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Izquierda Socialista de Valladolid en la defensa de los Servicios Públicos

A ritmo electoral

Todas las fuerzas políticas parecen estar más preocupadas en arañar papeletas que en pelear por un auténtico cambio social.

31/08/2015

 

España –al igual que otros países del mundo- está sufriendo una revolución política y social durante los últimos años. Como suele decirse vivimos un presente en el que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Se necesitan cambios y el clima es propicio para generar confusión; y no es de extrañar que ésta esté mareando a la ciudadanía.

 

Después de treinta años de democracia parece que, de golpe, descubrimos que nos han estado robando desde el principio. Despertamos, según dicen algunos, y al abrir los ojos ya no nos fiamos de nadie. Y de alguna manera todos nos hacemos la misma pregunta: “¿Esto estaba así desde el inicio y yo no me daba cuenta o es que ahora se ha hecho tan insostenible el abuso que resulta evidente que hemos estado gobernados por auténticos caraduras?”

 

Es cierto que las noticias nos bombardean cada día con casos de corrupción obscena, con barbaridades permitidas por el poder judicial (presuntamente), cooperación del ejecutivo (presuntamente) y falta de operatividad del legislativo. Pero no es menos cierto que este compadreo viene dándose durante mucho tiempo, demasiado tiempo. Puede que el teatro de la crisis, esa burda excusa que han urdido los de siempre para que los de siempre paguemos sus derroches, haya sido la gota que haya colmado el vaso. Puede. Pero en cualquiera de los casos lo que se manifiesta de manera flagrante es el hastío de una ciudadanía que ya no confía en nadie, que no cree en la política como herramienta que solucione sus problemas, sino más bien como todo lo contrario (la causa principal de los mismos).

 

Y mientras los que han robado a sobres llenos siguen manejando a su antojo a los medios de comunicación (presuntamente), a los jueces (presuntamente), a las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado (presuntamente) algunos han aparecido disfrazados de superhéroes para limpiar toda esta podredumbre y “darle al pueblo lo que se merece”.

 

Poco han tardado también los “vengadores” en cansar a buena parte del pueblo. Mensajes manidos que han resultado servir para un roto y para un descosido, y que la hora de la verdad –cuando tenían que poner toda la carne en el asador- han tendido puentes con aquéllos a los que criticaban (siendo este su mensaje estrella para ganar la confianza de los votantes). De este modo han comenzado ya a desinflar el soufflé que parecía ser la solución de todos nuestros males.

 

Estamos gobernados por un Partido Popular que solamente cree en la democracia para situar a sus peones, bajo una mentalidad neo-franquista, esquilmando los bienes públicos para llenar los bolsillos de sus cuatro amiguetes. Un gobierno que, a pesar de dejar agujeros de deuda en cada lugar donde ha tocado poder, sigue siendo el más votado para sorpresa de la gente decente.

 

Tenemos una oposición liderada por un Partido Socialista Obrero Español que nada tiene de Socialista ni de Obrero, y a juzgar por los dictados que le marcan desde Alemania en la cuna de la gran coalición, tampoco sabemos ya si es Español del todo. Un PSOE ensimismado, ahogado por sus guerras internas, liderado por un equipo carente de contenido ideológico digno de la izquierda, que hace aguas en cada cuestión que se plantea en nuestro país. Sin alternativa, sin fuerza, sin respuesta y sobre todo, sin credibilidad. Perdiendo votos al mismo ritmo que militantes. Sordo y ciego ante las necesidades de millones de ciudadanos que desearían votarle pero que puede que no lo vuelvan a hacer jamás.

 

A lo lejos una Izquierda Unida agonizante; vilipendiada por sus propias filas y rematada por la llegada de Podemos. Una opción que ya no se espera, y de la que sus propios candidatos parecen renegar intentando mezclarse en confluencias que huyen de la palabra izquierda, asumiendo así las profecías del Pablo Iglesias del siglo XXI.

 

Emergentes candidaturas ciudadanas, que huyen por todos los medios de hacer política fundamentada en ideología. Movimientos que dicen ser “de la gente y para la gente”. Pero vaya usted a saber de qué gente hablan. Se pierden en genéricos y parecen hacer suyo el sentido común, el buen hacer, la política con sentido de la responsabilidad. Sin orden ni concierto tienen muchas probabilidades de estar en la cuenta atrás de las batallas fratricidas que un hilo conductor pudiera evitar. Y es que, en definitiva, “la gente” puede ser de mente abierta o cerrada, progresista o conservadora, egoísta o altruista, honrada o ladrona, valiente o cobarde… sin que “la gente” por sí misma sirva para darle la vuelta a este país como a un calcetín, que es lo que nos hace falta. Y para eso, nada puede hacerse sin una hoja de ruta clara, sin una organización fuerte y sin un compromiso colectivo que vaya más allá de los intereses individuales.

 

Los recién llegados, los que se arrogan haber despertado a este país, haber bebido de las esencias del 15M y ser el cambio verdadero, Podemos, parecen estar vislumbrando el panorama después de la fiesta inaugural. Su llegada, aplaudida a bombo y platillo, con todos los focos de televisión, las rotativas echando humo y las redes sociales haciéndoles la ola, se ve ahora cada día más obstaculizada por la terca realidad. La arrogancia de querer asaltar los cielos puede traer consigo, un año después, morder el polvo a los pies de los de siempre: los que se comportan como una banda de ladrones y quienes compadrean con ellos para turnarse en esta fiesta. La falta de humildad, el descaro para denunciar las injusticias combinado con la cobardía de alternativas defendidas con claridad, puede hacer que la formación morada se convierta en la comparsa –junto a la versión de derechas llamada Ciudadanos- del gran banquete del bipartidismo.

 

Las próximas elecciones nacionales pondrán un menú sobre la mesa que levantará las faldas de los actores políticos de nuestro país. Según señalan las encuestas más recientes, ni el PP ni el PSOE podrán gobernar pactando con las comparsas y éstas últimas, deseadas por la ciudadanía como agua de mayo, puede que tengan un papel de simple legitimador de lo que han venido a desterrar, como ya ocurriera en las pasadas autonómicas y locales.

 

Ante este panorama, no es de extrañar que la ciudadanía hastiada y asqueada vuelva a sentir que no tiene a quién entregar su voto de confianza, pues todas las fuerzas políticas parecen estar más preocupadas en arañar papeletas que en pelear por un auténtico cambio social. Es lo que tiene hacer política a ritmo electoral.

 

Beatriz Talegón, exmilitante del PSOE, es presidenta de Foro Ético y miembro de Somos Izquierda

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