DÉFICITS, AJUSTES, CRECIMIENTO Y EQUIDAD
Después de haber abierto grandes las compuertas del gasto público para compensar la caída de actividad al inicio de la crisis, ahora todos los gobiernos europeos se ven obligados a reducir el gasto para contener el déficit y reducir el endeudamiento.
El caso de Grecia es el más radical, obligada a reducir el déficit del 14 % en 2009 al 3 % en 2014. Pero como el gigantesco plan de estabilización de la zona euro, anunciado en la madrugada del lunes 11 de mayo, no ha servido para tranquilizar a los mercados, Portugal, España e Italia tienen también que programar ajustes igualmente drásticos.
Todos los gobiernos de la zona euro se enfrentan al mismo problema: cómo reducir el déficit sin poner en peligro la recuperación de la actividad sin la cual no hay forma de reducir el déficit; cómo distribuir equitativamente el esfuerzo de ajuste, aumentando los impuestos, y cuáles, o reduciendo los gastos, y cómo hacer aceptar socialmente medidas (en algunos casos brutales y en todo caso dolorosas) a un electorado que ha perdido la confianza en los líderes políticos.
Acabo de participar en un seminario sobre las consecuencias sociales de la crisis, organizado por el Consejo Económico y Social de la Unión Europea en una Florencia en la que por fin parece haber llegado la primavera, y he escuchado a la Ministra griega de Educación, la ex Comisaria Ana Diamantopoulos, explicar lo que siente un gobierno de izquierdas cuando tiene que reducir los sueldos de maestros y suprimir becas. Se reducirá el déficit público pero se va a crear un gran déficit social que será mayor si los costes del ajuste no se reparten con equidad. Lo cual exige usar con decisión el arma fiscal, y en particular la lucha contra el fraude.
España no es una excepción en este escenario. Más bien se nos considera como un país con un alto endeudamiento global, público y privado, un crecimiento débil y un gran problema de competitividad. Hace unos días Zapatero, con razón, consideraba que reducir el déficit más rápidamente sería contraproducente porque haría más difícil la recuperación económica. Pero de nada ha servido repetir y argumentar que nuestro nivel de endeudamiento público es menos de la mitad del griego. Para los mercados financieros España se ha convertido en el nuevo eslabón débil de la Unión Monetaria.
En España, y no en Italia, es donde se concentra la prueba de confianza sobre la capacidad de financiar el déficit. Italia tiene el doble de deuda pública con respecto al PIB que nosotros, pero su déficit es “sólo” del 5 % y además los italianos ahorran mucho y no necesitan capital exterior para financiarlo. Nosotros tenemos un sector privado muy endeudado y, además, un 60 % de nuestra deuda pública está financiada desde el exterior.
Por ello, buena parte de la batalla en torno al euro se jugará en España. Si nosotros podemos financiar nuestros déficit con normalidad, las tensiones en la zona euro se podrán controlar. Pero si no fuese así, la intervención del BCE no sería suficiente para estabilizar los mercados, y Francia y Alemania tendrían que intervenir aumentando su endeudamiento para financiar el nuestro a través del mecanismo que la Unión Europea acordó hace unos días. Esto es lo que los mercados temen y por eso la semana acabó con otra caída del euro y de las Bolsas, en particular la española. Los comentarios de Merkel sobre la viabilidad de la recuperación en Grecia y sus medidas (bienvenidas sean, aunque mejor hubiera sido tomarlas de forma coordinada en Europa) prohibiendo la venta a descubierto, han mantenido la tendencia bajista.
Muchos economistas consideran que las exigencias de reducción del déficit que los mercados imponen a los gobiernos son exageradas y contraproductivas. No dejan otra opción que matar el crecimiento económico o incumplir los drásticos objetivos que se les imponen. Y a medio plazo, seguramente, las dos cosas a la vez, porque no se sale del déficit si no es a través del crecimiento.
Reducir el déficit aumentando impuestos o reduciendo gastos no es un mero ejercicio de estática contable. Reducir el gasto público un punto del PIB no reduce el déficit público un punto del PIB, porque hay que tener en cuenta el efecto negativo de esa reducción sobre el crecimiento y por lo tanto, sobre los ingresos fiscales. En España bajar un punto del PIB el gasto público implica una reducción del déficit de sólo medio punto del PIB. Sin otras medidas de mantenimiento de la actividad, las reducciones mecánicas del déficit se diluyen en la recesión que causan.
Si todos los países europeos aplican planes de rigor al mismo tiempo, la demanda interna caerá y como las importaciones de unos son las exportaciones de los demás, también Alemania se verá afectada. Y menos actividad es más paro y más déficit.
Pero mientras la presión de los mercados siga siendo tan fuerte, es difícil hacer otra cosa porque un aumento del coste de la Deuda aumenta el déficit tan rápidamente como la desconfianza. Y ambos factores se retroalimentan en una espiral infernal.
Salir del euro agravaría el problema, pero dejar que el euro se deprecie es parte de la solución. Todos los países que han reducido con éxito sus déficit en los 90 han depreciado sus tipo de cambio para fomentar sus exportaciones. El famoso “milagro sueco” tuvo mucho que ver con la depreciación de la corona. La cuestión está abierta, aunque una política deliberada de euro débil es algo que choca con toda la conducta de la política monetaria que hasta ahora hemos seguido en Europa.
Lo que está ocurriendo demuestra también la escasa validez de las predicciones en economía. Recordemos que en diciembre pasado el euro superaba el listón de 1,5 dólares y los sabios augures vaticinaban que llegaría a 2 dólares a finales de este año. Ahora ha caído hasta 1,22, su nivel más bajo desde abril del 2006 y los mismos sabios vaticinan que volverá a su mínimo histórico de 0,8 dólares o que incluso desaparecerá.
Ni tanto ni tan calvo. El euro ha estado haciendo tiovivos con el dólar desde su nacimiento. Si nos fijamos en sus medias anuales, a 1,23 dólares el euro se sitúa en su media histórica y vale un 40 % más que en octubre de 2000.
No hay pues más razones para el pánico ante los mercados, al menos en lo que a la evolución del euro se refiere. Más bien la devaluación suave del euro es un chorro de aire fresco para la economía europea, enfrentada a las exigencias contradictorias de los mercados que quieren que reduzcamos los déficit muy deprisa pero que el crecimiento se acelere.
Lo que ahora está sobre la mesa son dos grandes cuestiones, como usar el arma fiscal para repartir equitativamente el coste del ajuste y como dotar de un gobierno económico a la zona euro. Ambas cosas están relacionadas y sobre ellas volveremos.
Josep Borrell
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