Vicios privados, pecados públicos
En los albores del liberalismo económico solía decirse que la "mano invisible" convertía los vicios privados en beneficios públicos. Aunque el médico holandés Mandeville, que puso en circulación la especie, quizá pensaba en cuestiones más carnales, la metáfora sirvió a la ideología del laissez faire para aplicarla al funcionamiento de los mercados. La búsqueda del lucro individual se convertiría por arte de magia en bien colectivo.
Hoy, tras dos años de crisis, el panorama a la vista es justo el contrario; el caos económico provocado por los desmanes e irracionalidades de los mercados movidos por el lucro privado ha sido endosado en su casi totalidad a los Estados, que tuvieron que salir al rescate para evitar males mayores. Los vicios privados se han convertido en males públicos. Las mismas agencias de calificación que dieron la triple A a todo tipo de bonos basura y derivados financieros insolventes, ahora afinan la lupa para calificar la deuda pública de los Estados, originada justamente para evitar la debacle. Y aún más, los mismos que rechazaban cualquier intervención pública en el libre juego de los mercados, ahora mantienen que el fallo no es de los mercados, sino de los poderes públicos que no cumplieron con su labor de supervisión y vigilancia.
Salimos de la crisis justo al revés de cómo era lógico esperar. No predomina un clima que exija acotar, ordenar y limitar el libre juego de los mercados, sino unos Estados endeudados hasta las cejas que soportan las exigencias de los mercados y que, por haber acudido a salvar lo peor, ahora tendrán que autolimitarse y disciplinarse durante años sin que ningún cambio de paradigma esté a la vista.
La crisis pues, lejos de impulsar un giro a la izquierda de la política mundial, a día de hoy, parece más bien lo contrario. Si en la teología medieval el Concilio de Letrán sentó que fuera de la Iglesia no hay salvación, en la nueva metafísica, el consenso de Washington, ha dictado como dogma que fuera de los mercados, tampoco.
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Nos referiremos a dos tan sólo: el primero tiene que ver con la extrema "financiarización" del capitalismo actual. Hoy, las finanzas mandan sobre la economía real. El volumen de los activos financieros es varias veces superior al PIB mundial, y la actividad económica se pliega a la lógica financiera tanto cuando el viento corre a favor (burbujas), como cuando corre en contra (recesiones). Hablar de mercados es decir mercado financiero.
Unos mercados cuya potencia se ha multiplicado por la velocidad de circulación que le permiten las nuevas tecnologías y que, en la práctica, están mucho más desregulados que cualquier otra actividad económica. En ellos se crea o se destruye la liquidez y, sobre todo, se especula. Una especulación que, con perdón, en nada contribuye a la célebre asignación de recursos. ¿Alguien puede explicar qué aportan los hedge funds operando a futuro en los mercados de divisas, salvo incrementar los problemas para enriquecer a los especuladores?
El segundo asunto estructural tiene que ver con la globalización. La globalización es obra de las tecnologías y de la economía. Las instituciones, sin embargo, han ido en sentido contrario. Hay más Estados que nunca y los organismos internacionales pintan cada vez menos.
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Justo Zambrana es economista. Ha publicado El ciudadano conforme (Taurus) y La política en el laberinto (Tusquets).
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