, para hacerlo), tiene importantes ventajas de partida que no tienen los demás para tomar iniciativas y amañar con dádivas, contraprestaciones y pactos coyunturales, y enmiendas a los Presupuestos Generales del Estado, o leyes de contenido económico, y un sinfín de oportunidades que conocemos en la práctica parlamentaria, para jugar con ventaja y salvar lo sustancial de sus políticas y sus intereses como partido, manteniendo prioritariamente su situación de preeminencia y aislando a los adversarios que estorben. Hasta que la coyuntura le sea propicia para dar por finalizada la legislatura y acabar el juego. Si con algún pretexto genérico e indemostrable, como el de garantizar la -se entiende buena- gobernabilidad del Estado, el PSOE entrase en este jardín enmarañado, entregando la llave al PP (el zorro guardando las gallinas) tras una “abstención técnica” (¡vaya concepto!), podría sufrir seguramente un desgaste acelerado y generalizado, superior al que experimentaría participando en una conjunción política que intentase y fuese capaz de poner en pie una alternativa de Gobierno para la regeneración democrática y la restauración del malparado Estado social y de derecho. Entre elegir el camino de facilitar la permanencia en el poder de un partido lastrado por el descrédito y las políticas antisociales, o el de asumir el riesgo de liderar una alternativa novedosa, juntamente con fuerzas políticas plurales y críticas, en este momento la tendencia del electorado socialista y de las bases militantes es mayoritariamente favorable a asumir la senda del riesgo y no la de facilitar la continuidad de la indignidad.

 

Una vez que el pueblo español ha decidido, al menos por ahora y no se sabe por cuánto tiempo, rebajar el valor del viejo bipartidismo, se ha abierto un escenario político diferente en el que han entrado nuevos actores, a los que se han repartido más papeles. La cuestión es saber si los nuevos actores de izquierda y los viejos partidos nacionalistas forman o no parte de la obra, si están o no están excluidos de cualquier combinación parlamentaria para participar, ellos también y en la parte que sea atribuible a su responsabilidad, en la solución de problemas que nos afectan a todos, embarcados en el mismo Estado. Porque si algunos han de estar marginados del diálogo para la búsqueda de soluciones compartibles de gobernabilidad, como pretenden PP y Ciudadanos y algunos veteranos y nuevos “barones” socialistas, resultaría que de los 350 diputados que tiene la Cámara, solamente 250 tienen un papel activo para decidir y pueden ser actores en la representación de la obra en el escenario. Pero el resto, hasta 100, quedan como actores pasivos, fuera de las tablas y excluidos de la obra. ¿Es este el camino para evitar que la representación final acabe en drama? ¿Se trata de otra versión renovada de la tragedia de las dos Españas y del auto de fe sobre la anti España? ¿Es sostenible, razonable y posible forzar al ostracismo a casi un tercio del Congreso, en un país en el que es preciso encontrar con urgencia una solución de gobernabilidad para todos y de todos, sin líneas rojas, ni tabúes irracionales e interesados por parte de nadie?

 

Solamente el PSOE, si está unido y legitimado en sus decisiones por sus máximos órganos de participación democrática, y no condicionado por malos usos oligárquicos, es entre todas las fuerzas políticas en presencia, quien tiene la capacidad y la experiencia necesaria, históricamente demostrable, para proponer e impulsar una conjunción política novedosa, capaz de lograr compromisos básicos para tratar las cuestiones fundamentales relativas a la regeneración y revitalización del constitucional Estado Social y Democrático de Derecho, y a la distensión del más grave conflicto territorial heredado, con la consiguiente ulterior apertura de un serio diálogo con los nacionalistas, cuya deriva independentista tanto ha crecido en Cataluña, como ha ocurrido otras veces cuando ha gobernado la derecha conservadora, seguramente debido a la reacción de desordenada rebeldía de los “separatistas” frente a las viejas y viscerales pulsiones centralistas y autoritarias de los “separadores”. El PSOE no ha sido, ni es, como ha demostrado en sus más de cien años de historia, ”separador”, ni “separatista”, pero sí decidido continuador de la tradición federalista republicana. Por eso está llamado a actuar, con los diputados que tenga, como impulsor y eje articulador en la actual encrucijada española. Se trata de un servicio que los socialistas deben prestar, seguramente con algún sacrificio, al pueblo español y a las nacionalidades que lo integran.

fundacionsistema.com

El ataque frontal a las pensiones públicas

Vicenç Navarro - Consejo Científico de ATTAC España

 

Parece, a primera vista, una paradoja que uno de los grupos de la población que votó más a favor del Partido Popular ha sido el de los pensionistas, precisamente uno de los grupos poblacionales más perjudicados por las reformas que se han realizado durante estos años en los que tal partido gobernó España. Tales reformas continúan teniendo un impacto devastador en los beneficios que reciben estas personas a través de la Seguridad Social. Una de las causas de tal paradoja es la baja calidad de los medios a través de los cuales la población, incluyendo los ancianos, recibe información. Estos medios se caracterizan por su escasísima diversidad, dominados en su gran mayoría (en el caso de los medios públicos) por partidos políticos de persuasión neoliberal o socioliberal, o por intereses financieros, es decir, los bancos, a los cuales deben gran cantidad de dinero y a los que no quieren antagonizar (en el caso de los medios privados). Estos intereses financieros no desean que se conozca lo que está pasando con las pensiones públicas en este país, pues son ellos (y a través de su claramente excesiva influencia sobre el Estado y sobre los partidos neoliberales y conservadores, como el Partido Popular) los que han liderado el mayor ataque frontal a las pensiones públicas que se conoce en la Unión Europea de los Quinze (el grupo de países de semejante nivel de desarrollo económico al español). Y aquellos que crean que esta frase es una exageración, les aconsejo que vean los datos.

