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Izquierda Socialista de Valladolid en la defensa de los Servicios Públicos

Si no queremos, Podemos

Los resultados de las encuestas que estos días se comentan han levantado las faldas a los partidos tradicionales. Aunque algunos se nieguen a reconocer lo evidente, parece ser que muchos ciudadanos van a preferir a los “populistas”, a esos que carecen de propuestas concretas, a esos que practican la política del zaping y que jamás han pegado un cartel. Sí, esos que utilizan las tan temidas redes sociales, que convocan a la gente abiertamente. Que no tienen problema en dar la bienvenida a sus reuniones a militantes de otras formaciones políticas. Esos descarados que de cada tres palabras que utilizan, cinco son “casta”. Esos, esos. Los que según los datos, como sigan las cosas tal y como están, arrasan.

 

Da igual que no hayan gobernado en ningún ayuntamiento y que no vayan a hacerlo. Desengañémonos, la gente quiere ver algo nuevo. Aunque no tengan ninguna garantía de que vayan a cumplir nada (porque tampoco han prometido nada concreto). Total, para incumplir ya están todos los demás y parece de risa que ahora se rasguen las vestiduras porque alguien más quiera repartir el pastel y tomar su trozo. Al menos vienen plantando cara a lo que a la mayoría de los ciudadanos (también a la mayoría de los militantes) nos tiene cansados: las promesas huecas, jugar con la ilusión y la necesidad de creer de la gente.

 

Sí, partidos como el socialista tienen más de cien años de historia, los logros más plausibles en su haber que han conseguido mejorar la vida de muchas generaciones en la democracia de nuestro país. Pero, ¿de qué sirve todo esto si ahora, a día de hoy, tenemos un partido político que, por mucho que se empeñe no consigue conectar con la ciudadanía? Es evidente que el nuevo Secretario General se está tomando en serio lo de cambiarle la imagen al PSOE. No le vamos a quitar mérito pues ha tomado decisiones valientes, como expulsar a algunos compañeros por actitudes algo borrosas. Pero da la sensación de que en estos cien días de pedrosanchismo no se consigue convencer a la ciudadanía. Es como si se tratara de maquillar y vestir de seda a la mona… que mona se queda.

 

Nadie puede negar las intenciones. Pero en política, como en la vida, no basta con tener buenos sentimientos, como no basta pedir disculpas cuando pillan a los miembros de tu partido con las manos en la masa, por mucho que el Partido Popular se crea que pidiendo disculpas se limpiará el destrozo que están ocasionando.

 

Llevamos años con avisos contundentes. Pero parece que los directivos no quieren enterarse. Es como si, en el fondo, mientras la pelota fuese de un lado al otro de la pista, no pasase nada. Unas veces ganas tú, otras veces gano yo. Pero no me importa perder si soy el gran perdedor que pone a cero el contador y automáticamente comienza su cuenta atrás para llegar de nuevo.

 

Ahora parece que el panorama va cambiando. Y por mucho que se esfuercen algunos, no es suficiente con cambiar un vestido o poner maquillaje. Lo que la ciudadanía (y muchos militantes) queremos son cambios profundos. Que de verdad arriesguen y pongan en evidencia los agujeros del sistema. Sin duda en los partidos políticos tradicionales tenemos auténticos boquetes que hacen entrar el agua cada vez con más fuerza.

 

De nada sirve tener al capitán con su traje de gala mientras el barco se hunde. Es necesario tapar los agujeros, cambiar maderas que están a punto de vencer, hacerse con nuevas telas para las velas, poner un buen GPS, algún que otro motor. Querer navegar en caravelas cuando ya existen barcos con motor y capacidad de bucear puede ser romántico, pero sin duda es poco útil.

 

Nos están dando señales por todas partes. Y a pesar de ser evidente dónde están los fallos, algunos se empeñan en querer mirar hacia otro lado.

 

Las responsabilidades políticas parecen ser una historia lejana. Incluso cuando existen pruebas para procesamientos e imputaciones los dirigentes políticos están dando una imagen de no querer soltar sus sillones, caiga quien caiga. Y el problema es que caemos todos (y cuando digo todos somos la militancia que está en el barco, pero también la ciudadanía que no tiene a quién recurrir).

