La pareja infiel
Estos días se habla de Europa. Sobre todo muchos que nunca hablan de ella se ponen a tratar de dar la imagen de que tienen algo que decir, y para los que llevamos ya un tiempo en el ámbito europeísta nos cuesta creer que pretendan convencer a alguien sin poner un sólo argumento sobre la mesa.
No dudo que tengan buenas razones para defender una Europa diferente. Pero desde luego falta pedagogía. Y para conseguir que un mensaje se entienda es necesario hacerlo comprensible, con ejemplos claros, que sirvan como una sencilla historia que nos haga visualizar de una manera más clara todo el jaleo que parece haberse montado y del que todos dicen saber y a la hora de la verdad, la gente no sabe a cuál de ellos elegir (pues les parece que todos dicen lo mismo).
Participo de vez en cuando en charlas abiertas donde tengo la oportunidad de compartir mi punto de vista sobre Europa. No es nueva la sensación de que los que acuden a estos encuentros se dividen en dos grupos muy diferentes: los que tienen un conocimiento bastante detallado sobre las instituciones y la política de la Unión y los que todavía consideran que “Europa está ahí fuera”. No es casualidad que las encuestas nos desvelen que 2 de cada 3 españoles no creen en las instituciones europeas, y quizás por eso en las últimas elecciones del año 2009 hubo un 40% de abstención entre la población joven de Europa (y según las encuestas tiende a aumentar este porcentaje).
Cuando comenzamos nuestras charlas siempre partimos más o menos del mismo punto: “Europa no gusta, está demostrando ser un fracaso”. Cuando terminamos el encuentro el mensaje es diferente: “Esta Europa no nos gusta; necesitamos una Europa social, que tenga como prioridad a las personas a través de las políticas sociales”.
Lo que está sucediendo no es casualidad. Responde claramente a una serie de medidas que se enmarcan dentro de una estrategia neoliberal. Como bien señalasen los Economistas Frente a la Crisis, “No es crisis, es ideología”. Aunque intenten contarnos la película de que no queda más remedio que hacer los ajustes que se están haciendo, y que hay que apretarse el cinturón para salir de este bache, no son más que excusas para seguir haciendo lo que a unos pocos se les antoja, para vivir bien a costa de la mayoría.
Para entender esta situación de una manera visual me gusta emplear una historia que, si bien quizás simplifique demasiado las cosas, sirve para hacer entender a quienes no tienen ganas ni tiempo de asomarse a leer y a comprender los artículos de los expertos sobre Europa. Para ilustrar lo que nos ocurre cuento la historia de la pareja infiel.
Una pareja que se promete fidelidad, amor eterno, cuidarse el uno al otro y que sella su “contrato” en una unión matrimonial. Todo va bien al comienzo: la convivencia es sencilla, puesto que los dos tienen un buen trabajo y las tareas más o menos se van equilibrando sin problema. Llegan los hijos y todo parece ir viento en popa. La pareja trabaja la mayor parte del tiempo fuera de casa, por lo que la comunicación es escasa, pero cuando llegan al hogar todo está en calma: no falta un plato en la mesa, la diversión en el tiempo libre, los hijos obtienen buenos resultados en el colegio y están perfectamente atendidos por una trabajadora del hogar que les prepara la comida y les ayuda con las tareas de la escuela, no tienen problemas de salud, y en general, no tienen quejas. Y quizás por una vida tan llena de actividad, la madre no se percata de la doble vida del padre (disculpen que el rol de la historia sea así, puede darse la vuelta indistintamente).
Mariano (por ponerle un nombre) se dedica a salir, con excusa de viajes de negocios y reuniones de trabajo, con “malas compañías” con quienes gasta muchísimo dinero en fiestas, apuestas en casinos y negocios turbios. En casa, como no falta el dinero, nadie le pide explicaciones. Cada vez sus apuestas son mayores y los ahorros familiares comienzan a debilitarse. Llega al punto de endeudarse, tras algunas apuestas arriesgadas que le salieron “mal”, y como piensa que todavía puede seguir jugando, no se plantea en ningún momento dejar de hacerlo. De hecho entre los “amigotes” se dedican a prestarse dinero, sobre todo algunos multimillonarios no tienen problema en hacer suculentos préstamos a quienes, como Mariano, están dando ya como aval su propia casa, su propio coche, y hasta las cuentas de ahorro de sus propios hijos -las previstas para estudiar algún día en la universidad-. Los intereses son elevadísimos, pero no es momento de pararse a pensar cuando la adrenalina está por las nubes. ¿Cómo puede salir mal?