España es el país de esta comunidad europea que tiene unas pensiones más bajas y que las verá reducirse más marcadamente en los próximos años, de manera que si la pensión cubría en el año 2011 (cuando el gobierno Rajoy inició su mandato) como promedio el 72,4% del salario que el pensionista recibía cuando trabajaba, será el 56% en el 2060 (según la Organización Internacional del Trabajo), una de las bajadas más intensas en la UE-27. El impacto de las reformas iniciadas por el PSOE y desarrolladas al máximo por el PP, es devastador, pues, a partir de ellas, las pensiones no se actualizan para mantener la capacidad adquisitiva de los pensionistas, ya que no se corrige la pensión según la inflación. En su lugar, el gobierno Rajoy diseñó una fórmula que discrimina a los pensionistas de mayor edad, de manera que, a mayor edad, mayor reducción de las pensiones. Es importante señalar que esto ya se está aplicando. Lo que ocurre es que los pensionistas no lo han notado todavía porque estamos en un periodo de deflación, una situación atípica, pues la inflación en la mayoría del periodo anterior a la deflación ha sido siempre mayor en España que el promedio de la UE.

 

El silencio, cuando no ocultación, de los medios

Estas reformas y sus consecuencias apenas han salido en los mayores medios de información y persuasión del país. En su lugar, tales medios presentan una visión idealizada de las pensiones públicas, presentándolas como exuberantes, pagadas, además, por los jóvenes, a los cuales se les informa que, debido a tales exuberancias, las pensiones públicas no sobrevivirán y colapsarán, dejándoles a ellos sin ninguna pensión. Se estimula así un conflicto etario, presentando a los ancianos como explotadores de los jóvenes. Un ejemplo de ello es un programa reciente de la televisión pública catalana, TV3, controlada por el partido de sensibilidad liberal, Convergència Democràtica de Catalunya (ahora Partido Demócrata Catalán), que ha gobernado casi siempre en Catalunya (excepto en los años del tripartito). En tal programa  sobre las pensiones (“30 minuts”, 03.07.16), uno de los entrevistados (la mayoría de los cuales eran próximos, cuando no representantes, a la banca y a las Fundaciones establecidas y financiadas por la misma, como FEDEA) añadió que las pensiones públicas son las más generosas, no solo de la UE, sino nada menos que del mundo (sí, lee bien, del mundo), lo cual no es cierto y se puede mostrar fácilmente.

Pero esta situación es aún peor, pues los porcentajes de sustitución de las pensiones se calculan sobre el nivel salarial promedio que en España es, por cierto, de los más bajos de la Unión Europea de los Quince (UE-15). Los indicadores adecuados para tales comparaciones son los que comparan la capacidad adquisitiva de los ancianos pensionistas, viendo qué es lo que una persona anciana, tras 35 años de trabajo, recibe del Estado, en España, y en los otros países de la UE-15. Verán, si lo hacen así, que esta cifra (consecuencia del escaso nivel de su salario) es de las más bajas de la UE-15. En realidad, España se gasta en pensiones mucho menos de lo que debería gastarse por su estructura demográfica (que es muy semejante al promedio de la UE-15) y por su nivel de riqueza. El gasto actual en pensiones de jubilación es un 7,8% del PIB según EUROSTAT, uno de los más bajos en la UE-15. De todo esto, el programa de TV3 no dijo nada, tal como era predecible. En realidad, la mayoría de argumentos que se utilizan para defender la postura neoliberal de que hay que reducir las pensiones son argumentos que no se sustentan en base a la evidencia científica existente.

 

La falsedad del determinismo demográfico

Es casi imposible leer un artículo sobre la supuesta insostenibilidad de las pensiones de jubilación sin que aparezca el argumento de que la transición demográfica que estamos viendo en nuestros países, con un número cada vez mayor de ancianos y un número menor de jóvenes (que supuestamente deberían pagar las pensiones públicas de los primeros), está creando un problema gravísimo que hará imposible mantener tales pensiones. Este argumento se repite constantemente. No deja de ser paradójico que este argumento se esté utilizando ahora también, cuando España está exportando más y más jóvenes, resultado de la enorme crisis que está viviendo, situación que es más que probable que continúe. España no tiene un problema de falta de jóvenes. El problema es la falta de trabajo para los jóvenes.

