La peste
En cualquier país de tradición democrática arraigada un caso como la publicación de los papeles de Bárcenas precipitaría una crisis política y de gobierno que acabaría con la inmediata convocatoria de elecciones generales. Es un resorte defensivo automático de los sistemas políticos democráticos para preservarse a sí mismos, eliminando cualquier amenaza que ponga en riesgo la confianza de los ciudadanos en sus instituciones -valor supremo a garantizar en una democracia- a través de la exigencia de responsabilidad política y del recurso a la instancia básica de legitimación, los ciudadanos convocados a las urnas. Eso no va a ocurrir en nuestro país.
No será suficiente que un gobierno electo haya ignorado sistemáticamente su programa electoral, incluso que haya hecho lo contrario de lo que prometió hacer cuando pedía el voto a los ciudadanos, en un claro fraude electoral, y desprecie con soberbia a cuantos se lo reclaman.
No será bastante que se imponga además una política, no ya carente de apoyo popular, sino ampliamente rechazada, dirigida nada menos que a desmantelar el pacto sobre el que se construyó el modelo de estado social español de los últimos treinta años y a convertir los derechos constitucionales en papel mojado, provocando una injusta transferencia de rentas de las clases populares a las élites económico-financieras, empobreciendo a las clases medias y dejando a millones de personas en situación precaria o de abierta necesidad, en muchos casos extrema.
No será tenido en cuenta el abismo de desafección política que se ha abierto en la sociedad española, el rechazo general al actual sistema de partidos que controla y bloquea la democracia española, la demanda mayoritaria de cambio de la ley electoral para dar igual valor a los votos desiguales, de listas abiertas, de necesidad de transparencia en la vida pública, de independencia de la política de los poderes económicos que la han capturado, de nuevas vías de participación democrática de los ciudadanos, de acabar con la impunidad con que se resuelven los extendidos casos de corrupción.
No importará que los líderes de los partidos mayoritarios cosechen el mayor rechazo de toda la historia democrática; que el modelo bipartidista se desplome a ojos vista entre el descrédito y la indignación; que la gente esté harta del fariseísmo político que pretende construir la propia bondad sobre la maldad ajena (“y tú más”); que las principales instituciones del Estado, empezando por la corona, estén en cuestión y hayan perdido el respeto de la ciudadanía.
Por ello nos tememos que las nuevas revelaciones, de extrema gravedad, tampoco sean suficientes para provocar la catarsis regeneradora que necesita el país y su envilecido sistema político; que al pantano de corrupción política y económica en que nos hundimos desde hace años se añada ahora la convicción general, ya mucho más allá de la sospecha fundada, de que el partido del gobierno se ha financiado ilegalmente y ha distribuido ingresos irregulares entre sus máximos dirigentes provenientes de empresas con contratos públicos o con intereses afectados por los actos de gobierno, y que entre los perceptores se encuentre el mismísimo presidente del gobierno y otros altos cargos y anteriores ministros; y que además aparezcan multimillonarias cuentas en Suiza del último tesorero y que éste haya incluso blanqueado parte de ese dinero fraudulento a través de una bochornosa amnistía fiscal del propio gobierno.
Y que todos sepamos que nos mienten sin cesar, que el engaño y la mendacidad es diario y está naturalizado como si fuera el oxígeno que se respira en la política española, que se trata de enredar, de disimular, de confundir, de dilatar con absurdas autoinvestigaciones, de utilizar todos los medios, sin restricciones morales, para intentar colocar excusas, triquiñuelas legales a las que agarrarse como a clavo ardiendo, inverosímiles relatos para niños crédulos con tal de permanecer en los puestos, una vez que el concepto de responsabilidad política ha desaparecido por completo del horizonte público y que la ética política es una palabra ensuciada y violada cada mañana.
Nada podemos esperar de las actuales élites políticas. Tienen los resortes del poder político en sus manos y no van a inmolarse voluntariamente. La minoría comprometida con el cambio -que existe entre los representantes del pueblo- es impotente por sí sola para impulsarlo. Cualquier cambio efectivo sólo puede venir ahora de la movilización de los ciudadanos. Sólo cuando esta presión sea insoportable, irresistible, cederán. Exentos de convicciones, la única ley es la necesidad. Pero falta saber si, como en la ciudad de la novela de Camús, nuestra sociedad está “llena de dormidos despiertos”, o por contra levantaremos indignados la voz para decir basta.
