El PSOE sabrá lo que tiene que hacer
El presidente de El País ha publicado este lunes un extenso artículo, titulado El arte de la mentira política en homenaje al opúsculo atribuido durante siglos a Jonhatan Swift y escrito en realidad por John Arbuthnot (1667-1735), médico personal de la reina de Inglaterra. Juan Luis Cebrián se ha visto en la obligación de bajar desde el olimpo de la gran empresa, los bonus millonarios y la Real Academia para “incorporarse a las filas de los opinantes” ante la gravedad del “nuevo decurso político”. Denuncia “las mentiras o medias verdades” de “nuestros líderes” y pone deberes a todos ellos y también al rey. Sostiene Cebrián que lo conveniente es un Gobierno de PP y Ciudadanos sin Rajoy y con la “contribución” (se supone que en forma de abstención) del PSOE. Felipe VI, por su parte, debería “propiciar” ese pacto. Todo un planazo. ¡Impresionante!
Vayamos por partes.
– Tiene razón Cebrián al observar en el arranque de su texto que el uso del embuste en la vida pública no es “un privilegio exclusivo de los políticos”. Se queja (con mucha razón) de “periodistas, tertulianos, blogueros y demás familia” por su contribución a la “confusión ceremonial” a la que asistimos. Esta parte del artículo parece escribirla el Cebrián-académico o quizás filósofo, puesto que él no se incluye entre los periodistas ni entre los “arúspices”. Como si presidir el principal periódico de este país no le otorgara ningún papel ni responsabilidad alguna sobre la opinión pública (o al menos la publicada).
– Una vez incorporado a “las filas de los opinantes” (tarea que le produce “sonrojo” al señor Cebrián), explica que hace el esfuerzo ante la coincidencia de lo que denomina “tres eventos singulares”: la “instalación” de un Gobierno independentista en Cataluña, el juicio del caso Nóos que sienta en el banquillo a la hermana y al cuñado del rey y la inminente constitución del nuevo Parlamento del Estado.
– Critica Cebrián la “incapacidad” de los dirigentes de los principales partidos para reconocer su “frustración y su derrota” en las elecciones del 20-D. Reparte leña a Rajoy por perder 3,5 millones de votos; a Pedro Sánchez por obtener “el peor resultado electoral” del PSOE en “todo el devenir de nuestra democracia”; a Pablo Iglesias y a Albert Rivera porque según él han fracasado en su “intento de derrotar para siempre al bipartidismo”, y a Alberto Garzón porque lo considera “un epítome de la mediocridad imperante en nuestra clase política”. Tiene razón Cebrián en que ha habido “en general muy poca autocrítica, mucho ombliguismo y ninguna generosidad…”, tres aspectos en los que el presidente de El País es indudablemente un maestro. Cabe recordar, eso sí, que cuando Alfredo Pérez Rubalcaba cosechó en 2011 el peor resultado socialista en “todo el devenir de nuestra democracia” hasta aquella fecha, Cebrián publicó un durísimo editorial en el que se exigía la retirada inmediata de… Zapatero.
– Acierta Cebrián al describir la “lluvia de falacias” que soportamos, entre las que destaca el autoproclamado triunfo del independentismo en Cataluña pese a obtener un 48% de los votos o esa “afirmación machaconamente repetida por el PP y sus cortesanos” de que lo democrático es que gobierne el partido más votado y no el que consiga articular una mayoría parlamentaria.
– Se le ve ya la intención a Cebrián cuando califica de “ensueño” la posibilidad de un gobierno de unidad de la izquierda “cuando no suma suficientes escaños”. Y se le ve la intención puesto que en ningún momento se plantea Cebrián un pacto entre PSOE, Podemos y Unidad Popular con la petición, por ejemplo, a Ciudadanos de que se abstenga para facilitar la tan urgente “estabilidad” o “gobernabilidad”. Se intuye ya que tales rasgos pertenecen en exclusiva a juicio de Cebrián al “centro derecha”. Tampoco se le ocurre plantear un gobierno PSOE-Ciudadanos con la abstención de Podemos.
– Reivindica Cebrián (“tanto que se habla ahora de memoria histórica”) los méritos de la “tan cuestionada vieja política” en la modernización de España y en su “incorporación al mundo global en un lugar relevante”. Y alerta de que esos logros corren “peligro de dilapidarse”.
– Para evitar ese riesgo aconseja Cebrián a los actuales líderes que “abandonen sus manías de aficionados” y se hagan cargo de tres retos fundamentales: la respuesta “al desafío independentista catalán”, la “sostenibilidad del incipiente crecimiento económico” y la “implementación de políticas sociales que acaben con los efectos perversos del denominado austericidio”.