Ahora bien, supongamos que todos los jóvenes estén trabajando y ninguno tenga que irse de España para conseguir trabajo. ¿Sería entonces cierto y válido el argumento de que a menos trabajadores, menos aportaciones a la caja de la Seguridad Social para los jubilados? La respuesta también sería que no. En realidad, existe hoy una percepción bastante generalizada de que tenemos un problema grave con la introducción de robots, que están sustituyendo a los trabajadores. Según esta tesis, habrá en el futuro un superávit de trabajadores y, en parte, el aumento del desempleo será resultado de las nuevas tecnologías, sustitutas de los trabajadores. Tales nuevas tecnologías están, supuestamente, incrementando la productividad, de tal manera que lo que hacían antes veinte trabajadores, ahora lo hace uno. Siguiendo el mismo argumento, se puede y debe argumentar que, si antes se necesitaban tres trabajadores para pagar la pensión de un jubilado, dentro de cincuenta años se necesitará sólo el cuarto de un trabajador para sostener a un jubilado.

No se puede argumentar, por un lado, que nos faltarán trabajadores y, por el otro, indicar que va a haber un exceso de trabajadores debido a los robots y otras tecnologías. Es más, la robótica no necesariamente destruye puestos de trabajo pues, que lo haga o no, depende de varios factores, siendo uno de ellos la demanda de productos producidos por la robótica, la cual puede depender, no sólo de los salarios de los trabajadores,  sino también del nivel y del número de pensiones. A mayor nivel de pensiones y mayor número de pensionistas, mayor es la demanda de productos y servicios, y, con ello, mayor estímulo económico y mayor creación de riqueza. El mayor crecimiento de la productividad en EEUU fue durante el periodo post II Guerra Mundial, 1947-1975, cuando el crecimiento de la demanda fue mayor (debido a la expansión salarial y del Estado del Bienestar), mostrando que no es la tecnología en sí, sino el contexto en el que opera, lo que explica que la tecnología puede o no incrementar la productividad (para una crítica de la revolución digital y su supuesto impacto, ver mi artículo “La falacia del futuro sin trabajo y de la revolución digital como causa del precariado”, Público, 12.07.16).

 

¿Qué debería hacerse?

El mayor peligro para las pensiones públicas han sido las políticas neoliberales (y, muy en especial, las reformas laborales) que, además de destruir empleo, han causado un enorme deterioro del mercado de trabajo, con un gran bajón de los salarios y un gran aumento de la precariedad, cambios que falsamente se presentan como consecuencia de la revolución digital, cuando, en realidad, son resultado de la contrarrevolución neoliberal y socioliberal. Las reformas liberales iniciadas por el PSOE y expandidas por el PP, con la aprobación de Convergència Democràtica de Catalunya y Ciudadanos, significaron un ataque frontal a las pensiones. De nuevo, el programa de TV3 no dijo ni pío de ello. La necesidad más importante para garantizar las pensiones en España es alcanzar el pleno empleo con salarios altos, lo cual es posible si hay voluntad política. Si hubiera en España el mismo porcentaje de población (hombres y mujeres) que trabaja que en Suecia, y tuvieran los mismos salarios y la misma carga fiscal, no tendríamos ningún problema para sostener las pensiones. La reducción de los salarios y la precarización de la población trabajadora (que han estado ocurriendo durante los años del gobierno Rajoy, consecuencia de sus políticas) han significado una enorme amenaza a la viabilidad del sistema de pensiones públicas.

 

La necesidad de redistribuir las rentas como medida de apoyo a las pensiones

Debería ser obligatorio que las cotizaciones sociales para las pensiones fueran progresivas, de manera que los dirigentes del IBEX-35 cotizaran a la Seguridad Social un porcentaje de sus salarios, si no superior, al menos igual al que cotizan sus empleados. Ello es necesario, no solo por razones de equidad financiera (corrigiendo la falta de progresividad en las cotizaciones sociales), sino por consideraciones de justicia social. La explotación que existe en el actual sistema de pensiones no es el tan manoseado conflicto etario, sino el conflicto social. Es injusto que, en términos proporcionales, la persona de limpieza de los edificios dirigidos por los directivos y gestores del IBEX-35 pague más a la Seguridad Social que los dirigentes que pertenecen a una clase social que vive, como promedio, ocho años más que la persona de limpieza. Así, el retraso de la edad de jubilación de los 65 a los 67 años, aprobado por el PP y por el PSOE, significa que la persona de limpieza tiene que trabajar dos años más para pagarles sus pensiones a los dirigentes del IBEX-35, que vivirán ocho años más. Ello significa una injusticia enorme, de la cual los medios mantienen un silencio ensordecedor.

Las cantidades que se podrían obtener para las pensiones si el pago por cotizaciones sociales se corrigiera para ser más progresivo podría alcanzar la cifra de más de 7.500 millones de euros al año. ¿Por qué no se hace? La respuesta es fácil de entender: los ricos tienen mucho más poder político y mediático que los demás, y mucho más que los pobres.