Por supuesto Mariano hace todo esto sin contar con su mujer, porque él considera que Ciudadana (así se llama la pareja) no entendería, y en realidad tampoco tiene por qué entender; al fin y al cabo él es el hombre de la familia y sabe lo que se hace.
Después de una temporada de “mala suerte”, Mariano se ve con el agua al cuello. Se ha endeudado tanto que ya no puede seguir jugando sin tomar medidas drásticas. Ha llegado el momento de hablar con Ciudadana. Le cuenta que por motivos de recortes en su empresa van a tener que reducirle el sueldo -una mentira piadosa- y que por lo tanto, lo mejor será ahorrar en todos los gastos posibles en casa. De hecho, llegan a la conclusión de que Ciudadana dejará de trabajar para así poder ahorrar el sueldo de la mujer que ayuda en casa; los niños dejarán las clases extraescolares, y se acabó el salir tan a menudo. Pero Mariano, a pesar de los esfuerzos de Ciudadana, sigue apostando duro con sus “amigotes” (sin contarle absolutamente nada).
La cantidad en que se supone que le “han recortado del sueldo” en realidad es para pagar las deudas que tenía pendientes con los que sigue quedando para jugar. Pero esta vez sabe que lo que pone sobre la mesa significa el sacrificio de Ciudadana, la educación de sus hijos, o las gafas que tenían pensado comprarle al pequeño. Tampoco parece importarle.
Como Ciudadana tiene más tiempo ahora que no trabaja fuera de casa, comienza a preocuparse por las cuentas del hogar. Revista los extractos bancarios y descubre que los números no cuadran. Que Mariano no sólo no cobra menos sino que le han subido el sueldo; revisa bien las facturas del teléfono y comprueba las llamadas realizadas, descubriendo todo el engaño. Mariano tenía un seguro sanitario privado a su nombre, un coche de lujo guardado en un garaje, dinero que ella desconocía en cuentas en Suiza con el que de vez en cuando se daba homenajes con sus “amigotes”, descubrió facturas de cientos de miles de euros en fiestas; descubrió que todos sus bienes estaban en peligro y que ella había dejado todo y calculado en cada instante todos los gastos para que en su casa no faltase de nada. No podía creerse semejante engaño.
Mientras tanto, Mariano se lo estaba fundiendo a espaldas de su familia, y a su costa: invirtiendo los ahorros y destrozando la salud y el porvenir de su mujer y sus hijos. A Ciudadana le llega una orden de embargo por la deuda que Mariano no pagó, y se ve en la calle con sus tres hijos. Mariano, por supuesto, dice que hay que tener paciencia que esto lo arregla él. Que está teniendo una buena racha y que hablará con los jefes para que le den un poco de espacio y recuperar…
En ese momento nos encontramos. Ciudadana ha descubierto la situación: ha destapado a Mariano y a sus compañeros de fiesta. Está preparando las maletas para que su marido se marche de casa. Ella solamente quiere reclamar lo que es suyo, de su familia. Y solamente podrá conseguirlo si da el paso y decide por sí misma cuál es el futuro que quiere para ella y para sus hijos.
Cuando hablamos de Europa hablamos de un proyecto que ponga por delante a los ciudadanos (a Ciudadanía y a sus hijos), un lugar donde la gente como Mariano -y los que se lo permiten- no deben seguir jugando con el dinero de todos. Nuestro proceso de divorcio comienza con las elecciones, porque no votar es no decirle al Mariano de turno que “hasta aquí hemos llegado”. Y si Ciudadana se calla y mira para otro lado está siendo una madre irresponsable y una persona sometida a una situación que no debe consentir. Nuestra demanda de divorcio se llama “elecciones” y si no ejercitamos este derecho y echamos a los “Marianos” de casa, ahora que sabemos la verdad, seremos tan cómplices como ellos de lo que le ocurra a nuestras familias.
Beatriz Talegón es presidenta de Foro Ético
@BeatrizTalegon
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