– Cebrián propone como solución a esos tres “retos” un doble acuerdo: por una parte una reforma constitucional que incluya no sólo un modelo federal que dé respuesta al conflicto catalán sino también una nueva ley electoral, garantías sobre la educación y la sanidad públicas y “una definición exigente del laicismo del Estado”. El enunciado breve de estas reformas es muy coincidente con los planteamientos del PSOE.
– La segunda pata del acuerdo que propone Cebrián desvela por fin el porqué y el para qué del extenso artículo. Propone la “creación de un Gobierno estable y la existencia de una oposición fuerte que encarne una alternativa de poder”. Para que ese Gobierno sea “suficientemente estable” debe estar formado por “las fuerzas que más escaños han obtenido en las elecciones y que pertenecen al centro derecha”. Aquí radica el gran salto que ha dado el presidente de El País respecto a la gran coalición PP-PSOE que promovía hace dos años junto a Felipe González y destacados empresarios. Descartada esa ocurrencia por la oposición total de las propias bases y cuadros socialistas (y ante la evidencia de que supondría el suicidio del PSOE), ahora el ilustre periodista-académico-empresario tiene una nueva propuesta: que gobiernen PP y Ciudadanos, aunque sus escaños no sumen una mayoría ni sus programas incluyan reformas ni parecidas a las que plantea Cebrián.
– Aquella especie atribuida al Ibex-35 sobre la conveniencia de que creciera el apoyo electoral a Ciudadanos lo suficiente para que garantizara un “gobierno estable” ha dejado de ser especie para concretarse materialmente. Es más, Cebrián considera de una “frivolidad alarmante” que Ciudadanos rechace “incorporarse al Gabinete” y pretenda sólo “favorecer” la investidura del PP. “Las llamadas a la responsabilidad de Albert Rivera suenan a cuento chino si no están acompañadas de su decisión de participar en el poder…”, advierte.
– ¿Y qué debe hacer entonces el PSOE? Cebrián (sin nombrarlo) tiene una respuesta brillante para la formación de Sánchez (y de su amigo Felipe González): “la izquierda de este país, la verdadera izquierda milite donde milite, no debería temer contribuir a una solución de este género”, es decir que debe abstenerse para facilitar un Gobierno de PP y Ciudadanos. Clarividente Cebrián cuando asegura que esta opción “la mantendría (a la izquierda) en la oposición con todas sus consecuencias…” ¡Y tanto! Si hay una posibilidad de convertir a Podemos en la referencia hegemónica de la izquierda consiste en que el PSOE colabore, apoye o sustente un gobierno de la derecha, ya sea vía gran coalición o vía esta extraña criatura política que el presidente de El País pretende engendrar.
– Claro, un pacto tan disparatado como el que se dibuja necesita ofrecer algún premio a quien se hace el harakiri, o sea el PSOE. Cebrián considera que ya toca una “retirada honrosa de Mariano Rajoy de la vida política”. (¿Puede ser aún honrosa la retirada de quien envió aquellos SMS a Bárcenas?) Quizás con otro u otra dirigente del PP al frente del Gobierno, más “una cifra concreta de varios miles de millones para políticas sociales…” se podría resolver según Cebrián la posible resistencia de la “verdadera izquierda” a su suicidio político.
– Para completar su impresionante plan, Cebrián recuerda a Felipe VI que, en medio del juicio a su hermana y a su cuñado, tiene una “magnífica ocasión para (…) demostrar la utilidad de la Corona, base casi exclusiva de su pervivencia, propiciando un pacto que beneficie al conjunto de los ciudadanos”. Obviamente, ese pacto es el que se sujetaría sobre los mimbres descritos previamente. Aquí no puede evitar Cebrián que asome una mentalidad ligada a su mejor etapa profesional, a su experiencia periodística en los primeros años de la Transición. Entonces los problemas políticos se resolvían a media luz, en los reservados de restaurantes de lujo o en los domicilios particulares de intermediarios entre dirigentes supuestamente irreconciliables. Quizás se le escapa a Cebrián que quien encarnaba esa forma de actuar era Juan Carlos I, que se vio obligado a abdicar hace año y medio para facilitar una renovación generacional, institucional y política.
El pequeño tratado de Arbuthnot es más que recomendable. Define la mentira política como “el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con un buen fin”. Pero sobre todo advierte, como apunta Cebrián, que ese arte no es exclusivo de los políticos. En el siglo XVIII no había tertulianos, ni blogueros, ni televisión, ni redes sociales… Tampoco grandes grupos de comunicación cuyos ejecutivos jugaran a condicionar la política en beneficio de sus propios intereses.
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