Rieux, el protagonista de “La Peste” sabe que “esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
La plaga está ya hace tiempo entre nosotros, y se extiende sin descanso. La vida ha empezado a hacerse muy difícil para demasiadas personas. El palacio está tomado. El miedo recorre las calles. La infección ha invadido hasta el propio lenguaje con el que hablamos.Y tenemos que ponerle fin si queremos preservar la ciudad.
Patricio Hernández Pérez
Presidente del Foro Ciudadano de la región de Murcia.
No será suficiente que un gobierno electo haya ignorado sistemáticamente su programa electoral, incluso que haya hecho lo contrario de lo que prometió hacer cuando pedía el voto a los ciudadanos, en un claro fraude electoral, y desprecie con soberbia a cuantos se lo reclaman.
No será bastante que se imponga además una política, no ya carente de apoyo popular, sino ampliamente rechazada, dirigida nada menos que a desmantelar el pacto sobre el que se construyó el modelo de estado social español de los últimos treinta años y a convertir los derechos constitucionales en papel mojado, provocando una injusta transferencia de rentas de las clases populares a las élites económico-financieras, empobreciendo a las clases medias y dejando a millones de personas en situación precaria o de abierta necesidad, en muchos casos extrema.
No será tenido en cuenta el abismo de desafección política que se ha abierto en la sociedad española, el rechazo general al actual sistema de partidos que controla y bloquea la democracia española, la demanda mayoritaria de cambio de la ley electoral para dar igual valor a los votos desiguales, de listas abiertas, de necesidad de transparencia en la vida pública, de independencia de la política de los poderes económicos que la han capturado, de nuevas vías de participación democrática de los ciudadanos, de acabar con la impunidad con que se resuelven los extendidos casos de corrupción.
No importará que los líderes de los partidos mayoritarios cosechen el mayor rechazo de toda la historia democrática; que el modelo bipartidista se desplome a ojos vista entre el descrédito y la indignación; que la gente esté harta del fariseísmo político que pretende construir la propia bondad sobre la maldad ajena (“y tú más”); que las principales instituciones del Estado, empezando por la corona, estén en cuestión y hayan perdido el respeto de la ciudadanía.
Por ello nos tememos que las nuevas revelaciones, de extrema gravedad, tampoco sean suficientes para provocar la catarsis regeneradora que necesita el país y su envilecido sistema político; que al pantano de corrupción política y económica en que nos hundimos desde hace años se añada ahora la convicción general, ya mucho más allá de la sospecha fundada, de que el partido del gobierno se ha financiado ilegalmente y ha distribuido ingresos irregulares entre sus máximos dirigentes provenientes de empresas con contratos públicos o con intereses afectados por los actos de gobierno, y que entre los perceptores se encuentre el mismísimo presidente del gobierno y otros altos cargos y anteriores ministros; y que además aparezcan multimillonarias cuentas en Suiza del último tesorero y que éste haya incluso blanqueado parte de ese dinero fraudulento a través de una bochornosa amnistía fiscal del propio gobierno.
Y que todos sepamos que nos mienten sin cesar, que el engaño y la mendacidad es diario y está naturalizado como si fuera el oxígeno que se respira en la política española, que se trata de enredar, de disimular, de confundir, de dilatar con absurdas autoinvestigaciones, de utilizar todos los medios, sin restricciones morales, para intentar colocar excusas, triquiñuelas legales a las que agarrarse como a clavo ardiendo, inverosímiles relatos para niños crédulos con tal de permanecer en los puestos, una vez que el concepto de responsabilidad política ha desaparecido por completo del horizonte público y que la ética política es una palabra ensuciada y violada cada mañana.
Nada podemos esperar de las actuales élites políticas. Tienen los resortes del poder político en sus manos y no van a inmolarse voluntariamente. La minoría comprometida con el cambio -que existe entre los representantes del pueblo- es impotente por sí sola para impulsarlo. Cualquier cambio efectivo sólo puede venir ahora de la movilización de los ciudadanos. Sólo cuando esta presión sea insoportable, irresistible, cederán. Exentos de convicciones, la única ley es la necesidad. Pero falta saber si, como en la ciudad de la novela de Camús, nuestra sociedad está “llena de dormidos despiertos”, o por contra levantaremos indignados la voz para decir basta.
Rieux, el protagonista de “La Peste” sabe que “esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
La plaga está ya hace tiempo entre nosotros, y se extiende sin descanso. La vida ha empezado a hacerse muy difícil para demasiadas personas. El palacio está tomado. El miedo recorre las calles. La infección ha invadido hasta el propio lenguaje con el que hablamos.Y tenemos que ponerle fin si queremos preservar la ciudad.
Patricio Hernández Pérez
Presidente del Foro Ciudadano de la región de Murcia.
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