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Izquierda Socialista de Valladolid en la defensa de los Servicios Públicos

El declive del poder sindical

De lo primero de lo que hay que dejar constancia es de un descenso de la afiliación a los sindicatos. En Alemania, los miembros del DGB, la mayor central sindical, pasan de 12 millones en 1990 a 7,7 en el 2000, y las pérdidas han continuado al mismo ritmo en el siglo actual. En la Unión Europea de los 15, entre 1995 y el 2006 la afiliación disminuyó en un 31%. En la Europa del Este el bajón fue todavía mayor: en Hungría de un 63%; en Eslovaquia, de un 57%; en la República Checa de un 46%. A pesar de que la historia de las dos Europas haya sido tan distinta, coinciden en un rápido declive de los sindicatos.

 

Y es que el trabajo ha dejado de ser el eje central que encarrila y da sentido a la persona.

 

Antes la vida estaba estructurada en tres etapas perfectamente diferenciadas. Una primera de preparación, dedicada a adquirir un oficio o profesión que habría de durar toda la vida. Seguía una segunda de actividad laboral, que se extendía al menos cuatro decenios, consagrada por entero a un trabajo del que se extraía la identidad social. Una tercera edad, que el alto nivel de vida y los enormes avances de la medicina han prolongado, en la que al fin se disfruta de tiempo libre para hacer lo que siempre hubiéramos querido. El premio de una vida de trabajo consistía en poder hacer al final lo que se quisiera, lástima que llegaba cuando ya el cuerpo se revela como el mayor impedimento.

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En España la situación se agrava porque los sindicatos solo pudieron reorganizarse cuando había empezado ya el declive del movimiento obrero y la señora Thatcher estaba ocupada en aplastar el poder sindical. El neoliberalismo implantó una nueva cultura individualista que ha terminado por prevalecer en la sociedad posindustrial y que ha dejado la solidaridad en manos exclusivas del Estado. Con la nueva regulación del mercado del trabajo unos sindicatos tardíos, sin apenas afiliación, se juegan la supervivencia. No se trata tanto de abaratar el despido, que también, como de eliminar la negociación colectiva, cada vez más difícil de encajar en una economía globalizada con enormes oscilaciones en la demanda.

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elpais.com/articulo

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