Memoria de las víctimas: hacia una cultura de la memoria
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Marcelino Flórez Miguel*
Viernes 24 de octubre de 2008, por Revista Pueblos
El término memoria ha invadido el espacio público, lo que ha llevado a algunos a hablar de "saturación de la memoria". Lo más habitual es encontrarlo unido a otras palabras, como memoria histórica o memoria colectiva, pero lo verdaderamente frecuente es constatar la imprecisión en el uso del término. De pronto todos los libros de Historia que tratan de la República o de la Guerra Civil incluyen en el título la palabra memoria; y es frecuente observar que una mayoría de historiadores utiliza indistintamente el término memoria para referirse a las autobiografías o al uso público de la historia; e, incluso algunos recurren al concepto sociológico de memoria colectiva, aunque no sea para tratar el específico asunto que esa expresión tiene. Por eso, conviene que comencemos con una aclaración conceptual.
Además de esa invasión del espacio público, observamos que el término memoria genera mucha intranquilidad, concretamente crea intranquilidad a las personas de mentalidad conservadora, lo cual ha conducido a una reacción política de la derecha, que se ha opuesto a la conocida como Ley de Memoria Histórica y que ha producido un importante movimiento historiográfico revisionista. Por esta razón conviene también comenzar con una precisión conceptual.
De los tres significados que el diccionario asigna al término memoria (facultad de recordar; narración autobiográfica de acontecimientos e impresiones vividas; y rememoración del pasado), utilizaremos únicamente el último de los sentidos: rememoración del pasado; es decir, la memoria de acontecimientos del pasado que tienen un significado en el presente. A esta rememoración se le denomina también políticas de la memoria o uso público de la historia. Existe una presencia pública y ostensible del pasado, una política de la memoria que toma las ciudades y los palacios: siembra estatuas, hace museos, nombra las calles, establece calendarios de fiestas. Son los "días" de la memoria y los "lugares" de la memoria. Esta política de la memoria es tradicional, la protagonizan los gobiernos y, en general, lo que antes se llamaba "la clase dominante". Es la memoria oficial de los Estados, que contribuye a definir su "identidad" y a formar su "patrimonio". A esta memoria es a la que se refiere Pierre Nora con sus Lieux de mémoire, un proyecto de reconstruir los elementos identitarios de la sociedad francesa, una "identidad nacional", dice, que se ve insegura en tiempos de crisis ideológica.
Esta memoria institucional o memoria identitaria tiene muy clara la tarea, que no es más que la tarea asignada tradicionalmente por el poder a la enseñanza de la historia: dar a conocer a los niños y niñas su pasado, su pueblo, su patrimonio. Sin duda, esta tarea sigue siendo dominante tanto entre los investigadores, como entre los docentes, aunque ahora como antes existen espíritus críticos, que se resisten a una manipulación tan grosera, especialmente después de que Hobsbawn dejara clara la contingencia de la identidad, que es siempre una identidad construida [1] .
La desazón que agita en estos momentos a una parte de los historiadores y a la derecha española con la presencia pública del concepto de memoria tiene muy poco que ver, sin embargo, con esa política institucional de la memoria a la que acabamos de referirnos. ¿Qué memoria es esa que está provocando tanta intranquilidad? Se trata de la memoria de las víctimas y a esa memoria se refiere Reyes Mate cuando propone desarrollar una cultura de la memoria [2]. El concepto de memoria, definido en esos términos, tiene su origen en Walter Benjamin, que lo desarrolló esencialmente en el último periodo de su vida, con el nazismo ya instalado en el poder, y lo culminó con la guerra mundial ya iniciada. Walter Benjamin se dedicó a la reflexión sobre la memoria de una forma totalmente consciente y con un objetivo muy preciso: conocer las razones del triunfo del nazismo. En 1938 su amigo T. W. Adorno le invitaba a exiliarse en América, ante el peligro evidente que corría en Europa, pero Benjamin le contesta: "Todavía hay posiciones que defender en Europa". Ese compromiso ideológico le llevaría a la muerte al caer Francia, donde estaba refugiado, en manos alemanas. En su huída fue retenido por la policía franquista, junto a otros amigos judíos, en la población catalana de Port Bou, con la intención de entregarlos al día siguiente a la GESTAPO. Durante la noche del día 26 de septiembre de 1940 Walter Benjamin se quitó la vida.
El concepto de memoria que construye W. Benjamin y que Reyes Mate ha explicitado en el libro Medianoche en la historia, incluye, al menos, un contenido epistemológico, una filosofía de la historia y una propuesta política.
