Impuestos y corrupción
María Dolores de Cospedal tenía nueve años el día en que murió Franco. Una suerte para ella, pero la número dos del principal partido de la oposición debería compensar, con mejores informes, la lógica escasez de vivencias sobre el régimen anterior a la Constitución. Comparar el comportamiento de la policía y los servicios secretos del dictador con el Estado policiaco en que, según ella, vivimos bajo Zapatero no merece más respuesta que una carcajada.
Y sin embargo, parte de la clase política ha dedicado las vacaciones a destriparse, a cuenta de tales comentarios y de otros posteriores de Rajoy, presentando al Gobierno como un inquisidor. Todo esto cuando se acumulan los imputados en investigaciones por presuntos delitos (a los que llamaremos genéricamente corrupción), que han provocado la renuncia del tesorero nacional del PP, grandes salpicaduras entre personas destacadas de este partido en Madrid y un caso Camps pendiente de recurso ante el Supremo.
Es una pena confundir el culo con las témporas. Porque el incidente veraniego oculta una seria cuestión pendiente: quién debe garantizar la limpieza en la financiación de la política. Desde hace años se incrementa la sensación de descontrol, y esto supone una descompensación grave respecto a uno de los monopolios que se arroga el poder democrático, que es la recaudación de tributos y su inspección y sanción.
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El poder democrático tiene que hacer algo más que crisparse. O bien delimita cuidadosamente las circunstancias en las que cualquier sospechoso pueda ser detenido, esposado, investigado o espiado -que sería muy conveniente-; o quizá alguien intente crear una excepción para los políticos. Altos cargos y parlamentarios ya disponen de un trato preferente a la hora de ser juzgados (el "aforamiento"). Descubrir y probar las sospechas de corrupción precisa de criterios firmes y de aparatos de investigación como los que se ocupan de los demás sospechosos.
Lo que no se puede endosar es la táctica del ventilador y de la mierda para todos. Se ve claramente en el cómputo de los casos de corrupción: tú tienes treinta, yo sólo una decena; a ti te han condenado a equis fulanos, a mí sólo a dos pelagatos; tú me espías, yo te digo que eso no me lo dices en los tribunales... Menos mal que el público de este espectáculo, los contribuyentes, anda todavía distraído por las playas.
JOAQUÍN PRIETO 23/08/2009
http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Impuestos/corrupcion/elpepusocdmg/20090823elpdmgrep_7/Tes
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