El Socialismo que queremos
Las dos grandes opciones ideológicas que han dominado la vida política durante los siglos XIX y XX, el Liberalismo y el Socialismo, han sufrido, con mayor énfasis en el caso de este último, una aproximación doctrinal en sus pretensiones de compaginar la libertad con la igualdad que han generado lo que coloquialmente denominamos pensamiento único. Adoptada esta aproximación ideológica por los denominados partidos socialdemócratas bajo el término de Social-liberalismo, son el descrédito de la experiencia comunista, particularmente la soviética, y los excesos del liberalismo doctrinario o decimonónico las causas de citada uniformidad ideológica sustentada filosóficamente por las posturas doctrinales de J.S Mill, Norberto Bobbio o Anthony Giddens, las cuales hallan su aplicación práctica en la Tercera Vía del Laborismo Británico, sin perjuicio de anteriores experiencias privatizadoras de empresas y servicios públicos bajo la falsa creencia de una mejor eficacia y eficiencia económica del sector privado en el seno de un mercado desregulado.
Así, esta tendencia Social-Liberal, junto a otras ofertas neoliberales patrocinadas por los economistas de la Escuela de Chicago, ha contribuido notablemente a la financiarización de la economía en detrimento de la economía real, pero también a la inoperancia de los mecanismos de control estatales que hubieran podido hacer sonar las alarmas ante el estallido de la burbuja inmobiliaria y las consecuencias de los excesos bancarios en su ímpetu de obtener beneficio mediante el crédito, y es que es menester destacar que en esa confusión de la libertad como valor innato del ser humano con la ausencia de fiscalización estatal en una economía desregulada generó riqueza y empleo sobre unos pilares inestables hasta que el enriquecimiento irresponsable terminó por hundir el barco por el excesivo peso del botín, cayendo con él el proyecto de vida de millones de mujeres, jóvenes y adultos o personas migrantes desempleadas.
Quizá la propia estructuración de la Unión Europea impida y limite la aplicación práctica de otras opciones socio-económicas como la Keynesiana ( devaluación monetaria y política presupuestaria de gasto público para crear empleo y progreso), pero visto el diagnóstico del paciente y las graves consecuencias personales y humanas que traerá el rescate de Portugal, es preciso despertar o en su caso reinventar al pariente marginado del Europeísmo, esto es, la Europa Social, sin perjuicio de hacer cumplir la falsa promesa de poner fin definitivo a los paraísos fiscales junto a su opacidad característica. Está claro que la tarea no es fácil, pero lo cierto es que es la política, a pesar de su descrédito por la impotencia ante la crisis y la corrupción, la única vía factible capaz de cambiar o transformar la realidad en la que vivimos y de garantizar, a la vez, el poder soberano del pueblo frente al totalitarismo de los mercados y agencias de calificación, y todo ello bajo el soporte ético de la virtud ciudadana y la responsabilidad social como máximas irrenunciables e innegociables. Así, es esta política transformadora la que debe guiar el rumbo de los Partidos Socialistas, más aún en España, cuya ciudadanía no se puede permitir una izquierda debilitada ante un partido Popular ubicado en la descalificación y el conservadurismo ideológico.
José Luis Garrido
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