Lo que la banca prefiere es indicar que las pensiones públicas son insostenibles, y de ahí que promueva que la gente joven se vaya rápidamente a la banca y a las compañías de seguros para hacerse un plan de pensiones privado. Y, por si fuera poco, piden al Estado que les paguen un subsidio de más de 2.000 millones de euros al año para sostener tales pensiones. Este subsidio público –que podría ir a enriquecer las pensiones públicas- es la exención fiscal que no se paga al Estado para estimular la privatización de las pensiones. Hay que tener en cuenta que las pensiones privadas son mucho más vulnerables que las públicas, como se ha visto en la crisis financiera actual, que tuvo un efecto devastador en tales pensiones, quedando los beneficios prácticamente anulados para millones y millones de personas.

 

El silencio mediático se ha roto hace unos días. El saqueo del Fondo de Reserva de la Seguridad Social

Este silencio sobre el ataque a las pensiones se rompe de vez en cuando, y las últimas noticias muestran que el gobierno Rajoy ha estado sacando dinero del Fondo de Reserva de la Seguridad Social, 8.700 millones, para poder pagar la paga extra de julio a los pensionistas, hecho que se conoció en los días siguientes al día de las elecciones del 26 de junio, pues el gobierno Rajoy quiso ocultarlo hasta el último momento. Este gobierno ha reducido este Fondo durante su mandato, creando un agujero de nada menos que   41.600 millones, alrededor del 4% del PIB, según el propio Ministerio de Empleo y Seguridad Social. Y la pregunta que debe hacerse es: ¿hubieran los pensionistas votado al gobierno Rajoy si hubieran conocido todos estos datos presentados en este artículo?

Unidos Podemos y PSOE introdujeron reformas que iban en la buena dirección, en el intento de resolver el gran problema de las pensiones (aunque las de Unidos Podemos eran más realistas y ambiciosas que las del PSOE). Entre ellas, ha tenido más visibilidad la propuesta de financiar las pensiones, sobre todo las no contributivas, con fondos generales del Estado, siguiendo las huellas de varios países (como Dinamarca) que financian las pensiones públicas a través de las contribuciones del Estado.

Es necesario, sin embargo, que exista un cambio sustancial en el origen de los ingresos al Estado (sea este central, autonómico o municipal) antes de realizar tal medida, pues hoy la gran mayoría de los ingresos deriva de las rentas del trabajo, rentas que, por cierto, han disminuido como porcentaje de las rentas totales, a costa de un crecimiento de las rentas del capital, que ha alcanzado unos niveles sin precedentes. Hoy, en España, las rentas del capital han alcanzado casi la mitad de las rentas totales del país, un hecho no conocido hasta ahora. La pobreza del Estado del Bienestar en España se basa, precisamente, en este hecho, en la excesiva dependencia que los ingresos al Estado tienen de las rentas del trabajo, que han ido disminuyendo y disminuyendo (mientras que las rentas del capital –que pagan muchos menos impuestos- han ido aumentando). De ahí que sea imperativo que las rentas del capital sean gravadas, al menos, al mismo nivel que las rentas del trabajo, aunque sería preferible que, para reducir las enormes desigualdades existentes en España, se gravasen incluso más que las derivadas del mundo del trabajo. Esto corregiría el enorme déficit de ingresos al Estado y de las transferencias (como las pensiones), así como de los servicios públicos del Estado del Bienestar (como sanidad, educación, escuelas de infancia, servicios domiciliarios, servicios sociales, vivienda social, entre otros), todos ellos muy poco financiados en España.

Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y ex Catedrático de Economía. Universidad de Barcelona

El PSOE y el Trilema de Münchhausen

JOSÉ ANTONIO PÉREZ TAPIAS

<p>Susana Díaz y Pedro Sánchez</p>

Susana Díaz y Pedro Sánchez

LUIS GRAÑENA
10 DE JULIO DE 2016

 

El Partido Socialista intenta algo parecido a lo que se nos narra en el delicioso librito Las aventuras del Barón de Münchhausen. Entre éstas es especialmente recordado el pasaje en el que el barón, en un trance de sus aventuras bélicas contra los turcos, cayó a un lodazal, sin otro recurso para salir del mismo que tirar de sus propios cabellos, lo cual, en el fantasioso relato dieciochesco, acabó siendo operación tan exitosa que el noble consiguió no sólo salvarse él, sino salvar también a su caballo, quedando así acreditada la resistencia de su propia cabellera. Es cierto, sin embargo, que hay cosas que sólo pasan en los cuentos, o en su equivalente contemporáneo de los relatos de ciencia ficción.

 

¿De qué intenta salvarse el PSOE tirando de sus figurados cabellos propios? Es muy compleja y está plagada de cortantes aristas la situación en que se mueve el más que centenario partido que en España ha representado la tradición socialista. La verdad es que no sorprende que se haya visto arrojado a un pozo del que no es fácil salir, pues si la clamorosa pérdida de votantes no hace sino verificar el deslizamiento hacia un fondo que aún podría hundirse más abajo, lo peor de tan tenebroso lugar es que en él se pisa sobre el embarrado suelo de las propias contradicciones. El peligro es que el mucho patalear en él a causa de un desconcierto rayano en el pánico puede provocar un verse cada vez más atrapado en esas oscuras arenas, en vez de lograr salir de ellas emulando al envidiado barón.

