La crisis, compañeros
JOSÉ MARÍA RIDAO 05/12/2011
Salvo en un circo desternillante o en una horrorosa pesadilla, nadie daría crédito a la noticia de que un candidato que ha cosechado los peores resultados electorales de la historia de su partido aspira seriamente a dirigirlo. Pero es que el Partido Socialista, este Partido Socialista que se jactaba de haber formado el único Gobierno verdaderamente de izquierdas que ha conocido la democracia en España, no ha decidido aún si lo que ofrecerá a los ciudadanos es eso, un circo o una pesadilla.
El candidato derrotado se sacude las solapas con aire de haber sufrido una caída tonta y le echa la culpa al secretario general, todavía presidente del Gobierno en funciones. Este, a su vez, mete la cabeza bajo tierra y no se le ocurre, ni por lo más remoto, que alguien deba asumir la responsabilidad de una catástrofe que ha dejado al Partido Socialista fuera del Gobierno central y la práctica totalidad de las autonomías y los grandes Ayuntamientos. Y la ejecutiva, entre tanto, se mantiene hierática y silenciosa como una esfinge en la solemne elevación de su estrado, contemplando el vacío sin mover una pestaña.
Si el Partido Socialista ha llegado a esta situación que amenaza su condición de alternativa política en España es porque la lógica del aparato, la única que conocen sus actuales dirigentes, la única que han aplicado allí donde han estado, se ha impuesto en la derrota de 2011 con tanta o más fuerza que en la victoria de 2004. Ante fracasos tan rotundos como los de mayo y noviembre, nada de decir a los ciudadanos que su mensaje ha sido escuchado; nada de dimitir y dejar paso a una gestora; nada de preocuparse por recomponer un partido que ha salido de las últimas citas electorales como un juguete roto. Estará roto, de acuerdo, reconoce la lógica del aparato, pero lo único que importa ahora es quién se lo queda.
Y para decidirlo, nada mejor que inaugurar una pasarela de aspirantes con la corte de los milagros de dirigentes vapuleados en sus respectivas circunscripciones y, pese a todo, resueltos a desfilar con los ojos morados, los brazos en cabestrillo, muletas para apoyar el paso renqueante, andrajos y chichones envueltos en gasa yodada. Cuando se les pregunta, pero, hombres y mujeres de Dios, quién os ha puesto así, responden con la misma cara de espanto, exactamente la misma, con la que Boris Pasternak retrató en Doctor Zhivago al fugitivo de una aldea de los Urales a la que un líder partisano había pegado fuego; solo que donde el fugitivo susurra mirando hacia atrás como si le persiguieran todavía "Strelnikov, camaradas", la corte de los milagros que aspira a la secretaría general de los socialistas entona al unísono "la crisis, compañeros".
Quizá sea el momento de decir que hasta aquí hemos llegado; la crisis, claro, pero no solo la crisis. La crisis y una forma extravagante de gobernar durante los años de bonanza que se convirtió en suicida cuando cambió el ciclo; la crisis y una campaña electoral en la que el candidato apuntó en todas direcciones, sin excluir la de las ideas luminosas como financiar la sanidad con subidas del alcohol y del tabaco; la crisis y una persecución de la crítica en la que miembros destacados del Gobierno y su fontanería repartían credenciales de izquierdismo mientras que el candidato, entonces también miembro del Gobierno, se encargaba de hacer el fino trabajo jesuítico de la insidia; la crisis y la docilidad de los sectores de opinión que saludaron desde las gradas de la insufrible metáfora deportiva con un clarividente "hay partido" las marrullerías del candidato para hacerse proclamar a la búlgara. Ahora resulta que tampoco mandó decir a sus portavoces tanto oficiales como espontáneos "si más que Almunia, me presento; si menos, refreno mi desaforada ambición", y unos y otros se convencen de que el objetivo ahora es lograr que se olvide o se silencie lo que parecía un compromiso.
Ni los actuales dirigentes del Partido Socialista, ni el entorno de opinión que jalea a unos contra otros, aunque siempre contra Zapatero, del que ahora que no manda se escriben ordinarieces para ocultar que no se hicieron críticas cuando mandaba, parecen conscientes de la magnitud del problema que han creado. La izquierda puede convertirse en una fuerza residual en España; habrá quien se regocije, pero habrá también quien se pregunte, más allá de sus estrictas preferencias, qué es lo que suele suceder cuando fracasa la posibilidad de la alternancia en medio de una tormenta económica casi perfecta. Y la respuesta no es un circo, no; es una pesadilla.
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