'El País' del no Podemos
En memoria de Miguel 'Moro' Romero, militante histórico de la Comunicación
El silencio del periódico El País sobre la aparición de la plataforma electoral Podemos y del "liderazgo audaz" reivindicado por Pablo Iglesias merece reflexión política. Esta iniciativa ya acumula una más que considerable presencia informativa y opinativa en la nueva generación de periódicos digitales y en las redes sociales, sin duda reforzada por el propio espacio televisivo que el "presentador de la coleta" y su equipo vienen labrando desde hace tres años en la televisión alternativa en internet (antes en Telek y hoy HispanTV y PúblicoTV). El joven profesor de Ciencia Política ha sabido cubrir el sentimiento de orfandad que invadía al telespectador de izquierdas en las diversas tertulias de las cadenas generalistas, que desde que participa han visto aumentar sus niveles de audiencia. Las 50.000 firmas planteadas para lanzar la candidatura se recogieron en poco más de dos días y a tres semanas de su presentación se han construido decenas de Círculos Podemos en España (once en Madrid).
Este "movimiento de ficha" ha generado reacciones de todo tipo en el espectro político y llamado la atención de mucha gente que hace tiempo anhela los reacomodos políticos necesarios para pensar en mayorías sociales de cambio. Más o menos abiertamente, algunos líderes partidarios muestran su preocupación (sobre todo de IU y el PSOE) y otros su interés por estudiar iniciativas de colaboración. En espacios sociales como la PAH, las mareas o la Red Ciudadana del Partido X, pero también partidarios como ICV, Anova, Equo. Incluso personalidades "electoralmente disponibles" (Elpidio Silva, Federico Mayor Zaragoza, Baltasar Garzón) se muestran expectantes ante este proyecto que se plantea ir más allá de las izquierdas en la reconstrucción del campo popular.
No pasaba desde hacía mucho tiempo. Pablo Iglesias viene dejando gente en la calle en todos los locales donde ha convocado, abarrotados como para tener que cambiar el sitio de su discurso en más de una ocasión. Abre espacio a la ilusión política sobre todo en aquellos sectores que, estando fuera de las redes tradicionales de militantes partidistas y activistas sociales, simpatizan con la movilizaciones cognitivas y sociales abiertas por el 15-M. Sin duda estamos ante un tipo de capital intelectual, discursivo y mediático de efectos hasta ahora desconocidos en el campo político español. La dinámica es tan poderosa como para haber tenido un inédito impacto demoscópico: logró aparecer como respuesta espontánea en intención de voto en un sondeo (Metroscopia), y eso que su periodo de recogida de datos apenas cubrió escasos días después de su presentación pública el 17 de enero.
Desde la Transición ha habido pocos momentos de tanta expectación y esperanza políticas. Los momentos de crisis abren ventanas de oportunidad, en esta ocasión para dar paso a una nueva generación de militantes con ricas trayectorias trasnancionalizadas y un importante bagaje tecnológico e intelectual. Conscientes de que ninguno de los grandes proyectos de cambio en el mundo de los últimos cincuenta años los ha puesto en marcha la vieja izquierda, nos fuerzan a pensar un nuevo populismo del que tienen un serio "conocimiento (teórico y político) de causa". Las organizaciones de la vieja izquierda están desconcertadas; sus bases, curiosas y esperanzadas.
El País está en el punto de mira. ¿Por qué el periódico que pretende seguir presentándose como referencia de los públicos progresistas españoles no ha escrito una sola palabra sobre Podemos y Pablo Iglesias, ni en la edición impresa ni en la digital? Porque esta iniciativa por fuera de los aparatos controlados por las élites de la transición tiene capacidad para trastocar su papel histórico, de verdadero muro de contención de las opiniones públicas del campo progresista. Analicemos las estrategias de iluminación y de apagones informativos que nos sumergieron en El País del no Podemos, promovidos por esta cabecera aparecida en mayo del 1976. Un año fundamental en las bambalinas transicionales donde nuestras élites transnacionales recompusieron los pactos internacionales para mantener bajo control tanto la soberanía nacional como la popular en España.
El primer apagón ha sido por ocultamiento. Este periódico lo fundó Fraga Iribarne para apoyar su proyecto bipartidista, es decir, para que dibujase el perímetro del campo donde se jugaría el partido entre izquierda y derecha. Un manejo hábil de agenda cultural y de identidad (género, cultura, religión...) hizo sentir a la gente de izquierdas, "progre" frente al franquismo sociológico que hoy sigue alimentando la caverna. Pero oscureció hasta ocultar la constante coincidencia bipartidista en el ámbito económico y geopolítico materializada en la votación parlamentaria. El trabajo estratégico de su Consejo de Redacción ha sido siempre clave para que el proyecto de sumisión a los mercados y dependencia de las grandes potencias no fuese cuestionado en la esfera pública española.