Desde el punto de vista epistemológico, la memoria concede valor a lo que desapareció en el pasado, a lo que fue eliminado o abandonado al borde del camino, de manera que eso obliga a cambiar tanto el objeto del conocimiento, la verdad, como al sujeto que conoce. La verdad contemplada por la memoria incluye tanto los hechos históricos que tuvieron éxito y pervivieron, como los que fracasaron y desaparecieron. Nada sería igual si lo eliminado hubiese pervivido: una España con judíos y moriscos; una América o África con instituciones indígenas; una España con República; un Chile con Allende. Pues bien, la verdad de la memoria incluye lo fáctico, lo que pervivió, y lo posible, lo que desapareció, porque esa es la totalidad del pasado.
El sujeto que es capaz de contemplar ese pasado olvidado será capaz también de contemplar en el presente lo que está en riesgo de ser excluido, es decir, la totalidad del presente. Ese sujeto, capaz de contemplar esta verdad íntegra, no es una persona cualquiera, es el que vive "un instante de peligro" y es capaz de avisar a los demás. Cuando W. Benjamin, uno de los "avisadores del fuego", hacía estas reflexiones, el nazismo estaba sólo en el inicio de la "solución final" pensada para judíos y disidentes. Su teoría tiene especial autoridad no sólo porque persistió en su investigación hasta sellarla con su propia muerte (dicen los biógrafos que hizo el último viaje sin querer desprenderse de una maleta, que le dificultaba mucho el paso, donde debían estar los escritos de los que tratamos), sino porque la teoría se cumplió en la práctica y Auschwitz tuvo lugar. Ahora podemos comprobar que W. Benjamin fue capaz de predecir lo que iba a ocurrir, aunque lo que ocurrió superó con mucho sus ya pesimistas previsiones. El nuevo conocimiento que aporta la memoria transforma también la filosofía de la historia. Dice W. Benjamin que la historia no ha sido nunca una historia universal; ha sido, como mucho, una historia de los vencedores, pero siempre ha estado ausente una parte de la verdad, la de los vencidos, los que desaparecieron y no dejaron rastro. Es la memoria quien introduce a los vencidos en el discurso y logra construir una historia universal: las pirámides de Egipto no existirían sin los esclavos; la revolución industrial no habría tenido lugar sin los trabajadores; el mundo no habría existido sin las mujeres. Pero ni los esclavos, ni los proletarios, ni las mujeres han formado parte de la historia, al menos no han formado parte hasta que la memoria de los fracasados y vencidos los hizo presentes.
Cuando los nacionalistas, los periféricos y los centrales, comenzaron a construir su identidad y su patrimonio en el siglo XIX; cuando los vascos, por ejemplo, dibujaron "el cuerpo de Aitor" o los españoles patrimonializaron a la madre patria, meseteña, autoritaria y católica, olvidaron muchos despojos del camino. Los nacionalistas españoles, por ejemplo, olvidaron a los judíos que fueron expulsados en 1492, aunque sus herederos aún estuvieran vivos y conservasen esa hermosura de lengua antigua que es el sefardí. Olvidaron también las persecuciones y expulsiones de moriscos, culminadas en 1609, aunque el uso del agua que inventaron continuase haciendo posibles las huertas levantinas o sus sistemas constructivos fuesen de uso habitual por parte de los albañiles meseteños. Sin estos olvidos, no sólo habría sido otra la polémica sobre el ser de España, sino también las políticas de inmigración segregadoras, propugnadas por una mayoría de la población, a juzgar por las encuestas.
El concepto de memoria que aporta Benjamin rompe la filosofía de la historia vigente y tritura algunos de sus elementos esenciales, como es la idea de progreso. Sigue estando muy bien visto denominarse progresista, porque es casi imposible encontrar a alguien que no desee el progreso, continuar creciendo y avanzando. Poco importan "las florecillas al borde del camino" que, en palabras de Hegel, haya que sacrificar para continuar ese progreso. Esas "florecillas" habían sido los miles de pequeños artesanos, de proletarios y de países colonizados en los procesos de industrialización. Nada podía limitar al progreso y el nazismo terminó estrechando el sendero y sembrándolo de harapos: seis millones en el fuego, cuarenta millones en los campos de batalla, todo para alcanzar la gloria de la patria, el progreso.
La memoria se preocupa precisamente de esas "florecillas", de las víctimas en el borde del camino, por eso pone en cuestión al progreso, si éste no es sostenible, como dicen y persiguen los ecologistas o los pacifistas.
La memoria, como la presenta Walter Benjamin, convoca a un nuevo proyecto político, porque el peligro persiste y porque algunos son capaces de verlo "en un instante de peligro". T. H. Adorno, el amigo de Benjamin, que conoció el proyecto de olvido que fue Auschwitz, lo expresaba así: "(la acción política debe) reorientar el pensamiento y la acción para que Auschwitz no se repita". La memoria de las víctimas convoca a una práctica política nueva, y esta práctica nueva es inseparable de la ética.
