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Izquierda Socialista de Valladolid en la defensa de los Servicios Públicos

El gran problema

Suele darse la curiosa coincidencia de que cuanto más arriba está un individuo en la escala de prestigio neoliberal más siniestro y miserable

Mar Espinar

 

Suelo leer con asiduidad lo que escriben las personas que dicen estar en mis antípodas ideológicas. Lo hago con aptitud abierta de persona demócrata y actitud crítica de adversaria preparada para el combate. Es un ejercicio rutinario, mi Tai chi personal (porque el Tai chi es una arte marcial, no lo olvides). Siempre aprendo algo. Para escapar del león hay que conocer al león. Y el león es rápido y fuerte.

 

Lo que más me llama la atención de los planteamientos, disertaciones y rebuznos neoliberales que salpican los medios de comunicación es que todos confluyen en un mismo punto: la falta de humanidad. Regalan lecciones de moral a la sociedad (una moral que ellos incumplen sistemáticamente); lanzan augurios acerca de las ventajas de su modelo de convivencia (unos parabienes que se deshacen como papel mojado para la mayoría de la población); repiten mantras  de blancos y negros con la dedicación del fanático (el trabajador es malvado mientras que el empresario es un caballero andante, los funcionarios son vagos en tanto que el sector privado es paradigma de la eficiencia); extienden sus plumas de pavo real para demostrar que el éxito es posible si te esfuerzas (la prepotencia y la chulería de sus gestos, de su lenguaje no verbal, como señas de identidad). Construyen, en definitiva, castillos de naipes usando datos, previsiones y cifras. Los construyen una y otra vez con la tozudez del tonto, porque la realidad se los derriba con la inflexibilidad de la ciencia física. Hablan de prosperidad, competitividad, productividad y libertad a cada instante. Pero nunca le añaden el adjetivo “humano”. No certifican sus operaciones con la prueba del 9 social. Me desespera su falta de memoria a corto plazo. A largo plazo ya ni lo intento.

 

Llegados a este punto la cuestión se bifurca. Están aquellos que se lo creen (como yo me creo la socialdemocracia) y aquellos que no se creen ni una palabra de lo que están diciendo. Los primeros cometen lo que yo considero el error de no seguir la frase de Bertolt Brecht: “cuando uno muera no se trata de haber sido bueno sino de haber dejado un mundo bueno”.  A este tipo de personas dedico parte de mi labor política sin caer nunca en el proselitismo. Procuro, eso sí, sacarles del reverso tenebroso de la fuerza con argumentos intelectuales y coherencia vital. A veces lo consigo, otras no. Hay algunos que hasta te hacen dudar por unos segundos, como si en un combate de boxeo que sabes vas a ganar de pronto recibieras un buen directo que no te tumba, pero te hace ver las estrellas.

 

Ahora bien, también digo: ¡qué triste es la sociedad que denuesta, se burla y recela de quienes amamos la filosofía, de quienes tenemos vocación por transformar la sociedad pensando en los que peor lo pasan! A día de hoy, a poco que hables de temas profundos, utilizando palabras serias que no sean caca, culo, pedo, pis, fútbol y casta te llaman pedante o sinvergüenza (si eres política, claro). No digo yo que salgamos con una sábana blanca alrededor de nuestro cuerpo al ágora todos los atardeceres, pero de ahí a contentarnos con dar credibilidad de peso pesado a verdaderos pesos plumas y no dar un paso hacia delante hay un trecho, ¿no?

 

El otro tipo de personas me parece despreciable. Y suele darse la curiosa coincidencia de que cuanto más arriba está un individuo en la escala de prestigio neoliberal más siniestro y miserable es, expresidentes del Gobierno, exministros, banqueros, poderosos empresarios, y ejecutivos de grandes compañías automovilísticas, etc… Y aquí radica el gran problema. Hay que despertar a la buena gente para que deje de admirar a esta caterva de coprófagos que se enriquecen con las debilidades de las personas. Y hay que despertar a la buena gente con cierta calma, para que no se asusten de nosotros. Eso sí, la alarma ya ha sonado. Puedes llamarme pedante si quieres (sinvergüenza, no te lo admito) pero al conde de Saint-Simon le despertaban al grito de: “¡Arriba, señor conde, que tiene grandes cosas que hacer!”. Así me gustaría despertar a la buena gente. Un saludo.

 

Mar Espinar es concejal socialista en el Ayuntamiento de Madrid

elplural.com

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