LA NECESIDAD DE UN NUEVO RELATO. III.- ¿ALIANZA DE CIVILIZACIONES?
Somos una nación compleja capaz de asumir distintas identidades en un mundo donde la realidad de la globalización provoca fuertes movimientos migratorios que han roto la homogeneidad de nuestras sociedades. Estamos ante sociedades multiculturales donde los soldados "españoles" que mueren el El Líbano son colombianos, los ciudadanos que mueren en la T4 son ecuatorianos y los trabajadores de la construcción y de la hostelería son rumanos o ucranianos. Somos el segundo país del mundo que recibe inmigrantes.
Algo muy profundo está cambiando y en esa perspectiva esa España que quería olvidar la religión, que quería sumergirse en las suaves aguas del consumismo, que había mostrado que las grandes doctrinas redentoras fueran el catolicismo o el comunismo habían quedado atrás... esa España permisiva y posmoderna recibe la visita inesperada del islamismo radical que produce atentados de una crueldad difícilmente imaginable hace unos años.
En ese contexto tenemos al menos dos problemas: cómo acomodar a las poblaciones inmigrantes en un Estado que no es homogéneo, en un Estado que a su vez necesita modificarse para hacer realidad la Nación de Naciones que conformamos y en segundo lugar como hacer frente a este problema contando con los otros países europeos ya que es un asunto que trasciende todas las fronteras.
Estamos ante un problema que al menos afecta a toda Europa. A una Europa que se tiene que definir acerca de qué papel quiere jugar en el mundo. Una Europa dispuesta a implicarse en la necesidad de evitar el choque entre las civilizaciones. Y de nuevo aquí una de las propuestas más importantes hechas durante esta legislatura refleja la dificultad de ir más allá de las inercias de la democracia española, a la que le cuesta sobremanera diseñar una política exterior que no sea acomodaticia, que tenga una personalidad propia.
Durante años todo parecía claro. Sólo se trataba de repetir, al modo del joven Ortega, que España era el problema y Europa la solución. Durante años los demócratas españoles mostraron muy justamente que la dictadura de Franco era una rémora para entrar en Europa y que deseábamos incorporarnos a una Europa democrática en una España democrática. Han pasado treinta años.
Es lógico que entonces estuviéramos simplemente a la espera de poder incorporarnos, de poder participar, de ser admitidos. Y actuamos con miedo, con prudencia, con cautela, con el deseo al principio de no llamar la atención y actuar como buenos chicos, como buenos aliados, que nunca causan problemas y apoyan todo lo que diga el Imperio sin rechistar.
Pero en cuanto hemos pretendido levantar un poco la cabeza, ser pioneros en retirar las tropas del conflicto de Irak, cumplir la palabra dada a los ciudadanos, se ha armado la marimorena. De nuevo ha aparecido la cantinela de que se está rompiendo con la transición y la acusación de que estamos ante un presidente incapaz, que nos lleva por el camino del horror, que está dispuesto a ceder y a rendirse; que ha sucumbido a la peor de las políticas, a la política del apaciguamiento y que por ello cree que se puede combatir el islamismo, con paños caliente, sin enfrentarse de cara.
Esta crítica la sostienen los que afirman que creen en la superioridad de la civilización occidental y ratifican que no hay que ceder ante los nuevos bárbaros, porque es imprescindible acabar con el monstruo antes de que crezca. Todos ellos han asociado la política del gobierno al Pensamiento Alicia, al buenísimo, a la inconsciencia, al infantilismo, a no ser capaces de tomar decisiones reales en un mundo real, presidido por el hobbesianismo.
Y por ello concluyen que ya está bien: este hombre ha rotos los equilibrios de la transición; ha resucitado una memoria que creíamos desaparecida; está desmembrando la nación y encima nuestros aliados son Chávez, Evo Morales, y los islamistas radicales. Hay que concluir de una vez por todas con este experimento. Zapatero debe desaparecer. Para ello es imprescindible que sea ampliamente derrotado para que todo esto no sea sino una mala noche en una mala posada.
De nuevo aquí como decía al principio de este trabajo debo decir que no estamos ante un debate baladí entre dos grandes fuerzas política que en el fondo piensan lo mismo pero que sólo trata de llenar de ruido y furia el escenario. No es así. Estamos ante una batalla ideológica planificada porque en el mundo de los neoconservadores y de los tecocon se castiga la insubordinación, se reprime la disidencia, y se paga la rebeldía.
Y todo eso está en el debe del actual gobierno que ha pretendido mover no mucho pero sí al menos un poco los parámetros de la tradicional política exterior española. Los que tenemos años recordamos lo ocurrido en los años ochenta con Frenando Morán. También entonces el esfuerzo por mantener un margen mínimo de autonomía en política exterior, por no caer en la satelización, por saber que no podíamos ser neutrales pero no nos estaba vedado tener una personalidad propia, que se trataba de ejercer la voluntad política, también entonces todo esto acabó con el cese del mejor Ministro de exteriores que había tendido la España democrática. El ministro más preparado, más capaz, era presentado como un personaje de fábula, que provocaba el hazmerreír de los ciudadanos que se hacían eco de unos chistes preparados ad hoc.
Con Moratinos ha ocurrido lo mismo. Ha sido presentado como un auténtico desatino su nombramiento y su ejecución; el que este hombre conocedor de los problemas de Oriente Medio como pocos, experto en todas las cuestiones del diálogo entre las culturas, haya intentado introducir un nuevo concepto en la agenda política ha sido denostado desde el primer día.
Y sin embargo la pregunta está ahí: ¿por qué no podemos buscar caminos de entendimiento con el Islam?
Si llegamos a la conclusión de que es imposible. Si seguimos afirmando que todo Islam es por esencia antidemocrático, que toda democracia es imposible en el mundo árabe entonces, pocas esperanzas quedan de reconducir la situación internacional.
No digo que el tema sea sencillo. Ninguno de los tres lo es: no cabe pensar que sea sencillo elaborar una memoria que haga justicia a las víctimas de una dictadura cuando toda la transición se basaba en echar al olvido los recuerdos del pasado, los agravios respectivos, las heridas de un conflicto fratricida. Lo hemos visto con la guerra de las esquelas. Los que han tenido años y años para glorificar a sus muertos, los que todavía hoy los beatifican consideran un despropósito que los vencidos quieran reconstruir su buen nombre.
El hijo de los vencidos lo ha tenido difícil. La forma como ha encallado la ley de memoria histórica y todos los avatares del Estatuto de Cataluña a la espera del tribunal Constitucional reflejan lo difícil del empeño. Igual ocurre con la alianza de civilizaciones. Esa política requiere una Europa muy activa, capaz de sacudirse el letargo. No parece el camino que se esté siguiendo. El triunfo de Sarkozy refleja lo contrario. El esfuerzo de conectar con el atlantismo y con los valores de los neoconservadores, de hacer realidad la tripleta del neoliberalismo, el neoconservadurismo y el neoimperialismo americano.
La alianza de civilizaciones es una política ambiciosa pero cuenta con pocos asideros. Puede encontrar con apoyo en el mundo de las Iglesias, en el dialogo entre las religiones, en el esfuerzo de algunos sectores del mundo académico. Poco más.
Hay veces en la vida en que uno no puede arreglar todos los problemas pero puede contribuir a que los odios no proliferen, a que los sentimientos no se envenenen, a que las situaciones no se pudran. En la mente de todo está que mucho de esto se puede lograr en el conflicto de Oriente Medio y con la negociación con Turquía. Es hora de buscar una aproximación que impida que se sigua ensanchando la brecha.
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