LA NECESIDAD DE UN NUEVO RELATO. II.- ESPAÑA: NACION DE NACIONES
Toda la legislatura ha estado marcada por dos objetivos que hoy están puestos en cuestión: el proceso de paz en el país vasco y la reforma de los estatutos de distintas autonomías, comenzando con la catalana. No era poca cosa conseguir acabar de una vez por todas con la pesadilla etarra y lograr asentar una nueva concepción de la nación española.
Es mucho más doloroso el primer fracaso pero es mucho más significativo, desde la perspectiva con la que enfocamos este trabajo, el segundo.
Antes de que se produjera el atentado de la T4 en Barajas y el comunicado de ETA del pasado mes de junio se habían acumulado muchos datos que reflejaban lo difícil que era modificar el imaginario español. Desde las elecciones de marzo del 2.004 hasta el 30 de diciembre del 2.006 trascurren casi tres años. Tres años completos si contamos desde las elecciones autonómicas catalanas de noviembre del 2.003 hasta las autonómicas de noviembre del 2.006. Tres años donde Cataluña hace una oferta a España que es recibida con una inequívoca muestra de recelo, de desconfianza, de hostilidad.
Comienza la desazón cuando se descubre que el Conseller en Cap J. L, Carod Rovira ha negociado con representantes de la banda terrorista ETA las condiciones para el abandono de las armas. Cuando se produce el atentado del 11 de marzo del 2.004 y se piensa en las primeras horas que ha sido ETA todo fue responsabilizar a Carod Rovira- Maragall-Zapatero "que estarán contentos con haber evitado la sangre en su tierra y haber logrado que el atentado sea en Madrid" Todo el que vivió aquellas primeras horas difícilmente podrá olvidar el odio acumulado contra el gobierno catalán.
El descubrimiento de la verdad de la autoría de los atentados provocó el vuelco de la opinión pública que todos recordamos pero el daño estaba hecho. Un daño que vendría a identificar a Ezquerra Republicana de Cataluña con todo el espectro de la compleja vida política catalana. Si toda Cataluña era igual a Ezquerra y si Ezquerra era igual a Batasuna-ETA la demonización estaba asegurada.
Una población como la española agotada por años de terrorismo era continuamente bombardeada con un mensaje simple pero eficaz: el terrorismo etarra tiene su raíz en el nacionalismo vasco; el nacionalismo vasco es etnicista; todos los nacionalismos son perniciosos; el nacionalismo catalán es aún más peligroso que el vasco porque pretende acabar con el Estado y romper España.
Es comprensible que este discurso que ha calado tanto en lugares como Madrid y Valencia (y ello explica algunas de las razones del descalabro electoral de los socialistas) sembrara de inquietud a muchos ciudadanos de la España periférica y a muchos progresistas de la España central, que no entendían como se producía esa identificación grosera entre los distintos nacionalismos y esa reducción de todos ellos a una pandemia fruto de una enfermedad peligrosa y violenta.
Sería un buen ejercicio académico estudiar la prensa de Madrid en todo el período anterior y posterior a la negociación del Estatuto de Cataluña y captar la dureza de los comentarios en contra del intento del parlamento catalán. Pondré un ejemplo entre otros muchos. Cuando los representantes del parlamento catalán intervienen en las Cortes españolas para presentar su proyecto las críticas subieron de tono y se cebaron en la presidenta del Partido de los socialistas de Cataluña, en Manuela de Madre.
El hecho de que esta mujer reivindicara como propia la lengua y cultura catalana; el que mostrara que había emigrado de su tierra andaluza pero había encontrado en Cataluña una tierra de acogida; el que se manifestara a favor de poder simultanear la identidad catalana con la europea y con la española; el que defendiese el modelo cívico de un nacionalismo que logra mantener su identidad sin tener que reivindicar la necesidad de tener un Estado propio...todo ello era demasiado para una mentalidad acostumbrada a polarizar a la opinión pública. Los matices no cabían entre los que piensan que sólo cabe optar entre la defensa incondicional del Estado o la necesidad de contar con un Estado propio para poder realizar en plenitud la identidad nacional.
Esta crítica despiadada venía por un lado de los conservadores españoles que seguían defendiendo su tesis favorable a una apuesta por esa España sin complejos que remonta su existencia a más de quinientos años y que no puede admitir otra nación que lo que ellos entienden como nación española. Hasta ahí no había demasiadas sorpresas.
Más grave era lo ocurrido en las filas socialistas. La apuesta parlamentaria del gobierno durante esta legislatura se basaba en alcanzar un acuerdo parlamentario con Ezquerra republicana, con el Bloque Nacional Galego y con Izquierda unida. Zapatero debía su elección como secretario general del PSOE al voto de los socialistas catalanes. Tenía una deuda con Maragall y había quedado comprometido por unas palabras pronunciadas en plena campaña electoral a las elecciones autonómicas donde se comprometía a apoyar lo que saliera del parlamento catalán.
Esta perspectiva del gobierno no era compartida por muchos de los socialistas que habían sido protagonistas de los gobiernos de Felipe González. Tampoco era compartida por el diario El País.
Para todos ellos el apoyo de los socialistas catalanes era imprescindible si se quería tener una mayoría parlamentaria en Madrid. Aceptaban de buen grado los votos del PSC pero no habían asumido la novedad de la izquierda catalana.
Ese fue, a mi juicio, el mayor handicap. El hecho realmente nuevo de la España de los años setenta frente a la España de los años treinta se basaba en que el socialismo era hegemónico en Cataluña. Esto no había ocurrido en los años treinta. Gracias a la imbricación entre los catalanistas progresistas, que venían de los medios estudiantiles, y de los trabajadores inmigrantes, se había constituido un partido que lograba grandes resultados en las elecciones municipales, que daba mayorías en el parlamento en las generales pero que siempre sucumbía en las autonómicas. Y eso fue
0 comentarios