El debate sobre la idoneidad de Tomás Gómez para medirse a Aguirre está viciado desde su origen
Cuando en mayo de 2011, como espero, Tomás Gómez se encuentre en condiciones de gobernar en la Comunidad de Madrid, habré ganado el sosiego, la distancia y, sobre todo, el tiempo para intentar ese libro de reflexiones políticas que me ronda en la cabeza, imposible de madurar ante la urgencia de lo cotidiano. Estos días de julio en los que se entrecruzan titulares, se disparan declaraciones, se alimentan rumores, se retuercen interpretaciones sobre fragmentos de frases sin origen cierto, se violan confidencialidades y reservas, se escudriñan gestos y se miden adjetivos para desentrañar un proceso tan democráticamente regulado como la elección de un candidato que encabece las listas de un partido, merecen mucho más que un comentario destinado a alimentar, a su vez, la polémica.
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Trabajo, bases y democracia interna
Si años de trabajo constante de miles de militantes (habrá que editar un libro-resumen) suponen un elemento menor a la hora de valorar un cartel electoral, si cualquier encuesta lejos del mes de mayo de 2011 puede tener más autoridad que el pronunciamiento de las bases de una organización política que , con todo orgullo, proclama su respeto por la democracia interna, en la que las primarias son el “test” fundamental y de las que ha salido la renovación del partido, gentes como yo lo vamos a entender difícilmente. Pero más grave es que no lo entiendan los ciudadanos.
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