Al compararnos con Europa, un socialdemócrata coherente como Vicenç Navarro recordaba que durante las décadas de implementación del programa neoliberal, España es de los pocos países que no ha tenido en sus quioscos un sólo periódico que en su línea editorial criticase la liberalización, privatización y flexibilización laboral. Qué decir del hiriente tratamiento informativo dado a los líderes y de las agendas posneoliberales latinoamericanos de la última década, o su línea aquiescente, cuando no aduladora, con la banca alemana y el Banco Central Europeo que depredan nuestra economía. Simplemente vergonzante.
El segundo apagón ha sido por invisibilización y se dirigió a "la izquierda de la izquierda" del PSOE, la que había soportado el peso de la lucha antifranquista. Con un tratamiento crítico marginador, pero sobre todo con el silenciamiento, el diario dirigido —no por casualidad— por el hijo del mayor responsable de la propaganda del movimiento franquista y jefe de los servicios informativos de RTVE (Cebrián) tuvo éxito en su disciplinaria estrategia de "hambruna informativa" para la izquierda. Levantó un verdadero dique informativo para segregar los imaginarios revolucionarios de los reformistas, una operación clave para validar los pactos de la Transición y abrir el foso bipartidista entre la "Izquierda del Mar Menor" y la "Izquierda de la Elite al revés" que mantuvo durante décadas a la izquierda paralizada (Alba Rico). La ausencia de cualquier reconocimiento informativo y/o cultural de las trayectorias, iniciativas, debates o proyectos más o menos valiosos que en distintos momentos vivieron todas las culturas militantes, fue un acicate para que las burocracias sindicales y partidarias se acomodaran fácilmente y sin sufrir demasiadas contradicciones. Una vez que el único patrimonio militante construido en la movilización se arrojó por la borda, la cooptación de las élites llevó a abandonar irresponsablemente el pensamiento crítico. Justo en el momento en que, tras la larga noche franquista, era necesaria una consistente pedagogía democrática. El País fue el "espejito mágico" para que esa izquierda cansada de luchar diese por exitoso su recorrido biográfico en la Transición, para creer que el franquismo reducido al búnker moriría aislado y, en definitiva, para hacernos sentir modernos y europeos por arte de magia.
Pero la cultura de la impunidad que hasta hoy continúa no deja ser la triste constatación de lo errado de ese cálculo sobre el recorrido que debe tener el proyecto democrático. En aquel contexto del "desencanto programado" (Alfonso Ortí) muchos militantes de las izquierdas sociales y extraparlamentarias vieron amenazados sus proyectos biográficos si "no rebajaban su perfil ideológico". La estrategia de "devolución selectiva" del patrimonio histórico incautado por el franquismo condenaba a estos sectores a una situación de cuasi indigencia de recursos organizativos. Las menguadas militancias apenas alcanzaron a poner en marcha dinámicas de resistencia, con frecuentes derivas altamente narcisistas que alimentaron procesos de creciente (auto) marginación, donde lo políticamente relevante parecía ser salvaguardar las purezas doctrinales y rituales discursivos de radicalidad. En el nuevo milenio, con la aparición del ciclo antiglobalización, sólo algunos habrían sobrevivido con fuerza intelectual e ideológica suficiente para colaborar en la promoción de alguna conciencia subalterna, para la construcción de alternativa desde abajo en un mercado cultural e ideológico totalmente transformado. Fue el caso del Moro, arriba homenajeado.
El foco permanente del grupo Prisa sirvió para iluminar artificialmente la modernización tardofranquista y proponer al conjunto de la sociedad el modelo de consumismo suntuoso y pacato de las clases medias formateadas en ese periodo. Fue tarea apuntalada particularmente desde los suplementos, el de Estilo en su revista dominical o los culturales desde los que se nos recomendaba la levedad de los ensayistas y novelistas posmodernos de franquicia Starbucks. Recién estamos evaluando cómo la continuidad en democracia de ese modelo cultural de clases medias consumistas incívicas (Pablo Sánchez León), nos mantuvo intelectualmente bien atados en El País del no Podemos. Pero la dieta informativa fue cambiando con el altermundismo en internet y con la aparición de Público en los quioscos en septiembre de 2007. Nuevas proteínas alimentaron el encuentro intergeneracional en el ciclo de movilización que abrió el 15-M para encarar la insostenible crisis—estafa. En las nuevas dinámicas horizontales asamblearias se producen diálogos entre discursos e identidades largamente enemistadas y se reclama una nueva pedagogía política por para los recién incorporados. La crisis nos ha despertado del sueño y nos ha dejado frente a la pesadilla de unas élites depredadoras, interrogándonos si podemos pensar en otro proyecto de país. Un primer paso es que ya podemos consumir otra información, que ya podemos votar otras opciones electorales.
*Ariel Jerez es profesor de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
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