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Izquierda Socialista de Valladolid en la defensa de los Servicios Públicos

IV TRES LECTURAS DE LA HISTORIA.

La transición ejemplar es historia porque los procesos de gestión del pasado se han dado en Sudáfrica, y en Chile, en Uruguay y en Argentina. No se puede pensar que la democracia española pueda pervivir sin saber realmente todo lo que ocurrió en los años de la dictadura  cuando han pasado más de setenta años de aquellos hechos.

                    

Pero hacer las paces con el pasado no es suficiente. Es imprescindible un proyecto de futuro. Un proyecto que sólo se puede basar en el acercamiento entre posiciones hoy dispares porque si hay algo que ha quedado claro es que en España no hay una memoria compartida. Hay al menos tres memorias en pugna que luchan por hacerse con  la hegemonía del mundo cultural y emocional. Existe la memoria alimentada por los nacionalismos periféricos que tratan de reducir la historia de  España al conflicto entre España y Cataluña, o entre España y Euskalerria; existe la España eterna que trata de revivir sus pasadas glorias y mostrar que ni la Contrarreforma fue tan mala, ni la Inquisición fue tan negativa ni la Restauración fue un régimen oligárquico.

                           

Pero existe también otra historia, otra memoria, otra identidad. Es la identidad de la España republicana, laica, federal, de la España que fue abandonada por las democracias europeas por temor a Hitler, de la España que perdió una guerra que era anticipo de la segunda guerra mundial. Es la España que volvió a ser abandona a su suerte, a su desgraciada y terrible suerte dictatorial, al imponerse los dictados de la guerra fría y no permitir que la España derrotada se incorporara a las democracias que habían triunfado sobre el nazismo.

                           

En aquella derrota del 39 y en aquella segunda derrota del 46-48 están las raíces últimas de esta imposibilidad de tener una comunidad de memoria compartida.

                         

Estoy convencido de que si hubiera fructificado el pacto entre Prieto y Gil Robles en los años cuarenta todos los valores del antifascismo (que estaban inspirando los procesos de reconstrucción de la democracia en Francia y en Italia) hubieran cuajado en nuestro país. Todavía estaba cercana la experiencia republicana y era posible una continuidad de memoria, de relato, de proyecto de nación.

                            

Al impedir esa opción los intereses estratégicos norteamericanos con el aval decisivo del Vaticano se fue consolidando el régimen dictatorial hasta la muerte del propio dictador. Al  realizar la transición llegando a un acuerdo  los reformistas de dentro del régimen franquista y los políticos de la oposición fue imposible articular  un relato del pasado compartido por todos. Cuando se habla  irresponsablemente del patriotismo constitucional habermasiano se olvida que éste se basa en una defensa de los valores democráticos frente a los valores que habían inspirado los principios del nazismo, se basa en no olvidar bajo ningún concepto Auschwitz.

                                   

En nuestro país    se sigue pensando que a lo sumo corresponde elaborar un discurso de equidistancia entre los dos bandos de la guerra civil, donde quepa repartir responsabilidades entre unos y otros, dado que atrocidades hubo en los dos lados.

                                     

Esta equidistancia no ayuda a comprender lo que realmente ocurrió e impide que  muchas personas de las jóvenes generaciones, personas  que abominan moralmente de lo ocurrido en los campos nazis (que se sienten concernidos e interpelados por películas como El Pianista o la Lista de Schindler) puedan siquiera  imaginar que un Presidente del gobierno de su país haya  estado preso en uno de aquellos campos durante más de cinco años. He hecho en muchas ocasiones la experiencia en cursos universitarios y son muy pocos los que conocen el dato, muy pocos los que saben quien era Francisco Largo Caballero y los padecimientos que sufrió.

                                       

Y es aquí donde está la dificultad. No hay país que pueda elaborar su proyecto de futuro sin recordar el pasado. Es evidente que estas reelaboraciones son selectivas, que las políticas de la memoria son cosa bien distinta que la memoria individual del testigo, que  los grandes relatos son distintos a los pequeños  detalles, aparentemente insignificantes, que recuerdan las víctimas o que éstas transmitieron a sus deudos.

                                    

Todo relato implica recordar y olvidar, seleccionar y jerarquizar, valorar y excluir. Durante muchos años se ha impuesto el discurso de que la forma de evitar el debate se funda  en afirmar que el proceso de transición fue ejemplar porque supo olvidar, porque supo distinguir entre lo esencial y lo accesorio, porque sabía,  por ejemplo, que lo prioritario era elegir entre dictadura y democracia y no plantear si era preferible la monarquía o la republica.

                                   

Fueron muchos los que consideraron que  ese era el único camino posible; fueron también muchos los que pensaron que había que hacer de la necesidad fáctica virtud ética y que por tanto las renuncias no eran tantas y estábamos ante el mejor de los regimenes políticos posibles. Hoy ese modelo ya no sirve para construir el futuro. Hoy es imprescindible reconstruir la razón democrática de la España republicana, laica e ilustrada y es imprescindible porque si no lo hacemos los vientos liberal-conservadores por un lado y las derivas etnicistas por otro llegarán a convencernos de que Manuel Azaña realmente nunca existió, que sólo es posible elegir entre los herederos de Canovas del Castillo o de Sabino Arana. Los que cada vez nos sentimos más azañistas no podemos ni debemos consentir esa dicotomía que consideramos nefasta. Tenemos pues que reavivar nuestra propia memoria para reafirmar una identidad de futuro.

                                

Insisto mucho en esta recuperación del pensamiento azañista porque pienso que corremos el peligro en la izquierda de perdernos en una multitud de memorias específicas sobre los sucesos ocurridos sin tener en cuenta el diseño global. Bien están todos los libros acerca de cada uno de los acontecimientos sean éstos octubre del 34, la primavera del 36, los conflictos de mayo del 37 o el final trágico de la guerra en marzo del 39. Es importante  conocer en profundidad  los motivos de aquellas querellas desgarradoras  entre socialistas, comunistas y anarquistas;  debemos recordar las desavenencias entre los principales líderes y  estudiar las memorias donde se recogen los distintos testimonios. Todo ello nos ayudará a evitar una imagen idílica de aquellos trágicos años.

                         

Pero realizada esa labor, y sin esperar a que algún día  concluya porque por su misma naturaleza  nunca concluirá , hay que saber reconstruir  el hilo principal y recordar  cuáles eran los principios esenciales  del proyecto republicano ; sólo así podremos volver a pensar la cuestión catalana, y la cuestión religiosa, la forma de Estado y la política internacional, con el suficiente sosiego y la suficiente distancia para rememorar la España que pudo ser, esa España tan distinta a la de la restauración canovista y tan distinta también  a la forma de entender la nación de un Sabino Arana.

                      

Es esa España  republicana que supo recoger  lo mejor de la revolución francesa pero comprendió también  que la hora del jacobinismo había pasado, que la causa de los liberales españoles y de los nacionalistas catalanes era la misma porque era la causa de la libertad, porque no volvería a haber reyes Borbones, como decía Azaña,  que acabaran con la libertad de Cataluña ni con la libertad de los españoles. Esa España también existió y merece ser recordada y revivida si queremos que una España laica, plural, incluyente y federal tenga futuro. Es en esos valores del republicanismo donde podemos, y a mi juicio debemos,   fundar una memoria realmente democrática.

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