Las desvergüenzas del capitalismo
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Era difícil de imaginar desde tan razonables y esperanzadores inicios, que la generalización de la trampa y de la rapiña en los ámbitos económico y financiero llevase a un triunfo tan absoluto de la economía criminal. De manera decisiva ha contribuido a ese resultado la mitificación unánime del enriquecimiento como referencia única del éxito, la celebración de lo que Oskar Lafontaine ha llamado la Dictadura del Monetariado, y, sobre todo, la hegemonía sin alternativas del capitalismo de casino. Todo lo cual ha dotado de respetabilidad a las felonías capitalistas más innobles, a las prácticas empresariales más abyectas. No exagero, vean los nombres y las cifras. Lehman Brothers, una de las joyas de la finanza norteamericana, quiebra y todo el mundo se va a la calle sin indemnización alguna, salvo Richard Fuld, su presidente que se embolsa legalmente 480 millones de dólares. AIG, la paradigmática compañía de seguros, va a quebrar también, pero el caso es simbólicamente demasiado grave y Washington interviene aportando 85.000 millones de dólares para tapar el agujero. Lo que permite a Joseph Cassano, director de la sección de Productos Derivados, percibir una bonificación de 3,4 millones de dólares, y a Sullivan, el gran patrón, otra de 5,4 millones de dólares. Los directivos de la compañía, reflotada con el dinero de los contribuyentes norteamericanos, lo celebran en un suntuoso hotel californiano, con habitaciones a 1.000 dólares la noche, 10.000 dólares en bebidas, 23.000 en cuidados personales y un interminable etcétera.
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Los estragos y la desmoralización causados por estos pillajes desde las alturas, han venido acompañados por la incitación al fraude, resultante de la extraordinaria expansión del crédito, que al coincidir con el fuerte abaratamiento del costo del dinero, tenía que producir la deriva monetaria y los efectos perversos que ha conllevado. Pero, además, esa orgía financiera dispuso para su celebración de un abultado arsenal de instrumentos, producto de una brillante ingeniería financiera que los había elaborado y puesto en acción durante la última década.
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La mencionada Declaración es un estricto "más de lo mismo". Convocada por y celebrada en los EE UU; reservada a los grandes países excluyendo a más de un tercio de la población mundial; insistiendo en los salvíficos principios liberales de la fuerza salvadora de la libertad de comercio y de los mercados competitivos; reclamando un reforzamiento de las instituciones internacionales -OMC, FMI, Banco Mundial- responsables de la debacle, que son los que hay que sustituir cuanto antes; predicando una política monetaria de objetivo único, controlar la inflación, olvidando las necesidades de las clases modestas y de las PYMES; sin una sola propuesta efectiva para acabar con los paraísos fiscales; en definitiva, sepultando aún más los Objetivos del Milenio. Sólo una movilización popular e intelectual, insistida y de gran calado, podrá ayudarnos a acabar con tanta patraña y tantas desvergüenzas.
José Vidal Beneyto es director del Colegio Miguel Servet de París y presidente de la Fundación Amela.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/desverguenzas/capitalismo/elpepuopi/20081122elpepiopi_12/Tes
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