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Qué es el Laicismo - segunda parte

 

Las Iglesias monoteístas han demostrado a lo largo de la historia sus pretensiones universalistas e incluso, como en el caso del Judaísmo, sus integrantes se han autoproclamado miembros del pueblo elegido o preferido por Dios. Las consecuencias, en todos los casos, han sido poco gratificantes para la Humanidad.

 

Sabemos también que, por su afán de verdad absoluta, han perseguido otras opciones filosóficas como el materialismo (condena a muerte a Giordano Bruno en el campo de Fiori año 1600), han negado la igualdad a la mujer culpándola del pecado original, o han rechazado el progreso científico optando por posturas como el creacionismo en detrimento del conocimiento empírico.

La experiencia histórica así nos lo muestra.

 

No obstante, de la oscuridad de las tinieblas ha emergido la luz de la Ilustración, y con ella el poder de la razón y la libertad de cultos.

Fue un acto fundamentalista e injusto como la condena del jansenista Jean Calas en la Francia de Luis XIV lo que motivó a Voltaire a redactar su “Tratado sobre la Tolerancia”.No obstante, la primera reivindicación por la libertad de cultos y religiosa de la era moderna la encontramos en el liberalismo inglés con John Locke, cuya obra “Carta sobre la Tolerancia” (1689)  estuvo y está destinada a ejercer una influencia decisiva en la Historia de la Humanidad.

Son, por consiguiente, dos obras fundamentales para entender el pensamiento laicista y, a pesar de la distancia temporal de su publicación, proyectan su validez aún hoy.Veamos porqué.

 

La Iglesia Católica española, creando amenazas donde no las hay, convoca manifestaciones para imponernos una moral que pretende controlar todos los ámbitos de la vida, incluido el sexual, resultando así paradójico que, aquellos que han expresado su voto de castidad, se presentan ante la sociedad como expertos en las artes amatorias y maritales.

 

Por otro lado, el Islamismo, asimilando el poder político con el religioso, y teniendo como fuente de la legislación civil el Corán, texto que es interpretado para incitar a la guerra santa o Yihad bajo la promesa de un paraíso que no han hallado en la vida terrenal, nos hace pensar en la necesidad de un Voltaire musulmán, que no islámico, pues como sabemos, Islam significa sometimiento.

 La situación de Pakistán, el actual Irak, Afganistán o La República Islámica de Irán son algunos ejemplos de esta reivindicación, sin olvidarnos de los tribunales islámicos fundamentados en la aplicación de la Sharia, la ablación o la lapidación.

 

 

 

Por eso,y aunque podríamos hablar también del Judaísmo, no olvidemos nuestros logros y llevémoslos a la práctica.

La Constitución Española de 1978 reconoce la aconfesionalidad del Estado cuando declara que ninguna confesión religiosa tendrá carácter estatal (art.16, 3), aunque establezca relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y demás confesiones reconociendo, por ejemplo, efectos civiles al matrimonio canónico.

 

No obstante, estamos aún lejos de la citada aconfesionalidad, y un ejemplo de estas palabras reside en la hoy improbable autofinanciación de la Iglesia Católica tal y como se refleja en los Acuerdos con la Santa Sede, o en la elección y cese en los centros educativos públicos de los profesores de religión cuyos salarios, sin embargo, son abonados por el Estado, o en el carácter religioso de los funerales de Estado.

 

Posiblemente haya que revisar los Acuerdos con la Santa Sede, pero hay cuestiones que merecen la pena ser recordadas para que no caigan en el olvido. El Estado laico es el marco político y jurídico más adecuado para el respeto al pluralismo y la protección de la libertad de conciencia y religiosa. Recordémoslo: “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios” (mateo 22,21) o, utilizando las propias palabras de Jesús: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18,36). 

 

Autor: J. Luis Garrido García

Miembro de Izquierda  Socialista-PSOE Valladolid

y Jurista

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