 

La verdad es que el PSOE afronta un endiablado trilema, que recuerda a ese otro al cual el filósofo Hans Albert le dio precisamente el nombre de “trilema de Münchhausen", refiriéndose con él a las salidas en falso que se pretenden cuando se trata de fundamentar el conocimiento: no valen ni un regreso al infinito al remitir indefinidamente una premisa a otra, ni un círculo lógico que siempre sería vicioso, ni un cortar por lo sano zanjando dogmáticamente la cuestión. Para Albert pretender una fundamentación última de un conocimiento verdadero es tarea imposible, y ya podría tirarse de los pelos todo cuanto quisiera el barón de turno, que no haría más que acentuar su inmersión en un escepticismo irresoluble. ¿Le pasará eso al PSOE? ¿Cuál es su trilema, que, como la denominación indica, es más y peor que un dilema?

 

Una primera posibilidad, que es la que precisamente el PSOE ha ratificado en su último comité federal, recogiendo lo que venía diciendo en campaña electoral, es mantenerse indefinidamente en el “no” a la investidura al candidato del PP para la presidencia del gobierno. Sin duda, es posición coherente, y se refuerza encadenando los motivos para la negativa. La cuestión que surge, no obstante, es si el PSOE la podrá mantener indefinidamente, pues surgen dudas en la opinión pública acerca de su capacidad de resistencia. Una negativa que no sea capaz de disipar dudas respecto a ella se convierte en factor de desgaste; por ello, si no se sale de ahí, puede derivar tal posición un extremo del trilema, es decir, una salida que comporta alguna contradicción con consecuencias negativas.

 

Una segunda posibilidad, o segundo “cuerno” del trilema que el Partido Socialista afronta, es la relativa a la abstención a la que pueden empujarle las evidentes presiones ejercidas desde fuera y desde dentro del mismo partido, con la cual, tras haber dado un “no” al candidato de la derecha, acabaría cediendo para su investidura atendiendo a invocaciones (de ninguna manera indiscutibles, sino todo lo contrario) a la “responsabilidad de Estado” o al “interés de España”. Cualquier observador atento a la dinámica del PSOE puede certificar por adelantado el coste negativo de tal opción, que lleva a calificarla como mala salida: a la tremenda dificultad de convencer a propios y ajenos de la conveniencia y justeza de dar el salto desde un enfático “no es no” a una vergonzante abstención que no salva la coherencia, se añade el hecho de contribuir a que se perciba la posición socialista como connivente con el PP, dejando libre un amplio campo de oposición que otros, como Podemos, ocuparían de inmediato.

 

La tercera, que ciertamente aparece como “cuerno” del trilema que ensarta mortalmente a quien no se mantenga a distancia, es la posibilidad de acabar propiciando unas terceras elecciones. Es lo que puede ocurrir por sostener que al candidato popular no se le apoya ni por activa ni por pasiva, si éste, como consecuencia de ello –aunque no sea exclusivamente por el PSOE, se le apuntará a su cuenta-, no logra la investidura, produciéndose una nueva situación de bloqueo institucional. El mero mentar unas terceras elecciones provoca tales temores en todos que bien se puede pensar que en ese caso se trata de una especie de inédito horror vacui, ya que es una excepción, toda vez que en política se ocupa de inmediato cualquier vacío que se produzca. En tan insólitas circunstancias como las actuales, nadie quiere imaginarse en esa situación, la cual se vislumbra como catástrofe política por las imprevisibles reacciones que pueda tener el electorado convocado a votar de nuevo. Se teme sobre todo el vacío que en torno a él tendría que soportar el partido sobre el que recayera la acusación de culpabilidad por haber permitido llegar a tal extremo. Y al PSOE le tiemblan sus más profundas entretelas al verse con muchas cartas para que le tocara tan horrible papel.

 

Con estas tres posibilidades sobre la mesa, no hay solución para el trilema, que por eso es tal. Sucede entonces que el PSOE, con su secretario general a la cabeza, echa el resto intentado la operación del barón: escapar de la encerrona tirándose de los pelos. Es así como defiende simultáneamente el “no” a apoyar en la investidura al candidato popular, no a la abstención y no a terceras elecciones. Pero cualquiera sabe que esas tres cosas a la vez es algo imposible, de ahí el escepticismo ante la solidez del “no”, la desconfianza ante la negativa incluso a la abstención y la seguridad de que se huye ante la expectativa de nuevas elecciones. Es decir, en el orden factual de la política, digan lo que digan otros barones y baronesas, no hay lugar para un exitoso barón de Münchhausen. ¿Está todo perdido para el PSOE, sin alternativa frente a esas tres malas salidas que tan terrible trilema supone?