Eso mismo está diciendo W. Benjamin cuando en la tesis 12 escribe que la capacidad liberadora de la "clase oprimida que lucha" se nutre "de la imagen de los abuelos esclavizados, no del ideal de los nietos liberados" [3]. Nos quiere decir que la conciencia de clase y la capacidad de lucha no proceden de ninguna vanguardia racional y, menos aún, propone liberación alguna para el futuro, olvidando los despojos que haya que retirar en el presente. El nuevo sujeto revolucionario es "la clase oprimida que lucha", es decir, los excluidos del presente, que son conscientes de su exclusión; y lo son porque han contemplado el sufrimiento en el pasado, no porque sueñen mundos utópicos para el futuro.
Esta memoria de las víctimas es un revulsivo en el presente, en la vida que se vive, porque pone sobre la mesa los cadáveres sobre los que se ha construido la historia. Por eso, esta memoria es incómoda. Nada lo ilustra mejor que lo que viene ocurriendo en España desde que se constituyó la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica en el año 2000. Fue creada por Emilio Silva y por Santiago Macías, que habían logrado exhumar a los trece de Priaranza de una fosa común en esa localidad del Bierzo leonés [4]. La noticia, difundida por la revista Interviú el 20 de noviembre de 2000, corrió como la pólvora por toda España y los nietos "de los abuelos esclavizados" comenzaron una lucha interminable. Muchas conciencias se revolvieron inquietas y, sin reparar en el impulso imparable que estaba adquiriendo la memoria de las víctimas, algunos se atrevieron a descalificar el movimiento, como hizo el que fuera portavoz parlamentario del Partido Popular, Luis de Grandes, que el día 26 de noviembre de 2003, a propósito de un homenaje parlamentario a las víctimas de Franco, declaró a la prensa lo siguiente:" No sé cómo definirlo, son estas cosas de IU, con su lenguaje antiguo que suena un poco a revival de naftalina. Están empeñados en hacer un homenaje a no se sabe quién".
La memoria de las víctimas sí sabía a quien ofrecía el homenaje: a los despojos de la historia, a los "echados al olvido" para construir sobre ellos un Estado nuevo, la dictadura franquista. Poco a poco se va abriendo paso la verdad y los cadáveres hechos desaparecer en fosas clandestinas van saliendo a la superficie y pueden contarse.
Ahora bien, a medida que se conoce la verdad, es más imperiosa la necesidad de hacer justicia: "Si la verdad queda establecida, y si esta verdad es una verdad terrible, una verdad de crímenes atroces, de culpas enormes, la falta de justicia queda aún más visible y más sentida" [5]. Por eso, la memoria de las víctimas, además de una política sin exclusiones, reclama justicia, o sea, una respuesta al impulso ético. No es extraño, pues, que intranquilice.
*Marcelino Flórez Miguel forma parte de la organización Entrepueblos y es profesor de Historia en el I.E.S. "Julián Marías" de Valladolid. Este artículo ha sido publicado originalmente en la versión impresa de la Revista Pueblos número 34, Septiembre de 2008.
Notas
[1] El escrito básico de Eric Hobsbawn lleva por título La invención de la tradición y fue publicado originalmente en 1981. Existe una traducción en la revista Historia Social, nº 40, 2001 con el título Inventando tradiciones. Todo este número de la revista es monográfico sobre el tema identitario, con el título de La construcción imaginaria de las comunidades nacionales. Tiene mucho interés el artículo de José Javier Díaz Freire: El cuerpo de Aitor: emoción y discurso en la creación de la comunidad nacional vasca.
[2] Reyes Mate viene desde hace tiempo estudiando esta cuestión, pero su pensamiento está recogido básicamente en dos libros recientes: Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política. Ed. Trotta, Madrid, 2003; y Medianoche en la historia (Comentarios a la tesis de Walter Benjamin "Sobre el concepto de historia"). Ed. Trotta, Madrid, 2006.
[3] Mate, R, (2006), pág. 197.
[4] Silva, E. y Macías, S.(2003): Las fosas de Franco, Madrid, Ediciones Temas de Hoy.
[5] Hule, Rainer (2005): "De Nüremberg a La Haya: los crímenes de derechos humanos ante la justicia. Problemas, avances y perspectivas a los 60 años del tribunal Internacional Militar de Nüremberg". En Análisis Político, nº 55, Bogotá, septiembre-diciembre.
http://www.revistapueblos.org/spip.php?article1266
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