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Izquierda Socialista de Valladolid en la defensa de los Servicios Públicos

MUCHO FALTA POR CAMINAR

VICENT GARCÉS
Profesor de la Universidad Politécnica de Valencia

Es 11 de diciembre del 2006. Ayer murió. Veo su rostro, piel estirada y pintada. El golpista dictador, universalmente conocido. El que traicionó al presidente de la Republica, Salvador Allende, provocando su muerte el 11 de septiembre de 1973. El que liquidó la institucionalidad del país, lenta y dolorosamente construida durante siglo y medio. El general que dirigió las armas contra su pueblo ocasionando miles, decenas de miles, de muertos, desaparecidos, torturados y exiliados. El mismo que, detenido en Londres el año 1998, simulando demencia senil, con la complicidad de los presidentes Frei, Aznar y Blair; escapaba a la extradición a Madrid, donde lo esperaba la justicia.


El cadáver de Pinochet se expone en la Escuela Militar. Velado, honrado y protegido por uniformados. Un hombre hace la cola, llega ante el muerto y le escupe en el rostro. Esta acción transmite el sentimiento de millones de personas de todo el planeta. Es Francisco Cuadrado, nieto del general Carlos Prats, comandante en jefe del Ejército de Chile, leal a la Constitución, que en agosto de 1973 dimitió de su cargo intentando aplacar a la jauría golpista. Prats recomendó al presidente Allende que nombrara a Pinochet como sucesor. Pinochet, unos días después, dinamitó la Constitución, condujo a la muerte al presidente Allende y, un año después, ordenaba asesinar al general Prats y a su mujer en Buenos Aires.


Veo a los hijos del general René Schneider, comandante en jefe del Ejército antes que Prats. Piden ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos enjuiciar al Gobierno de Estados Unidos por el apoyo del presidente Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, al secuestro y asesinato de su padre en octubre de 1970, en un intento de impedir que el Congreso Nacional ratificara a Allende como presidente tras haber ganado las elecciones el 4 de septiembre de aquel año.


Veo al nieto del dictador muerto, vestido de uniforme de capitán, abalanzarse sobre el micrófono para reivindicar ante el cadáver las acciones de su abuelo. Frente a él, la ministra de Defensa del actual Gobierno de Chile que, para asombro de la gente de bien, presidió el acto de exaltación y honra del dictador. Mucho falta por caminar. La presidenta Bachelet y su Gobierno no debían haber autorizado que las Fuerzas Armadas honraran a un general traidor, desaforado, procesado en su país, en libertad condicional, prófugo de la justicia internacional, responsable de imprescriptibles crímenes contra la humanidad. Y veo la violenta agresión a la corresponsal de TVE que cubre el acto, seguido de groseros insultos a todos los españoles.


Acompaño el 10 de diciembre por la tarde la marcha de miles de chilenos que festejan la desaparición física del dictador. Entre la multitud veo a una mujer levantar el retrato de Salvador Allende con la banda presidencial. Veo a jóvenes de hoy, con banderas de todos los colores, pidiendo justicia y no olvido. Y veo a los carabineros impedir a la manifestación, que discurre pacíficamente por la Alameda, el acceso a la plaza de la Constitución donde se yergue el monumento al presidente mártir.


Muchas de las causas judiciales abiertas en diferentes países contra Pinochet van a ser sobreseídas por defunción. Escucho hoy lamentarlo a los familiares del sacerdote valenciano Antoni Llidó, detenido-desaparecido en 1974. Pero las causas seguirán abiertas contra los cómplices que acompañaron al general en sus tropelías. Y otras causas continuarán contra los herederos del dictador por sus reiteradas e indebidas apropiaciones de recursos públicos para su enriquecimiento personal y familiar. En Santiago de Chile se recordaba estos días que, solo en el Banco Riggs, Pinochet utilizó 14 nombres falsos para tratar de ocultar sus robos.


Ya se que no tiene respuesta, pero la pregunta surge una y otra vez: ¿qué hubiera pasado si Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, en vez de provocar su muerte, no hubiera impedido que el presidente Salvador Allende convocara el referendo que debía decidir la salida a la crisis institucional que atravesaba Chile? La historia hubiera sido otra. Pero no, ese día vi bombardear el palacio presidencial de La Moneda.


El presidente Allende se alza hoy con su dimensión ética, recordado con cariño por su pueblo y los pueblos del mundo. El general traidor, criminal y ladrón queda como "un muerto de mierda", como afirma el poeta Mario Benedetti.

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