 

Quizá convenga tener en cuenta que las tesis del falibilismo ilimitado de Albert no sólo han sido discutidas, sino que han recibido interesantes respuestas que apuntan a una alternativa al trilema que él planteaba respecto a la imposible fundamentación última en cuanto a pretensiones de conocimiento verdadero. Tal como estaba expuesto, el trilema es sin salida, pues todas comportan contradicciones o negatividades que las invalidan. La cuestión estriba en presentar una alternativa más allá de las salidas dibujadas, una alternativa en un plano distinto, como intentó, por ejemplo, Karl-Otto Apel con una fundada justificación de las pretensiones de verdad desde una órbita distinta, teniendo en cuenta los insoslayables presupuestos con que operamos en la misma comunicación lingüística, incluso para formular la crítica a las falsas vías de fundamentación señaladas por el trilema de Albert. Por tanto, salvando las distancias…, la cuestión para que el PSOE, y con él otras fuerzas políticas, no se vea mortalmente atrapado en el trilema que le afecta pasa por presentar una alternativa.

 

La alternativa posible no es otra que darle consistencia al “no” que se defiende contra un candidato del PP, desde presupuestos ético-políticos ineludibles en una democracia constitucional. Es decir, la exigencia de no apoyar al candidato de un partido que no sólo pretende seguir aplicando políticas antisociales y autoritarias, sino que no muestra voluntad de hacer frente efectivamente a la corrupción que le afecta, implica que las razones del “no” se asuman de manera consecuente y dinámica.

 

Decir “no” al candidato de esa derecha no debe ser mero paso táctico o una posición de coyuntura a la espera de nuevas condiciones, sino una cuestión de principios susceptibles de ser compartidos por un amplio espectro del arco parlamentario. Y es a ese espectro al que el candidato socialista, si se llega a constatar que el candidato Rajoy no obtiene una mayoría suficiente, ha de dirigirse apelando a las razones de dignidad democrática que avalan un “no” que al presentar de nuevo su candidatura para la presidencia del ejecutivo se transformaría en un “sí” a un gobierno alternativo. El trilema de Münchhausen, sin ilusorias cabelleras, podría ser así superado, salvo que un ataque de resignación atenazara a la izquierda y a otras fuerzas políticas de manera que no nos libráramos de hundirnos en el lodazal. Pero posible alternativa, ¡claro que la hay!

 

 

AUTOR

  • José Antonio Pérez Tapias

    Es miembro del Comité Federal del PSOE y profesor decano de Filosofía en la Universidad de Granada. Es autor de Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional. (Madrid, Trotta, 2013)

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¿Es Ciudadanos un partido de centro?

Vicenç Navarro

 

Una peculiaridad de España, incluyendo Catalunya, es que, a consecuencia del enorme descrédito de las derechas en este país (acentuado sobre todo a partir del fin de la dictadura de derechas que gobernó España durante casi cuarenta años), no hay ningún partido que se presente como partido de derechas. De ahí que las derechas deseen presentarse como partidos de centro. Parecería, pues, que en España un partido se presenta como de centro cuando le avergüenza presentarse como un partido de derechas. Es así, pues, como se definen a sí mismos el PP y Convergència, y ahora también Ciudadanos, que es la versión renovada del PP (refiriéndose a él, a nivel de calle, como el “Frente de Juventudes del PP”). Objetivamente, el PP pertenece, en el Parlamento Europeo, a la familia conservadora-liberal, y Ciudadanos y Convergència a la misma familia liberal. Fuera de España, sin embargo, a las familias políticas conservadoras y a las liberales se las conoce como derechas. No así en este país, donde se las conoce e identifica como centro.

 

Esta diferente manera de definir los partidos políticos, sin embargo, crea bastantes confusiones. Por ejemplo, miembros del Parlament de Catalunya pertenecientes a Ciudadanos y al PP forman parte de la Asociación Catalana de Comunicación, Investigación y Estrategia Políticas (ACCIEP), que está promoviendo la fundación estadounidense The American Enterprise Institute, que es conocida en EEUU por su proximidad al Partido Republicano, un partido claramente de derechas (en realidad de ultraderecha). Su director es Arthur C. Brooks, autor de la Biblia de la ultraderecha estadounidense llamada Camino a la libertad: cómo ganar la lucha a favor de la libre empresa (The Road to Freedom: How to Win the Fight for Free Enterprise), un panfleto a favor del capitalismo sin guantes, en su versión más pura. Dicho libro es hoy el punto de referencia intelectual de la ultraderecha estadounidense y de América Latina.

 

Este señor fue invitado por la tal asociación a dar sus puntos de vista sobre Catalunya, conferencia en la cual definió los problemas de España y Catalunya y las posibles soluciones para este país. Según el Sr. Arthur C. Brooks, el problema de España (incluyendo Catalunya) es que el capitalismo de aquí es demasiado blando, con excesivas reglas y protecciones: se necesita un capitalismo más puro y más duro. Según él, hay demasiados impedimentos para que este pueda expresarse tal como es. También dijo que Europa debería “americanizarse”, que quiere decir adoptar el sistema económico y social de aquel país que, se caracteriza por su escasísima protección social.

