Titulaciones y dólares
Es una verdad universalmente reconocida que la educación es la clave del éxito económico. Todo el mundo sabe que los trabajos del futuro requerirán grados aún más altos de destreza. Esa es la razón por la que, en una comparecencia reciente con el exgobernador de Florida Jeb Bush, el presidente Obama afirmaba: "Si queremos más buenas noticias en relación con el empleo, tenemos que invertir más en educación".
Pero eso que todo el mundo sabe es inexacto. Al día siguiente del acto de Obama y Bush, The Times publicaba un artículo sobre el uso cada vez más frecuente de programas informáticos para realizar investigaciones legales. Resulta que los ordenadores pueden analizar rápidamente millones de documentos y llevar a cabo de forma barata una tarea que antes requería legiones de abogados y procuradores. Así que, en este caso, el progreso tecnológico está reduciendo en realidad la demanda de trabajadores cualificados.
Y no es un ejemplo aislado. Como se señala en el artículo, los programas informáticos también han empezado a sustituir a los ingenieros en labores como el diseño de procesadores. En términos más generales, la idea de que la tecnología moderna elimina solo trabajos de baja categoría, que los trabajadores bien formados salen ganando claramente, puede que predomine en el debate popular, pero realmente hace décadas que está anticuada.
Desde 1990 más o menos, el mercado laboral de EE UU se ha caracterizado no por un aumento general de la demanda de aptitudes, sino por un vaciado: tanto el empleo bien remunerado como el poco remunerado han crecido rápidamente, pero los trabajos con sueldos intermedios -los empleos con los que contamos para mantener una clase media fuerte- se han quedado rezagados. Y el hueco que hay en medio se ha hecho más grande: muchas de las ocupaciones mejor pagadas que crecieron rápidamente en los años noventa han experimentado un crecimiento mucho más lento últimamente, aun cuando el crecimiento del empleo peor remunerado se ha acelerado.
¿Por qué está pasando esto? La creencia de que la educación se está volviendo más importante que nunca se basa en la idea aparentemente plausible de que los avances tecnológicos hacen aumentar las oportunidades laborales de quienes trabajan con la información (en términos generales, que los ordenadores ayudan a quienes trabajan con sus mentes, mientras que perjudican a quienes trabajan con sus manos).
Sin embargo, hace algunos años, los economistas David Autor, Frank Levy y Richard Murnane sostenían que esa era la forma errónea de enfocar el asunto. Los ordenadores, señalaban, sobresalen en tareas rutinarias, "tareas cognitivas y manuales que pueden llevarse a cabo siguiendo normas explícitas". Por tanto, cualquier tarea rutinaria -una categoría a la que pertenecen muchos trabajos cualificados no manuales- está en la línea de fuego. Por el contrario, las labores que no pueden llevarse a cabo siguiendo normas explícitas -categoría a la que pertenecen muchos tipos de trabajos manuales, desde los conductores de camión hasta los conserjes- tenderán a aumentar aun cuando exista un progreso tecnológico.
Y esta es la cuestión: la mayoría de las labores manuales que todavía se realizan en nuestra economía parecen ser de la clase que es difícil automatizar. Concretamente, en un momento en el que los trabajadores de producción en el sector de la fabricación representan un 6% del empleo de EE UU, no quedan muchos trabajos que perder en la línea de montaje. Mientras tanto, buena parte del trabajo cualificado actualmente realizado por trabajadores bien formados y relativamente bien pagados pronto podría estar informatizado. Las aspiradoras robóticas son monas, pero los conserjes robóticos aún están lejos; la investigación legal informatizada y el diagnóstico médico con ayuda de ordenador ya están aquí.
Y luego está la globalización. Antiguamente, solo los obreros tenían que preocuparse por la competencia extranjera, pero la combinación de ordenadores y telecomunicaciones ha hecho posible proporcionar muchos servicios a larga distancia. Y la investigación de mis compañeros de Princeton Alan Blinder y Alan Krueger indica que los trabajos bien pagados realizados por empleados altamente cualificados son, en todo caso, más "trasladables al exterior" que las labores realizadas por trabajadores peor pagados y con menos formación. Si están en lo cierto, el aumento del intercambio internacional en los servicios vaciará aún más el mercado laboral de EE UU.
¿Y qué nos dice todo esto sobre la política? Sí, tenemos que arreglar la educación estadounidense. En concreto, las desigualdades a las que se enfrentan los estadounidenses en sus comienzos [los niños inteligentes de familias pobres tienen menos posibilidades de licenciarse que los hijos mucho menos capaces de familias ricas] no solo son un escándalo; representan un desperdicio enorme del potencial humano del país. Pero hay cosas que la educación no puede hacer. En concreto, la idea de que enviar más jóvenes a la universidad puede restaurar la sociedad de clase media que antes teníamos es una falsa ilusión. Ya no es cierto que tener una titulación universitaria le garantice a uno un buen trabajo, y se está volviendo menos cierto con cada década que pasa.
De modo que si queremos una sociedad en la que la prosperidad esté bien repartida, la educación no es la respuesta; tendremos que proponernos construir esa sociedad directamente. Tenemos que recuperar la capacidad de negociación que los trabajadores han perdido durante los últimos 30 años para que tanto los empleados corrientes como las superestrellas tengan poder para negociar unos buenos salarios. Tenemos que garantizar lo básico, sobre todo la asistencia sanitaria, a todos los ciudadanos. Lo que no podemos hacer es llegar adonde tenemos que ir limitándonos a darles a los trabajadores titulaciones universitarias, que puede que no sean más que entradas para trabajos que no existen o que no proporcionan sueldos propios de la clase media.
Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y Premio de Economía 2008. © 2011. New York Times Service. Traducción de News Clips.
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