 

Costaría trabajo sin duda democratizar los partidos políticos. Pero aseguraría unos procesos mucho más seguros, más legítimos, más participativos. Supone pagar el precio de que algunos tengan que perder sus privilegiadas situaciones. Pero o renuncian unos cuantos o perderemos todos. ¿Dónde ha quedado esa generosidad, la de pensar en el bien del partido, del proyecto?¿Dónde ha quedado el proyecto que tienda una mano a las formaciones que, se supone, quieren lo mismo para la ciudadanía?

 

Cada día nos desayunamos un caso de corrupción más alucinante que el del día anterior. Cuando aún no hemos conseguido cerrar la boca de la sorpresa, llega un escándalo mayor. Aunque algunos dirigentes miren para otro lado, las corruptelas siguen ahí y quienes se han beneficiado de ellas no parecen tener mucha intención de asumir su responsabilidad por las buenas.

 

Se trata de asumir de una vez por todas la responsabilidad política, esa que es atemporal y no debe estar sujeta a más criterio que el de la ética y el bien común. Es preferible que alguien sin tacha dé un paso atrás a que otros manchados hasta el cuello insistan en enarbolar unas siglas que por sus actitudes terminan salpicando a mucha más gente sin responsabilidad.

 

Si se quiere que la ciudadanía confiemos en la política como herramienta para solucionar los problemas que sufrimos, en lugar de considerarla como parte del problema, es necesario que se demuestre que no hay más interés que hacer bien las cosas. Decir la verdad, aunque duela, limpiar la propia casa y no dejar duda sobre esta intención a través de los hechos.

 

Mientras se siga mirando hacia otro lado, no será de extrañar que cualquier formación con un poco de ganas de hacer las cosas bien genere más confianza que partidos históricos que no están sabiendo ganarse la confianza de la gente.

 

Echarse las manos a la cabeza no sirve de nada. No tomar medidas drásticas de manera urgente nos pondrá de bruces con lo que ya va siendo más que un rumor.

 

Sin duda, no es sencillo pero es necesario. Dar ejemplo, con contundencia, es ahora una necesidad urgente. Ya no por imagen, sino por convicción. Se trata de querer realmente dar los pasos necesarios. De los hechos, ya hemos deducido que del todo, del todo, no se quiere: las primarias recién celebradas (mejor dicho, las no primarias, en muchos sitios) han sido una oportunidad perdida para poner en marcha la verdadera regeneración democrática. Pero a la vista están los miedos, las sospechas, los temores. Y así no vamos a ningún lado.

 

Para muestra, un botón: algunos hemos propuesto un sondeo recogiendo firmas con la finalidad de instar al Secretario General del PSOE a que anime a Tomás Gómez para presentar su dimisión. Sin duda hay quienes piensan que esto es un ataque personal, una acusación en toda regla a alguien que muchos no tenemos el placer de conocer. No se trata de insultar ni menospreciar a ningún compañero. Se trata más bien de todo lo contrario: ¿para qué mantener a quien no puede responder con contundencia ante la gravedad de los hechos supuestamente cometidos por el Partido Popular?. Si tenemos tan claro que nuestro objetivo es recuperar los gobiernos regionales, ¿por qué no apostamos por proyectos y caras que no tengan ningún tipo de duda ni sospecha, ni se les pueda plantear ningún tipo de responsabilidad, ya sea directa o indirectamente?

 

Una vez más podemos comprobar el ejercicio de cerrar filas en torno a un líder. Sin duda, muestra evidente de que seguimos con los personalismos, con el “estás conmigo” o “contra mí”, cuando debería tratarse de “todos por el bien del proyecto, poniendo por encima de todo los criterios de la ética”.

 

Pero parece ser que no. Que promover este tipo de debates se interpreta como una ofensa a las siglas, por parte de algunos. Nada más lejos de la realidad. Esta actitud es tan absurda como cuando en el colegio el profesor llama la atención del niño maleducado y el padre, en lugar de reprender al hijo, acude indignado a reprender al maestro.

 

Soy de las que opinan que no hay mayor lealtad que decir la verdad donde corresponde, aunque pueda molestar. Que no hay mayor lealtad a un proyecto que señalar aquéllas cosas mejorables.

 

Y sin duda, a la vista está que quienes pueden desarrollar transformaciones profundas parecen no querer. Y precisamente por no hacerlo, los que están diciendo que no saben cómo pero que quieren hacerlo, al final, podrán.

 

Se trata, en definitiva, de que si algunos no queremos, irremediablemente, llegará Podemos.

 

Beatriz Talegón es militante socialista y presidenta de Foro Ético

elplural.com

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