 

En respuesta al “peligro” de que las nuevas fuerzas progresistas emergentes llegaran a gobernar, subrayó que permitir que España (incluyendo Catalunya) se convirtiera en país socialdemócrata sería una enorme pérdida para el mundo. Y hablando de Catalunya, su consejo fue que Catalunya debería transformarse en el Hong Kong de Europa. Hong Kong es la ex colonia británica situada en el continente chino que tiene menos protección social y laboral en aquel continente. Supongo que, para Ciudadanos (y para el PP), las declaraciones de tal personaje son declaraciones de una persona de centro.

 

La hipocresía de Ciudadanos (y del PP)

 

Una última observación. Muestra la baja talla intelectual de la derecha española (PP y Ciudadanos) que esté intentando centrar su estrategia electoral en la situación venezolana, en un intento de identificar la coalición Unidos Podemos con el gobierno que ha sido elegido en aquel país, y que según las derechas se ha transformado en una dictadura. La complicidad de los grandes medios de información y persuasión en promover esta percepción de lo que ocurre es absoluta, campaña dirigida por El País, un rotativo que también, por cierto, se define de centro. Tal diario también ha intentado convencer (como también lo han hecho el PP y Ciudadanos) a su decreciente audiencia de que Podemos está financiado por el gobierno venezolano, en contra de la evidencia existente y confirmada por los tribunales españoles, que han concluido, todos ellos, que ello no es cierto.

 

Independientemente de las simpatías que uno tenga por aquel gobierno, es necesario recordar dos hechos que muestran la enorme hipocresía de las derechas en España. Uno es que todos los organismos internacionales de defensa de los derechos humanos indican que es en Honduras donde tales derechos están siendo violados diariamente, con asesinatos continuados de dirigentes de movimientos sociales, periodistas y sindicalistas, realizados con la autoría y/o complicidad del Estado y de los partidos gobernantes que pertenecen a las mismas familias políticas –la conservadora y la liberal- a las cuales pertenecen el PP y Ciudadanos. Incluso en el caso (más que improbable) de que las acusaciones de violaciones de los derechos humanos hechas por las derechas españolas en contra del gobierno venezolano fueran ciertas, tales violaciones  palidecen frene a las que están ocurriendo en Honduras. Pues bien, tales partidos y tales medios (que se definen todos ellos de centro y grandes defensores de los derechos humanos) han permanecido en un silencio ensordecedor sobre lo que ocurre en Honduras, mostrando, con este silencio, que en realidad los derechos humanos no les importan en absoluto. Lo que les importa es utilizarlos vergonzosamente para atacar a Unidos Podemos en España. Su interés en Venezuela parece traducir su deseo de alejarse de España, donde la aplicación de las políticas de austeridad que el PP y Convergència han estado imponiendo a España y a Catalunya, con el aplauso de Ciudadanos, ha dañado enormemente los derechos laborales y sociales de sus clases populares. De ahí su interés de que la atención se desplace hacia Venezuela. Así de claro.

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Para los que se autoproclaman: “Soy de izquierdas”

 

Se dice en el Reino de España con demasiada ligereza y contundencia: “Soy de izquierdas”. Abundan personas que alardean de ser de izquierdas, aunque  luego sus actuaciones contradicen de pleno a sus palabras. Hay mucha gente que además de decir que son de izquierdas, están convencidos de serlo, y sin embargo son medularmente de derechas. Lo dicen probablemente para sentirse mejor, porque decir que se es de derechas después del franquismo, no queda bien y no está muy bien visto en determinados ambientes. La realidad es que numerosas encuestas confirman que mayoritariamente la población española aparece escorada hacia la izquierda. No obstante, la autoafirmación ideológica tan al uso, hay que cuestionarla y matizarla. 

 

Dicen que son de izquierdas, y emiten frases en relación a la población inmigrante o minorías étnicas, claramente racistas y xenófobas, como  “los inmigrantes nos quitan nuestros puestos de trabajo y se aprovechan de las subvenciones públicas”, “no hace falta que vengan los refugiados”, “vienen a parir aquí porque les resulta gratis” o “conozco a un gitano que tiene dos pisos”, y además contratan a chicas sudamericanas o rumanas para cuidar a sus padres ancianos o sus hijos pequeños con unos sueldos de miseria. Dicen que son de izquierdas, y llevan a sus hijos a centros educativos concertados o privados dirigidos por congregaciones católicas, para que no compartan pupitres y no se mezclen con gitanos, inmigrantes o disminuidos psíquicos. Dicen que son de izquierdas, y cuando tienen necesidad de atención sanitaria recurren a clínicas privadas, para que su esposa embarazada no tenga que guardar fila detrás de una senegalesa, ecuatoriana o ucraniana. Dicen que son de izquierdas,  y les parece una estupidez después de 75 años con los problemas que tiene España, perder el tiempo en desenterrar los cuerpos yacentes en cualquier carretera comarcal o basurero de las afueras de cualquier pueblo de los 125.000 republicanos asesinados por los fascistas, precisamente por defender los principios y valores de la izquierda. Dicen que son de izquierdas, y defraudan a Hacienda todo lo que pueden, aceptando facturas sin IVA o pagando con dinero negro la compra de su vivienda. Dicen que son de izquierdas, y cuando los sindicatos, a los que atacan vorazmente con más vehemencia incluso que la derecha o la clase empresarial españolas, convocan una huelga general por cuestiones tan intrascendentes como la vigente Reforma Laboral, no la secundan con la contundente excusa “es que tenemos que pagar la hipoteca”. Dicen que son de izquierdas y compran la ropa en cualquier gran Centro Comercial, sin importarles que haya sido fabricada en un suburbio de alguna ciudad asiática, donde trabajan hombres, mujeres, niños y niñas en un régimen de esclavitud. Dicen que son de izquierdas, y se regocijan con la rebaja del sueldo a los empleados públicos, y no se indignan como debieran por la eliminación de cientos de miles de plazas públicas en educación, sanidad o servicios sociales, sin apercibirse de que ello supone un grave e irreparable deterioro del Estado de bienestar.  Dicen que son de izquierdas, y les molestan las prestaciones por desempleo por su alto costo, al considerar a los parados como vagos y defraudadores, tal como dijo nuestra ínclita vicepresidenta del Gobierno y aquella diputada de infausto recuerdo cuando emitió “Que se jodan”. Dicen que son de izquierdas, y les resulta intolerable el matrimonio entre personas del mismo sexo. Dicen que son de izquierdas, y compran la prensa de derechas, por lo que la de izquierdas tiene gravísimos problemas económicos, que propician su desaparición o está a punto de hacerlo. Dicen que son de izquierdas, y les parece irrelevante e intrascendente que el alcalde de su localidad, el presidente de su comunidad autónoma, ministros o jefes de Gobierno asistan codo con codo con las autoridades religiosas católicas a actos litúrgicos de misas y procesiones multitudinarias, Jornadas Mundiales de la Juventud, beatificaciones de los mártires católicos, incumpliendo el artículo 16 de nuestra Carta Magna, que especifica con claridad meridiana la aconfesionalidad del Estado. Dicen que son de izquierdas, y les parece normal, por lo que no la cuestionan, la institución monárquica, siendo una reminiscencia caduca del Antiguo Régimen. Dicen que son de izquierdas, y les resulta imposible el entender y el asumir que determinados ciudadanos del Estado español, pretendan ejercer el derecho de autodeterminación, profundamente democrático. Dicen que son de izquierdas, y pusilánimes permiten que se arrojen por el sumidero de la historia todo un conjunto de conquistas sociales heredadas de las generaciones que nos precedieron y que ya no disfrutarán las venideras. Dicen que son de izquierdas, y acongojados no se rebelan en masa ante tantos atropellos por parte de nuestros gobernantes envalentonados y crecidos, que algún día los expertos calificarán como una especie de suicidio colectivo, perverso e imprevisible, y que nos está devolviendo al siglo XIX. Dicen que son de izquierdas, y luego no votan a los partidos de izquierda, ya que si lo hubieran hecho,  el PP no hubiera alcanzado el gobierno.

 

De verdad, estas actuaciones me sorprenden sobremanera, ya que parecen estar muy lejos de la esencia de una autentica ideología de izquierdas, cuyos valores incuestionables son la defensa de la libertad, igualdad y fraternidad, y la justicia social.

 

Para todos aquellos a los que me he referido en las líneas precedentes, les quiero transmitir alguna reflexión de Luigi Ferrajoli. Es opinión muy generalizada en esta vorágine neoliberal que la distinción entre derecha e izquierda sea cada vez más cuestionada. Al respecto Ferrajoli discrepa. Nos dice que quien niega tal distinción, su pretensión en realidad es negar el papel y la razón de ser de la izquierda e ignorar la cuestión social. La idea de que todos los partidos son iguales y de que la política es algo sucio y perverso es el lamento tramposo e interesado de quien busca la destrucción del espíritu cívico. Además añade un segundo criterio diferenciador, ya advertido porNorberto Bobbio: el valor de la igualdad y de la igual dignidad de las personas en la cultura de la izquierda, valor ajeno a la cultura de la derecha. Con precisión nos dice que la identidad de la izquierda proviene de la conjunción de un Estado liberal mínimo y de un Estado social máximo: consistente uno en un paso atrás de la esfera pública para garantizar las libertades, y el otro un paso adelante para garantizar los derechos sociales (DS). En cambio, la derecha defiende lo contrario: derecho penal máximo-en España ley mordaza-, y Estado social mínimo, promovido por los neoliberales. En definitiva, la identidad de la izquierda está más de acuerdo con los valores constitucionales: con el principio de igualdad, con el de la dignidad de las personas, con el de la solidaridad social y, sobre todo, con el conjunto de los derechos fundamentales, que equivalen a todos-desde los derechos de libertad a los DS- a otras tantas leyes del más débil, alternativas del más fuerte, que serían las vigentes en ausencia de las primeras.

 

Mas, si no fuera bastante por lo expuesto recurro a una definición de “izquierda" del humorista italiano, Sergio Staino: "Es una disposición mental y ética que precede a la elección política. Es una actitud de bondad fundamental hacia el hombre y el mundo, un sentimiento íntimo de benevolencia".

 

Cándido Marquesán Millán


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